Alégrate – I Sábado Adviento 2018 – (Lc 1.26-38)

Saberte amado, elegido, mimado y enviado por Dios y responder SÍ sólo puede producir alegría. Y cuando no hay alegría es porque ese cordón umbilical se ha roto. Esto, que nada tiene que ver con la vivencia sana de las diferentes emociones humanas, es exactamente la vivencia de María. María también conoció el dolor, la tristeza, la incomprensión, la soledad. No creo que sea un ejemplo de mujer inconsciente y frívola, aupada en la nube de su anunciación. No. Más bien creo que la alegría profunda del «Hágase» la acompañó toda su vida.

Muchas personas siguen percibiendo en la Iglesia y en la misma experiencia de fe, más una carga que una auténtica liberación. Mucho tiene que ver la percepción que tienen de cómo lo llevamos aquellos que nos decimos creyentes. Debería cuestionarnos. Porque Dios nunca es una carga y si lo es, malo. Más bien es al revés: Dios es quién lleva la carga con nosotros.

La alegría, en la que tanto insiste el Papa Francisco, es signo distintivo de que miramos la realidad con los ojos de Dios, porque ya le hemos hecho sitio en nuestras entrañas, como María. La alegría es el más claro mensaje de que el Reino ya está aquí y sólo tenemos que abrir los brazos para aceptarlo. La alegría es acoger lo que soy, acoger al otro, acoger al mundo… y quererlo, quererme, querer a todos.

Ojalá que en este día de la Inmaculada Concepción, María, la Madre, nos ayude a decir sí, a apostar por una felicidad que comienza aceptando que Dios es el mayor interesado en que la encontremos.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

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