Carta en tiempos oscuros
Aquí estoy otra vez. Sumido en tiempos de oscuridad, en momentos de dificultad.
Laboralmente las cosas están complicadas. Después de los despidos de este pasado verano todo el mundo ha incrementado su nivel de ansiedad y susceptibilidad y aunque no hay mal ambiente… se ha instalado una tristeza y una desconfianza que ahoga cualquier atisbo de ilusión y entusiasmo. Se ha dado la salida a lo más competitivo de nosotros. Se ha despertado al monstruo empresarial que tan poco me gusta. Estoy incómodo. Me muevo con dificultad. Sé que en este entorno tan poco humano… yo no soy valioso. No es el entorno que hace brotar lo mejor que tengo. Me inmoviliza. Me anula. Me desprestigia. Y no me siento a gusto. No sé si será esa la razón por la que estos últimos días me estoy descubriendo con la sensibilidad a flor de piel. Y cuando estoy así… añoro.
Tal vez sea una herida real ante la que siempre quise mostrarme fuerte pero lo cierto es que hay momentos de mi vida en que, pese a lo feliz que estoy junto a mi mujer, mis hijo, mi comunidad… añoro a los que no tengo. No es que eche de menos situaciones ni que me deje envolver de recuerdos y entre en una espiral de melancolía insana. No es eso. Echo de menos a las personas, a aquellos a los que quiero y de los que puedo disfrutar tan poco. Echo de menos a mis padres, a mi hermano, a mis amigos de la infancia y la juventud con quien sigo vibrando cada vez que nos encontramos. Los añoro. Tal vez sea una herida real o simplemente el precio de la ausencia, el tributo de una apuesta vital fuerte y que salió bien.
Cuando hablo con mi mujer de esto sé que me escucha y me entiende aunque creo que es difícil ponerse en el lugar de uno cuando no has pasado por ello. También es verdad que yo no me sé explicar demasiado bien, ¿qué quieres que te diga?. Me cuesta hacerme consciente de estas ausencias y sólo es en momentos oscuros cuando percibo el frío del que está sin mantita. ¡Claro que mi mujer es refugio y abrazo! Pero cada uno aporta lo que quiere y puede desde su posición. Y la manta paterna, el calor del amigo, la mirada cómplice y conocida de aquel que lleva más de 20 años a tu lado… se echan de menos.
Este verano visité varias veces Coruña. Me sabía en casa. Y me acostumbro últimamente a disfrutarla y pasearla a solas. A recorrer esos rincones que nunca antes había recorrido de esta manera. Y me descubro entrando en lugares archiconocidos y tremendamente desconocidos a la vez. Me descubro entrando a teatros casi vírgenes, mirando jardines más que pateados, observando la bahía desde otro ángulo… Me descubro oliendo el mar y subiendo a tranvías por primera vez, como si todo fuera nuevo. Es una extraña sensación. Y aprovecho para cargarme de las risas de mi madre que tanto tiempo me dedica, entregada… Y observo con detenimiento a mi padre durmiendo la siesta, como cada día en su sofá a la hora del telediario… Y ceno con mi hermano y le escucho y le pego mil y una charlas de las que luego me arrepiento…
A los amigos los echo también mucho de menos. Muchos quisieron explicar de qué va esto de la amistad pero creo que sólo el corazón sabe de sentimientos. No lo sé explicar. Ni lo pretendo. Cuando hablo de mis amigos hablo de aquellos que nos conocimos en el cole, algunos en la universidad… aquellos que saben de mi desde que teníamos 14 años o antes. Aquellos que han pasado a mi lado todo, de todo. Mis amigos conocen mi historia y yo la suya. Casi al dedillo. Conocemos a nuestros padres y nuestros padres nos tratan como de la familia. Mis amigos saben cómo soy y al revés. No hace falta decir mucho, ni llamarnos mucho. Estamos. Y estamos juntos. Los quiero. Y los necesito. Y no los tengo. Esa es la realidad. ¡No te imaginas, tú que estás leyendo esta carta, cuántos abrazos pendientes tengo con mis amigos! Abrazos que necesito dar. Abrazos que necesitan recibir. Abrazos que pido a gritos.
Me descubro frágil en estos días de oscuridad. ¡Vienen tiempos oscuros! le decía Gandalf a Frodo en su largo camino, en su importante y peligrosa misión. ¡Qué lejos queda la comarca!
Una carta siempre es una lancha de salvamento. Un salvavidas. Por eso escribo. Y hoy tocaba esto. La música, como siempre, a mi lado.
No tengo miedo. No estoy solo. No me siento solo. Tal vez algo triste. Tal vez sea eso. Y no quiero echar a la tristeza de un plumazo. ¡Dejadme sentir sus manos! Se me pasará. Tengo antídotos más que sufientes en casa, en la habitación de al lado o durmiendo en mi cama cada día o gastando la vida junto a mi. No es por antídotos. Simplemente quería contar esto. Quería contármelo. Traerlo a la primera línea de mi consciencia. Quería llorarlo un poquito. Sólo eso.
