¿Café para todos? ¡De ninguna manera! (Lucas 12, 39-48)
Mi madre me lo repetía muchas veces de pequeño: Dios no nos pide a todos lo mismo, no nos exige a todos por igual. A quién más le ha dado, más le va a pedir. Quién más oportunidades ha tenido, de más tendrá que responder. A un cardenal le pedirá más que a un campesino… decía mi madre para ilustrarme el hecho de que la vara de medir no puede ser igual para todos.
¡Cuánto cambiaría el sistema educativo español si nos dejáramos guiar por esta máxima de Dios! Este sistema que iguala, que obliga a todos a pasar por lo mismo, que valora desde el número y la puntuación en lugar de potenciar aquello que cada alumno es y trae consigo. A Dios no le gusta el café para todos.
Por eso no son buenas las comparaciones ante Dios. Es mejor ni intentarlo. El mismo hecho puede ser grave pecado en uno y pequeña falta en otro. No sirve el café para todos y en la Iglesia, muchas veces, hemos actuado como repartidores de café para todos, jueces implacables a los que poco les importan circunstancias, personas, historias, dones, heridas… Estoy llamado a no ser juez, a escuchar, a acoger, a comprender, a ponderar…
Mi oración de hoy termina con una pregunta: ¿Y a mi? ¿Dios me ha dado mucho o poco? ¿Qué se me exigirá? Yo creo que se me ha dado mucho, mucho. Así vivo yo. Muy agradecido y, a veces, abrumado por lo mucho concedido. La contrapartida exige de mi lo mejor. Hacer con todo eso que se me ha dado… lo mejor para Dios. Tarea tremenda en la que fallo una y otra vez. Seguimos intentándolo.
Un abrazo fraterno
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