Hoy por la tarde vamos a hacer un bizcocho. Ya lo he hecho muchas veces pero hoy me servirá también para hacer oración, ¡fíjate por donde! Echaré la harina, el azúcar, el yogur, los huevos, el aceite y lo removeré todo para que quedé bien mezclado hasta formar una masa única y espesa. Si pongo esa masa directamente al horno, por supuesto que se hará pero la decepción será máxima: no habrá bizcocho.
La clave está en un ingrediente que puede parecer mágico: la levadura. Una cucharadita basta para que toda esa masa, que multiplica por mucho la cantidad de la levadura, fermente y suba. Ahí está el secreto. También es verdad que la levadura sola, por sí misma, no hace nada. Es en la masa donde ejerce su magia y sus propiedades.
A veces nos afanamos esperando construir un mundo donde todo el mundo sea levadura. Algunos también se preocupan de que la levadura no se mezcle con la masa, no vaya a ser que se infecte. Hoy el Padre, con mi bizcocho, me volverá a recordar que la levadura es poca pero es la encargada de hacer que el mundo sea un bonito bizcocho. Para esto hay que vivir en el mundo, mezclados, con normalidad… en casa, en los trabajos, en las universidades, en los laboratorios, en las iglesias, en los partidos políticos, en los deportes, en las artes, en la música de todo tipo… Si nos encerramos… ¿a quién haremos crecer?
Un abrazo fraterno