Somos unos pobres siervos (Lc 17, 7-10)

No siempre la Palabra es clara. O, mejor, debe de ser que no siempre yo la entiendo. El Evangelio de hoy es un poco desconcertante, al menos para mi. ¿Qué es eso de decir que somos como criados? ¿Qué es eso de decir que tenemos que hacer lo que se nos ha mandado?

 ¿Pero no quedamos que ya no éramos siervos sino amigos? ¿Que nuestro Dios era el Dios de la libertad y el amor? Seguro que sí pero qué Palabra más extraña…

Hoy la oración se me queda en esta duda… Jesús, a veces, también es un poco desconcertante…

Un abrazo fraterno

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Cuidaos vosotros mismos (Lc 17, 1-6)

El fin de semana ha sido de trabajo y convivencia. Y hubo momentos álgidos y alegres, plenos, y otros tremendamente oscuros e inquietantes. Y digo inquietantes no tanto porque la situación sea especialmente desconcertante, que también, sino por mi dificultad personal de moverme con comodidad en aguas turbulentas, en horizontes poco definidos, en la inseguridad de la falta de claridad.

Y siento que he crecido en lo personal. ¿Por qué? Porque en la misma situación, hace algún tiempo, habría surgido un Santi líder, hablador, vomitador de propuestas, de apariencia fuerte y optimista, de creatividad ficticia. Este fin de semana no ha surgido ese Santi. He descubierto un «yo» capaz de plegar velas, de asumir un perfil bajo, con la necesidad absoluta de guarecerse en sus lugares de crecimiento, siendo fiel a la misión pero no por entusiasmo ni apetencia sino más bien por fidelidad y confianza en lo escuchado un día. He descubierto un «yo» silencioso, buscador de soledad. Un «yo» al que no le servía cualquier para estar, al que no le servía cualquier cosa con tal de disfrutar.
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A veces tengo cierta inseguridad cuando hablo de estas cosas. Pienso: ¿será verdad esto que digo? ¿Estaré creciendo de verdad? ¿Lo demás también lo perciben o es pura imaginación y autoconvencimiento personal? Tal vez aún me queda mucho pero lo cierto es que me siento bien por estos descubrimientos personales.

Suelo tender a evitar situaciones de oscuridad. Lo cierto es que estoy comprobando que, pese al dolor y al sufrimiento, me hacen crecer. Es tiempo de cuidarse, de crecer. También para dar pero… mejorando el producto.

Un abrazo fraterno

Ninguno de nosotros vive para sí mismo (Rm 14, 7-12)

Estoy escuchando un disco de danzas contemplativas y reconozco que leyendo esta frase de Pablo de hoy se me han puesto los pelos de punta. Porque tomar conciencia de que tu vida no es para ti conlleva cierto vértigo. Abrirse. Darse. Gastarse. Sacrificarse. ¡Uf!

¿Para quién vivo? ¿Para quién soy? ¿A quién le regalo mi ser mañana tras mañana? Y, dejando que el corazón hable, que las tripas griten, sólo puedo responder que soy para Esther, soy para Álvaro y para Inés. Soy para mis hermanos de comunidad. Y soy para Dios. Hoy por hoy todo mi ser es de ellos. El verdadero ser.

Cuando uno vive para otros la perspectiva cambia. No es posible vivir igual. No hay vuelta atrás. ¡Glup!

Un abrazo fraterno

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Quien no lleve su cruz detrás de mi… (Lc 14, 25-33)

callejon.jpgQué bien me viene el evangelio de hoy. Eso de calcular costes, de echar cuentas, de asumir riesgos… antes de emprender una tarea, de afrontar una batalla, de asumir un compromiso…Renunciar a aquello que me satisface es tal vez una de las cosas que más me cuesta. Cumplir objetivos que impliquen renuncias en este sentido, por tanto, me cuesta enormemente.