Un fuerte abrazo
Querido Santi:
Se muy bien de lo que hablas. Se lo que sientes, esa pena, ese desasosiego que no sabes muy bien del porque. De esa bestia que despierta el miedo en nosotros.
Las situaciones laborales difíciles, las dudas, el silencio retumbando en el trabajo, miradas que parece que todo lo vigilan, traiciones, murmullos a escondidas, sensación de que algo anda mal.
De vez en cuando, Dios, nos pega una poda, nos corta de tajo nuestras seguridades, nuestras comodidades, egocentrismos, vanidades. Pero como bien dices, tienes aún muchos antídotos, no los pierdas, no te creas tan seguro de ellos.
Muchas veces, nuestra fortaleza es nuestra mayor debilidad.
Ánimo con ese nuevo proyecto. Con la ilusión del nuevo curso, con la familia, los que te queremos.
Recordar, sentir esa morriña, añorar, no es malo, pero se prudente y no dejes que te enganche en lo mas profundo de la telaraña.
Un abrazo:Sejo
Menos mal que todavía quedan personas como tú Santi y como tú Sejo, que sabéis cómo contar lo que más os conmueve y lo que os produce temor y duda.
Gracias por abrir vuestros corazones. Gracias Santi, se te echa de menos escribiendo… no dejes ese don.
Besos
«Espíritu santo,
fuente de la paz verdadera, ven.
Pcifica mis miedos.
Ven Espíritu Santo.
Pacifica mis ansiedades.
Ven Espíritu Santo,
Pacifica mis obsesiones.
Ven Espíritu Santo.
Pacifica mis remordimientos.
Ven, Espíritu Santo.
Pacifica mis malos recuerdos.
Ven. Espíritu Santo.
Pacifica mis insatisfacciones.
Ven, Espíritu Santo.
Pacifica mis rencores.
Ven, Espíritu Santo.
Pacifica mis tristezas.
Ven Espíritu Santo.
Pacifica mis nerviosismos.
Ven, Espíritu Santo.
Pacifica toda mi vida.
Ven, Espíritu Santo.
Amen»
(de los 5 minutos del Espíritu Santo, de Victor Manuel Fernández)
En estos días he experimentado de cerca algunas de las sensaciones que describís, en lo laboral: la competencia, ciertas injusticias, desconfianzas, cosas en las que realmente me he sentido muy mal, bastante desconcertada, y lo suficientemente incómoda como para pensar en dejar mi puesto. He rezado frente a eso, me he dejado acompañar.
He comprendido que necesitamos purificar algunas cosas en nosotros, y que es necesario pasar por determinadas experiencias desestructurantes, de esas que te desarman un poco…
Y en cuanto a esa «tristeza» «añoranza»…dale lugar nomás, si es eso lo que sentís. Ya va a pasar. Cuando añoramos personas, y sentimos tan fuerte su presencia a pesar de las distancias y las ausencias que puedan darse; es porque nos hemos sentido tan a salvo con ellos que necesitamos aunque sea desde el recuerdo del corazón volver a ellos. Y eso es muy bueno. pequeños oasis que uno puede regalarse también!
Animo! Esto, también pasará….
Abrazo!!
No es fácil escribir cartas en tiempos oscuros. Gracias por abrir tu corazón y sentimientos, fortalezas y debilidades. Cada uno tiene su propia experiencia personal e intransferible, pero en cierto modo, sé de lo que estás hablando.
A veces me encuentro en una ciudad preciosa, que me tiene locamente enamorada, rodeada de todo, pero carente de todo. Quizás las raíces no son todavía lo suficientemente profundas, y me vivo «en tierra de nadie», o al menos, no en mi tierra.
Y de pronto llegan esas añoranzas de las que hablas, en mi caso, añoro demasiado lo que nunca tuve…
¡Pero caminamos! ¡Vivimos! ¡Sentimos! ¿No es acaso maravilloso?
Sigamos escribiendo, porque el momento más oscuro es aquel que precede a la salida del sol.
¡Un abrazo para tí y el resto de la familia!
TeSs
Santi, ¿qué te voy a contar que tú no sepas, que no te haya contado? El trabajo, esta ciudad, de la que, al contrario que Tess, yo no estoy enamorada (¡ea!) y mira que intento amarla y puedo decir, que, los que estáis en ella, y a los que tanto os quiero, me enseñáis a ello. Echo de menos Albacete, su cielo maravillosa e intensamente azul, su luz, a mis padres, a mi sobrino, a mi hermano y a mi cuñada, a mis «amigos de toda la vida», a mi parroquia (ese olor… sólo huele así en mi parroquia) las flores del Altozano y caminar lentamente sabiendo que puedo llegar a cualquier sitio… Tantas cosas… Y yo no tengo antídotos en la habitación de al lado… Y no lo digo por quejarme ni por dar pena. Sé que no estoy sola, aunque a veces atraviese un desierto.
Sabes que me encanta leerte, no lo dejes por favor, siempre que tu tiempo tan «bien estirado» 😉 te lo permita.
Un abrazo enorme