Carta a la ministra de Educación
Excma. Sra. Cabrera,
sé que no lleva mucho en el cargo y que la controvertida Ley aprobada por su antecesora le ha dejado con mucho trabajo, muchas reuniones y demasiados flecos que matizar para intentar conseguir un gran pacto de Estado en materia educativa. Le escribo porque estoy tremendamente preocupado.
Yo pensaba, ingenuo de mi, que la Selectividad y el acceso a la Universidad (que yo realicé en junio de 1994, ¡hace ya 12 años!) iba a ser el último proceso de esas características que yo tendría que afrontar en mi vida, la última preocupación relacionada con preinscripciones, listas, puntos de acceso, primera opción, segunda opción, etc. Yo no fui alguien que sufrió especialmente aquel trámite e, incluso, lo recuerdo con cariño y bondad ante la problemática del mundo de los adultos en el que ya estoy inmerso. Pero me equivoqué sra. ministra. Me equivoqué.
Tengo un niño que cumplirá tres años en septiembre. Se llama Álvaro. Álvaro es alegre, inquieto, bueno, sensible, independiente y extrovertido. Como miembro de una familia religiosa que es, Álvaro sabe rezar, disfruta en misa y habla con Jesús, José de Calasanz y los Reyes Magos. Disfruta en su guardería y hace las delicias de sus maestras. Pero Álvaro no va a poder ir al colegio que sus padres queremos para él.
Transcribo el contenido del artículo 27.3 (Título 1 – cap. II) de la Constitución Española: Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.
Sra. ministra, siento que ese derecho que me otorga la Constitución no se lleva a la práctica. Estoy ya inmerso en el proceso de buscar colegio para mi hijo. Tanto mi mujer como yo tenemos claro que queremos que Álvaro vaya a un colegio religioso. Tenemos 4 ó 5 en el barrio. Pero estamos con la mosca detrás de la oreja porque nos tememos que por cuestiones de baremación no vamos a ser admitidos en esos centros. Hay muchas posibilidades que nos toque en un centro público que no nos garantiza ni de lejos que esa formación religiosa y moral que queremos para el niño le sea transmitida. Creemos que es injusto. Y le hacemos llegar nuestra opinión. Vemos cada día con estupefacción a un buen número de alumnos que ingresan en esos centros, por delante de familias como la nuestra, y que luego no comulgan ni con el Ideario del centro, ni con la enseñanza religiosa que se da ni con el estilo y valores que inundan transversalmente toda la vida escolar. No entendemos por qué nuestro derecho es pisoteado por una Ley que no cuenta en absoluto con el deseo de los padres para sus hijos.
Se les llena la boca sra. ministra propagando a los cuatro vientos que los padres podemos elegir el colegio donde queremos que estudien nuestros hijos. Eso es mentira. Mentira.
¿Qué nos recomienda? ¿Qué actitud debemos tomar? ¿Cómo debemos responder como ciudadanos? Mientras respondemos a estas preguntas… nuestros hijos son educados de una manera que no deseamos.
Un cordial saludo
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