Ése es el más grande (Mt 18, 1-5.10.12-14)
El niño…
Ése es el más grande…
¿Por qué no intentamos hacernos más como niños en lugar de intentar convertirlos a ellos en adultos? Cuando voy a una Eucaristía con mis hijos todo es novedad. Por lo de pronto, quieren ver lo que pasa en el altar, donde habla el cura. Les llama la atención la cruz y las imágenes y preguntan quiénes son. Te señalan las velas encendidas en las que pocas veces nos percatamos los mayores y comentan con desparpajo lo que va pasando en la celebración. Viven la iglesia y la misa como un «estar en casa» y no se sienten encorsetados ni cohibidos. Quieren acompañarme a la comunión porque saben que es un momento especial.
Cuando en el Adviento pasado experimentamos por vez primera la corona de adviento en familia todos quedamos encantados. Mi hijo quería tocar la guitarra al comienzo y al final de la oración porque eso es lo que más le gustaba y lo que mejor podía ofrecer. No importaba tanto el canto en sí como la actitud de poner en juego aquello que soy y tengo. Era un momento que vivía con especial emoción y, como cada uno, compartía con sencillez lo que más le había gustado del día. Hablaba con Jesús sin verlo pero no recuerdo nunca haberle oído preguntar «¿dónde está?».
Los niños son auténticos y, aunque luchan por valerse por sí mismos, necesitan a sus padres y los buscan con ahínco. Se saben pequeños pero son valientes. Tienen miedos pero se fían y los vencen. expresan su amor sin reparo y también sus emociones. Y ven la vida como un regalo y cada segundo como una oportunidad.
Un abrazo fraterno