¿Qué quieres de nosotros, Jesús? (Mc 1, 21-28)

Es la reacción de alguien que lo oyó en la sinagoga y se revolvió. Y tuvo que gritárselo seguramente enojado, contrariado, inquieto.

A mi me surje el mismo grito y la misma inquietud cuando «le oigo» en la Palabra de muchos días, cuando «le oigo» en el testimonio de testigos del siglo XXI, cuando «le oigo» en la comunidad y en las necesidades que percibo en el mundo que me rodea. ¡¡¿QUÉ QUIERES DE MI, JESÚS NAZARENO?!!

Me cuesta un montón saberme en búsqueda. A la vez, miro atrás y descubro muchos pasos de compromiso: mi matrimonio, mis hijos, mi comunidad, mi compromiso con los jóvenes en la escuela Pía… Pero falta algo. Y muchas veces pienso que tal vez nadie me quite nunca esta sensación y que, tal vez, el secreto está en dar pasos pero quedándose siempre con  la certeza de que no es el último y de que Jesús nos espera para algo más. ¿Es ese el secreto Padre?

Mientras, intento vivir cada día mejor y más auténtico. Mañana he quedado con dos personas para plantearles algo nuevo. ¿Se abrirán nuevas puertas? Dejemos entrar al viento…

Un abrazo fraterno

velero

Eran pescadores (Mc 1, 14-20)

Se han terminado las fiestas y aquí estoy de nuevo tras un largo descanso celebrativo. En vacaciones no me veo capaz de escribir. Desconecto hasta de ésto, que no de Dios. El tiempo con mis hijos, mi mujer, mi familia… los villancicos cantados, el pesebre preparado, los paseos dados, las caricias, los gestos, las miradas… son oración, son palabras de Dios también. Pero hoy ya he vuelto a trabajar y en la comunidad estábamos todos. Y, para empezar, este texto de Marcos.

Eran pescadores. Por eso estaban liados con sus redes y sus aparejos de hombres de mar. Por eso estaban a la orilla del lago y no en otro lugar. Tenían clara su tarea, tenían claro lo que eran, tenían claro qué se esperaba de ellos en aquel momento. Y Jesús los fue a buscar allí. Los encontró en su trabajo. En su quehacer. En donde «eran». Y los llamó a ser otra cosa, lo que no invalida lo que ya eran.

Posiblemente estoy llamado a algo más. Pero parece que hoy la Palabra me recuerda que Jesús va a venir a llamarme en el lugar donde «soy» hoy: hoy soy trabajador, estudiante, marido, padre y hermano. Y tengo que estar en mi casa y en mi oficina. Y en mi comunidad. Esos son mis lagos. Y tengo que estar entre apuntes, ordenadores y juguetes. Esos son mis aparejos. No hay otra puerta hoy. Yo sé lo que soy HOY. No tengo ni idea a lo que se me puede llamar más. Vamos a centrarnos pues en el lago, en nuestras cositas… y así Jesús sabrá dónde encontrarme.

Un abrazo fraterno

Una historia de Adviento: Capítulo 17

Sofía se mira al espejo y sonríe. Con suavidad, su palma de la mano acaricia sus mejillas, sus ojos, su frente, sus labios. Ya no hay rastro de los golpes desde hace semanas pero hoy es el primer día que se da cuenta. Hoy es la primera mañana en la que se ha buscado tras salir de la ducha. Su cuerpo está desnudo. «Contempladlo, y quedaréis radiantes, / vuestro rostro no se avergonzará«. La edad y la vida no pasan en balde y aunque no se ve «guapa» se contempla digna, hermosa en su dignidad de mujer que está ganando una batalla más.