Después del agobio de ayer intentando cumplimentar la solicitud de adaptación de estudios en mi nueva universidad el día de hoy ha sido más tranquilo. Las aguas vuelven a su cauce pero debo tener muy presente lo que ayer sucedió. Este cambio me ilusiona y me motiva pero debo ser consciente de mis propias dificultades y mis propias trampas. Cuando lleguen las duras, cuando sepa el resultado de la adaptación, cuando haya asignaturas que me exijan un montón… me llegará el sufrimiento. Será la hora de la renuncia. Sí, de la renuncia. No encuentro otra manera de denominarla. Y ahí estará mi cruz. Construirme a mi mismo es parte fundamental de la construcción del Reino de Dios. Acabar mis estudios es parte fundamental de mi construcción. Terminar mi carrera es, para mi, parte de mi construir el Reino. Ahí estará el Padre acompañándome.

Un abrazo fraterno

Firmes en la tribulación, asiduos en la oración (Rm 12, 5-16a)

El día de hoy no ha sido bueno. Tenía que pasarme por la facultad para formalizar la´solicitud de adaptación de estudios pero no ha podido ser. Por la mañana lo intenté desde el ordenador de casa: error. Pensé que era el ordenador. Por la noche lo intenté desde el portátil: error. Acabé asqueado. Mañana tendré que ir porque acaba el plazo. A ver qué pasa… No estaba preparado para estas dificultades. Se me ha venido el mundo encima. Acabé muy agobiado, pensando que no había valido la pena cambiarme de universidad, que vaya rollo, que ya verás a ver cuántas me convalidan… me vino a la mente todo lo malo… lo más doloroso de mi realidad estudiantil.
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Hoy esta frase de romanos la hago mía: firme en la tribulación. Porque me conozco. Porque me sé frágil en cuanto a motivación y constancia. Porque necesito rodar. Porque me vengo abajo fácil. Porque necesito mantenerme firme, firme en mis objetivos… Ya veremos… Por lo de pronto, oro… aunque no lo tengo nada claro…

Con esto me acuesto, Padre. Acógelo, acógeme.

Un abrazo fraterno

Los dones son irrevocables (Rm 11, 29-36)

Cuando intentamos transmitir a los chicos y chicas de nuestros grupos de catequesis que es importante descubrir los dones que a cada uno le han sido dados, una de las cosas que les decimos es que una de las características principales de un don es que es permanente o, como dice Pablo, irrevocable. Los dones siempre están, permanecen, no desaparecen.

Esto es importante, al menos para mi lo es. Los dones son las armas con las que salgo al cambo de batalla. Y siempre están ahí. Es lo que me ha dado Dios para ser feliz, para construir Reino y para los demás. No hay mucho más. De mi dependerá tenerlas a punto, desarrolladas, cuidadas… De mi depende estar acostumbrando a funcionar desde mis dones pero nunca podré decir que a mi se me ha dado menos, que yo no soy capaz. En mis dones está parte de la llave de mi felicidad y de la capacidad de hacer felices a los que me rodean y de poner a Dios en el mundo.

Un abrazo fraterno

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El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad (Rm 8, 26-30)

¿Por qué me cae tan bien ese tipo llamado Espíritu? Reconozco que me cae tan bien que hasta la palabra designada para nombrarlo me parece una de las más hermosas del idioma castellano.

Nunca lo he visto. Es alguien que no se deja ver tal vez para que «las perlas no sean pisoteadas por los cerdos». No le gusta la fama. Él prefiere los espacios cortos, los encuentros íntimos, los susurros y las caricias. No es amigo de temperaturas extremas y bien parece nacido en puerto de mar: templa los inviernos y hace soplar brisa que alivia el sofoco veraniego.
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Durante mucho tiempo se le ha representado como una paloma, blanca si puede ser (¡ni que fuera madridista!). Yo creo que es imposible representarlo. Ni aún yo, apasionado por el ejemplo, la comparativa, y la necesidad de «algo» soy capaz de imaginármelo como figura, silueta, ser o cosa. El Sr. Espíritu supera la palabra y el gesto, va más allá de lo visible.

