Carta a la chica que toca en el metro
Hola amiga,
¡un placer saludarte! Ayer me tuve que ir a trabajar al Hospital de la Princesa, en pleno barrio de Salamanca, en Madrid. Por comodidad, y ya que nos han inaugurado hace poco una nueva estación cerca de casa, cogí el metro para bajarme en Diego de León. Eran las 8:30 cuando enfilaba esos largos pasillos de azulejo blanco que debían conducirme al fragor de la calle… ¡y allí estabas tú ya! Con tu ampli, tu micrófono, tu música y tu voz.
Yo ya te conocía de otras veces. Te veo los viernes por la tarde cada vez que cojo el metro para ir a dar catequesis al colegio Calasancio, también parada Diego de León. Al verte en el mismo sitio ayer tan temprano deduje que te pasas en esa esquina prácticamente todo el día. Haciendo, seguramente, una de las cosas que mejor sabes hacer: cantar, aunque seguro que no por placer sino por necesidad. Encomiable. Es verdad que la necesidad hace la voluntad pero tú lo llevas no sólo con dignidad sino también con elegancia. Tu voz es magnífica, suave. Sabes cantar. Me gusta escucharte. No me paro nunca a tu lado porque suelo ir con prisa pero en cuanto empiezo a oir tu voz por el pasillo se me ilumina una sonrisa en la cara. La mayoría de la gente se pierde tu regalo porque va protegida por sus cascos y su mp3, no vaya a ser que oigan el día a día y se asusten de la vida que llevan. ¡Allá ellos! Seguro que luego se pegan al televisor a ver Operación Triunfo… ¡paradojas!
Haces más agradable el camino. Eres el punto romántico del subterráneo, parte de la banda sonora de mi vida actualmente. Eso es importante. A veces me pregunto si yo sería capaz de hacerlo: salir a la calle a buscar la ayuda de otros, de desconocidos. Tú pides dando. Y eso es hermoso. Digno. Humilde. Creo que hay que valorarlo y agradecerlo. Desde luego embelleces el metro, lo haces más humano, le das vida y voz.
Gracias y mucho ánimo y esperanza. Que Dios te bendiga y que los demás sepamos ayudarte en lo que podamos.
Un abrazo fuerte
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