– Pasa – responde Sofía tras oír que llamaban a la puerta.
– Soy yo. – dijo Fatima asomando su cabeza. – ¿Puedo pasar?
– Sí, claro.
– ¿Qué haces? – preguntó Fátima arrugando las cejas.
– Mirándome. Con-tem-plán-do-me. – respondió Sofía sin girar la cabeza y mirando a su acompañante a través del espejo. – Deberíamos mirarnos más, ¿sabes? Mirarnos con más amor. ¿No dicen que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios? ¿Qué coño hacemos buscándolo en tantos sitios? Aquí está. Lo tengo delante. Este es su pesebre, su portal, su establo. No es el mejor alojamiento. Ni el más cómodo. Ni el más hermoso… Pero es el mío. Lo único que tengo.  – Sofía comenzó a llorar y la voz empezó a quebrarse sin que ella tuviera la menor intención de parar. – He sufrido mucho y también he hecho mucho daño. No soy la persona más buena del mundo. Él lo sabe. No tengo ni idea de qué va a ser de mi vida cuando salga de aquí. Pero deseo con todas mis fuerzas que Jesús venga a nacer aquí, en mi. Y que no se vaya nunca más.

«Aquel día no te avergonzarás de las obras con que me ofendiste, porque arrancaré de tu interior tus soberbias bravatas, y no volverás a gloriarte sobre mi monte santo. Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor»

Fátima la abrazó por detrás. Y la miró a través del espejo. Y en sus ojos contempló la fe. Y entendió. «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios.»

Continuará…

espejo

Una historia de Adviento: Capítulo 16

Tal vez no era lo tradicional pero a Carlos le sirve. Si le preguntas no sabe cómo explicarlo pero necesita hacer presente de alguna manera el momento que está viviendo y la pequeña «pista» que se le había aparecido en el camino. La Navidad está cerca y Carlos sabe que no está preparardo para vivir lo que Fátima vive. Pero algo muy adentro le ha empujado a comprar ese velón aromático en el Zara Home de la esquina.

Ya en casa le busca un rincón. No quiere que esté a la vista de todos pero tampoco quiere que esté tan escondido que tenga que buscarlo para verlo. Y encuentra el rincón perfecto. En el salón. En una esquina, junto a la ventana. Encima del mueblecito para los CD’s. Pasa desapercibido. Eso le obsesiona. No quiere pasar el trago de que alguien, excepto Fátima, le pregunte que de dónde ha salido el velón, que qué significa. No sabría explicarlo y se sentiría un fracasado. Ésa es su decoración navideña. Toda. No hay más. Para él es mucho. Y muy significativa.

Ahora el día ya ha caído y la oscuridad se apodera de la estancia. Carlos coge la caja de cerillas y prende el chasquido. El velón empieza a dar luz. Es un velón grande y blanco. Y el aroma que desprende es íntimo, penetrante. Carlos lo mira. Y sin saber muy bien a quién van dirigidas, hace suyas las palabras del salmista: «Señor, enséñame tus caminos […] acuérdate de mi con misericordia«. Y sigue con su trabajo. Pero ya no sigue solo.

Continuará…

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Una historia de Adviento: Capítulo 15

La impresora escupe el folio con viveza y entre un ruído bastante molesto para Fátima. La letra es grande pero es un descubrimiento demasiado valioso para dejarlo pasar. Son las primeras palabras de la lectura del profeta de hoy domingo:

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.
Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren,
para vendar los corazones desgarrados,
para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad,
para proclamar el año de gracia del Señor.»

Fátima coge unas chinchetas y lo clava en la primera línea del gran corcho que tiene enfrente de su cama. Es su caja fuerte particular. Otros compran cubículos seguros donde guardar bajo clave dinero, documentos, objetos de extremado valor. Fátima lo airea. Ese corcho muestra su vida y se la muestra a ella y a todo el que ha entrado en su habitación alguna vez. Fotos con momentos y personas, frases, entradas de teatro, cine y espectáculos que han significado mucho. Títulos, premios, diplomas, algún suspenso que la puso en órbita, poesías recibidas y escritas, noticias de periódicos y revistas… Viendo el corcho, uno ve a Fátima. Hoy un folio más. Una Palabra más. Ahora la verá cada mañana cuando se levante y piense en lo que le espera en el centro.

