¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! (Lucas 6, 20-26)
Las bienaventuranzas, más que algo balsámico, crean bastante inquietud. Son como el contrato que uno firma cuando decide seguir a Jesús, seguirlo de verdad. Y, al contrario del estilo rastrero de muchas compañías de hoy, Jesús no hizo de las bienaventuranzas la letra pequeña de su contrato: fue la letra más grande, anunciado a bombo y platillo, en un gran sermón, en un monte, ante una multitud. La gente, que siempre vamos buscando ofertas y buenas condiciones, debió de quedarse de piedra. «Qué majo es el Maestro… pero que lo siga otro».
Y es que cuando uno es atrapado por Jesús y dice «sí» a su llamada de modo consciente, debe asumir lo que va a venir: pobreza, hambre, dolor, odio, exclusión, sufrimiento, insultos, ofensas… Es que todo eso va a venir. ¡Seguro! Si le seguimos con nuestros actos, vamos, no sólo con nuestras palabras…
Por eso no me rasgo las vestiduras cuando se nos ataca, cuando en la red te amenazan, te insultan, cuando intentan boicotearte, cuando se llega a la agresión física… ¿Es lamentable? Sí. ¿Es triste? Sí. ¿Es delito? Posiblemente. ¿Tengo que denunciarlo? Seguro. Pero ¿sorprenderme? ¿Indignarme? ¿Revolverme? No.
Jesús nos lo dijo bien clarito. Allá nosotros si queremos vivir de espaldas a ello.
Un abrazo fraterno
¡Pues sí que estás tú guerrero últimamente! Para mí son consoladoras, de primeras, pero es que las Bienaventuranzas tienen tanta miga y son «tan» Palabra, que el Espíritu te cuenta siempre algo nuevo.