Y sí, huele a mar, a horizonte, a libertad, a profundidad, a oleaje, a tormenta, a calma. Se nos escapa de las manos y, a la vez, nos inunda. Es el soplo de Dios en mi cogote. La palmada a tiempo. El bastón necesario. El hombro del amado. La mano del amigo. La mirada del hijo.

Un abrazo fraterno

Se parece a la levadura… (Lc 13, 18-21)

levadura.jpgHoy por la tarde vamos a hacer un bizcocho. Ya lo he hecho muchas veces pero hoy me servirá también para hacer oración, ¡fíjate por donde! Echaré la harina, el azúcar, el yogur, los huevos, el aceite y lo removeré todo para que quedé bien mezclado hasta formar una masa única y espesa. Si pongo esa masa directamente al horno, por supuesto que se hará pero la decepción será máxima: no habrá bizcocho.

La clave está en un ingrediente que puede parecer mágico: la levadura. Una cucharadita basta para que toda esa masa, que multiplica por mucho la cantidad de la levadura, fermente y suba. Ahí está el secreto. También es verdad que la levadura sola, por sí misma, no hace nada. Es en la masa donde ejerce su magia y sus propiedades.

A veces nos afanamos esperando construir un mundo donde todo el mundo sea levadura. Algunos también se preocupan de que la levadura no se mezcle con la masa, no vaya a ser que se infecte. Hoy el Padre, con mi bizcocho, me volverá a recordar que la levadura es poca pero es la encargada de hacer que el mundo sea un bonito bizcocho. Para esto hay que vivir en el mundo, mezclados, con normalidad… en casa, en los trabajos, en las universidades, en los laboratorios, en las iglesias, en los partidos políticos, en los deportes, en las artes, en la música de todo tipo… Si nos encerramos… ¿a quién haremos crecer?

Un abrazo fraterno

Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud… (Rm 8, 12-17)

A veces siento que soy como ese jefe de la sinagoga del Evangelio. A veces me siento esclavo de esa actitud tan mía de poner pegas a todo, de estar continuamente buscando problemas a lo que los demás hacen con toda su buena intención y que, posiblemente, hacen bien. Me repito una y otra que no quiero ser así, que la prósima vez será diferente pero cuando llega el momento algo puede más que mi deseo y me lanzo una vez más a destruir. Suena un poco fuerte e igual no lo es tanto pero quien lo sufré debe estar cansado de recibir mis continuas correcciones, comentarios y reproches.

Estoy llamado a ser HIJO y no esclavo. Estoy llamado a la libertad y no a las cadenas. En esto todavía soy un esclavo. En otras cosas, en cambio, siento que he avanzado enormemente en ese «sentirme hijo». Mi relación con el padre ha madurado y ha ido dejando de ser una relación vertical, jerárquica, temerosa y disciplinada para ser una relación horizontal, de confianza, de conocimiento mutuo, alegre y espontánea. De eso estoy contento.

 Un abrazo fraterno

El mal que no quiero hacer, eso es lo que hago (Rm 7, 18-25a)

podras.jpg¡Qué mal me siento cuando me sucede eso! ¡Qué mal me siento cuando descubro que hay algo muy profundo en mi que a veces me puede, me vence! ¡Qué mal me siento cuando pese a proponerme una cosa, pese a repetírmela cien mil veces, pese a apostar fuerte por ello… acabo haciendo lo contrario!

Es algo que duele en las tripas y que mi mente es capaz de adormecer. Voy dando pasos, y lo sé, pero debo también aprender a saborear el sentimiento de incapacidad, de debilidad, de fracaso. Tal vez deba empezar reconociendo como Pablo que ésto me pasa y lo siguiente será descubrir que Dios me ama así, me acoje así, me acuna, me besa y me repite una y otra vez: «PODRÁS».

Un abrazo fraterno