Fátima coge el abrigo y sale para misa. Va a ir sola. Carlos ha llamado para decirle que no va a acompañarla. Tenía una voz seria. «Las cosas no son tan fáciles… ni tan rápidas» piensa ella. «Mientra no se apague la llama… la llama es lo importante, por muy pequeña que esté a veces.» se dice. «No apaguéis el espíritu» dice Pablo. Mientras, todo es posible. Ella lo sabe. Y sabe que Carlos necesita tiempo. El camino no ha hecho más que comenzar y su Adviento particular puede durar tiempo. Fátima, aún así, da gracias al padre por él. «Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros«.

Continuará…

corcho

 

Una historia de Adviento: Capítulo 14

Hoy es sábado pero llueve a cántaros. No tiene pinta de parar y el día se presenta propicio para no salir. Tal vez sea ocasión idónea para descansar. Adviento también cansa. Ya hace dos semanas que empezó la marcha y ha habido de todo. Hoy, levantarse tarde no es fruto de la pereza sino de la sabia necesidad.

El camino también necesita de paradas. Hay que ir tragando todo lo que uno va viviendo. Día de reposo. Ideal para rumiantes.

Continuará…

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Una historia de Adviento: Capítulo 13

Lo primero que hizo Carlos nada más despertarse es ir a buscar el CD de «El lago de los cisnes» de Tchaikovsky. Se lo habían regalado ya hace muuuchos años y hacía ya muuucho tiempo que no lo escuchaba. Carlos sabe lo que quiere porque pone el CD en el reproductor y busca con ahínco una de las pistas. «Creo que era la 13 o la 14» piensa mientras aprieta el botón correspondiente. Y una vez la encuentra configura el modo «repeat» para que una vez termine, vuelva a empezar. Y tal como va, en pijama, coge folios y bolígrafo y se pone a escribir. Lo que sale. Lo que surge. Vomita. Carlos lo vomita todo entre los cisnes rusos. «María se puso en camino y fue aprisa a la montaña«. Carlos no puede esperar. Necesita hacer ese viaje hacia dentro, esa travesía tantas veces cancelada.

La pieza, desde luego, no tiene desperdicio y escucharla es una auténtica fiesta, un placer, un lujo. «Festeja y aclama, joven«. Es una fiesta de los sentidos y una fiesta para el espíritu, que se cobija bajo las notas imaginadas por el compositor. Carlos sigue escribiendo. Se habla de su pasado, de su familia, de sus comienzos y de sus recuerdos. Se habla de sus sueños de niño y de aquello que siempre quiso ser y que ahora parece tan ridículo. Se cuenta sus primeros escarceos con Dios y sus primeras decepciones. Carlos deja por escrito sus heridas y se dice lo que le hace sufrir y lo que le hace llorar. Carlos se cuenta lo que ve en el espejo cuando se mira y escribe si le gusta o no. De vez en cuando levanta la cabeza y con los ojos húmedos degusta la música.

Y Carlos recuerda el fragmento del poema de Pedro Salinas:

Por eso,
pedirte que me quieras
es pedir para ti;
es decirte que vivas,
que vayas más allá todavía
por las minas últimas
de tu ser.

«Yo vengo a habitar en ti -oráculo del Señor.«. Y Carlos descubre la relación entre Isaías y Pedro Salinas, entre Dios y uno mismo. Y le brota un pensamiento, un deseo… «Nace en mi, de nuevo, Señor».

Los cisnes se callan ya.

Continuará…

cisnes

 

Una historia de Adviento: Capítulo 12

Fátima ora a solas en su habitación, con su vela encendida. Ha llegado hace un rato y es consciente de que algo grande está sucediendo y de que el Señor se está abriendo paso en su vida y en la de Carlos. «Te ensalzaré, Dios mío, mi rey; / bendeciré tu nombre por siempre jamás» dice el salmista y eso es exactamente lo que hace Fátima en el silencio de su soledad.

Esta noche Fátima va a soñar con agua, con ríos, con manantiales, con estanques, con fuentes, con preciosos cedros y acacias y olivos y mirtos; con cipreses, olmos y alerces. Esta noche Fátima va a soñar con un paraíso milagroso surgido de la nada. Porque el Señor da de beber al sediento y trae vida allí donde la falta de lluvia había agrietado la belleza.

Esta misma noche Carlos también sueña. Sus oídos oyen correr el agua de los mismos manantiales y sus manos tocan los chorros que brotan de las mismas fuentes. Sus ojos ven los mismos cedros y los sobrios cipreses. Su corazón rumía las palabras salidas de la boda del profeta: «No temas, yo mismo te auxilio.»

Fátima y Carlos pasan su primera noche juntos sin compartir cama.

Continuará…

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Una historia de Adviento: Capítulo 11

Suena el móvil. Los clásicos pitidos Nokia al recibir un SMS.

– «Perdón. Un segundito.» – dice Carlos en alto sabiendo que sólo suele recibir mensajes cuando algo urgente le tiene que ser comunicado.

Su temperatura corporal ha subido de repente. Le basta un segundo para agobiarse. Teclea con velocidad y mira fijamente la pantalla de su teléfono.

«YA TIENES LA RESPUESTA QUE AYER ANHELABAS. EVANGELIO DE HOY. TQ.»

Era de Fátima. Carlos ni siquiera parpadea. Como un autómata se va directo a su mesa y abriendo el google escribe «evangelio del día» y pincha en el primer enlace que le sale. Sus ojos no se despegan del monitor leyendo: «Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.» Carlos se dejó caer en la silla y volvió a leer. Al instante cogió el teléfono y respondió a Fátima.

«TE VOY A BUSCAR AL CURRO. TQ»

Continuará…

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Una historia de Adviento: Capítulo 10

El salón dormita a oscuras. Carlos está muy despierto. Demasiado para su gusto. Las luces multicolor del árbol de Navidad salpican las paredes. Fátima se lo había comprado ayer en los chinos. Ella sabía que un pesebre era demasiado así que optó por el adorno laico. Carlos lo ha tenido encendido desde que volvió del trabajo y ahora decidió darle todo el protagonismo mientras él ordena sus ideas. Todo le bulle por dentro: la insatisfacción laboral, lo que siente por Fátima, la «morriña» por su tierra y su familia, la tristeza de haber perdido a su niño interno en alguna curva del camino, el lamento por algunas decisiones tomadas…  Carlos tiene ganas de gritar. » Dice una voz: «Grita.» Respondo: «¿Qué debo gritar?» . También tiene ganas de llorar. No sabe cómo coger el toro por los cuernos. No tiene ni idea de qué grifo abrir primero.

Cuando termina de marcar el último número en el móvil, siente los dedos y las manos agarrotadas y la faz tirante. Quiere que en ese momento se lo trague la tierra. Se siente muy pequeño y añora no poder acurrucarse en el regazo de su madre como cuando era un bebé. La voz de Fátima responde al otro lado del auricular y Carlos rompe a llorar. Está desconsolado. Fátima nunca lo había visto así, tan abajo. Ella guarda silencio y, bajito, susurra su nombre de vez en cuando.

«En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres«.

Carlos no entiende porqué todo esto ahora.

– ¿Por qué Fátima? ¿Por qué todo esto ahora? No lo entiendo… no entiendo…
– Lo llevas ahí dentro desde hace mucho. Algún día tenía que salir… – le acaricia ella con  su voz.
– No entiendo… Me siento mal. Me siento una mierda. Un fracasado. Tengo miedo. Quiero que esto se acabe ya…
– No estás solo. Todo pasará. Mantén firme la esperanza. Yo estoy contigo.
– Son tantas cosas… No sé qué debo hacer ahora, qué mierda se supone que debo hacer…
– Bueno. Date tiempo. Espera. Llegará la luz.
– Hablando de luz… gracias por el árbol. – terminó él.

Continuará…

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