El alzheimer del cristiano (Salmo 105)

Qué Salmo el de hoy… Reproduzco alguna frase:

– «… no comprendieron tus maravillas»muertedesierto
– «… pronto olvidaron sus obras»
– «… no se fiaron de sus planes»
– «… tentaron a Dios»
– «… se olvidaron de Dios, su salvador»

Que sensación más escalofriante. ¿Haré yo esto a veces? ¿Me olvido de Dios? ¿Dejo de fiarme de Él cuando llego al desierto? ¿Olvido? Buf, qué mal rollo… Olvidar… Seguro que lo hago cuando llegan los tiempos duros. También como pueblo lo hacemos, como Israel, como familia… Nos quejamos y miramos a Dios con desprecio cuando nos toca la enfermedad, el dolor, el sinsabor, el desconcierto, la aridez. Olvidamos. Olvidamos todas las bendiciones anteriores y dejamos de comprender.

Jesús nos lo puso más fácil. Jesús fue como uno de estos manuales para tontos. «The Kingdom for dummies»… algo así… Ya no fue Israel sino Él mismo el que lo experimentó. Él mismo experimentó el desierto, la tentación, el abandono, la traición, la desesperación, la soledad, el rechazo, la persecución, la cruz… Lleno de pedagogía, Dios nos mostró con el Cristo, con su Hijo, el camino hacia la tierra prometida, la Resurrección. Y en ese camino hay desierto y soledad y dolor y persecución y cruz… y muerte. 

Parece que cuando Israel salió de Egipto se esperaba un camino de rosas, propio del estado de bienestar actual. ¡Bien! ¡Qué majo es el Señor que nos libera y nos promete! No se esperaba un camino largo, duro y, a veces, desconcertante.

Señor, ayúdame a no olvidar, a fiarme, a mantener mis ojos fijos en ti en la calurosa aridez y soledad del desierto.

Un abrazo fraterno

Nube baja (Éxodo 40, 16-21. 34-38)

La nube del Señor… Siempre sobrevolando mi cielo. Presencia continua. Yo la siento ahí. La veo. Es Dios, que está siempre. Es el Espíritu que sopla. Es la mano que me guía. nubebaja

Siempre dispuesto a levantar el campamento e irme, caminar tras el Señor, a tierras nuevas, lugares distintos, misiones particulares…

Esperar es lo que más me cuesta. Ese tiempo en el que toca estar, reposar, trabajar día a día en algo, con la sensación de que la nube se levantará pronto, con la sensación y con el deseo…

Señor, hoy te pido concreción. Que la nube se levante, que me guíe, que me lleve, que no deje que me pierde, que me extravíe, que me acomode…

Un abrazo fraterno

Tengo una cita con Dios (Éxodo 33, 7-11; 34, 5b-9. 28)

Qué preciosa es la primera lectura de hoy. Es una Palabra con la que Dios me susurra amorosamente tantas cosas…

1) TIENDA DEL ENCUENTRO – ¿Tengo yo una tienda del encuentro? ¿Dónde me retiro a encontrarme con el Señor? ¿Qué espacio o lugar dedico o dispongo para hablar con el Padre? Moisés la sitúa fuera del campamento. Su tienda le obliga a salir, a dejar, a parar, a ir… Es verdad que uno puede hacer oración de muchas maneras, en su actividad diaria, compartiendo ratos de familia, en el metro… Pero creo que el Señor también pide momentos en los que el encuentro sea consciente, elegido, exclusivo… y me obligue a caminar, a salir, a ir hacia Él. En el momento de vida actual ésto me cuesta mucho. Con tres niños pequeños, me está siendo muy complicado para salir de casa, ir un ratito a la Iglesia, acercarme al sacramento de la reconciliación, orar frente al Sagrario… No desfallezco y he buscado mis ratos de soledad para orar en casa pero no es lo mismo. Poco a poco. El Señor conoce mis limitaciones. Sigue esperando…

2) CARA A CARA – Con el Señor hay que hablar como Moisés, cara a cara, mirándole a los ojos y dejándonos mirar por Él. Ya Jesús lo dijo: no os llamo esclavos sino amigos. No hay que tener miedo. Si me apuro, ni siquiera un excesivo respeto paternal. El Señor Dios es Padre cercano, comprensivo, misericordioso… Sabe quién soy, me conoce, me quiere… Espera mucho de mi pero no me asfixia ni me agobia cuando los resultados no se corresponden… Al contrario, me anima, me acaricia, me da la mano. Me dice las cosas con claridad y espera lo mismo de mi. Ya en la época de Moisés, nuestro Dios era 2.0, de comunicación e interacción bidireccional. ¡Qué maravilla! 

3) JUSTICIA Y GRACIA – Así es mi Dios. Justo y misericordioso. Leyendo hace poco la encíclica de Benedicto XVI, «Spe Salvi», me encantó la parte final dedicada al juicio final. Explicaba en ella que justicia y gracia van íntimamente de la mano. Si sólo hubiera justicia, pereceríamos por nuestros pecados. Si sólo hubiera gracia, todo valdría y Dios no sería justo. Por eso ambas van de la mano. Se nos juzgará, sí, pero con inmenso amor. Ojalá sea capaz de orientar mi vida para saber responder a ese amor con mucho amor con mi prójimo.

Gracias Padre por tu palabra de hoy. Gracias por encontrarte conmigo. Gracias por mirarme a los ojos. Gracias por quererme,

Un abrazo fraterno

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Salgamos… y recemos. De Moisés a Francisco. (Éxodo 32, 15-24. 30-34)

La verdad es que leer la historia de esclavitud del pueblo de Israel en Egipto, la llegada de Moisés, la salida del pueblo, su deambular por el desierto, la acción protectora de Dios en el camino… y encontrarse con el pasaje de hoy… es duro. Yo me pregunto si yo también seré igual. ¿Seré igual? Posiblemente.3519216197_14b97ce71a

¿Cómo puede un pueblo al que Dios mismo se le ha manifestado, un pueblo que ha sido liberado, un pueblo que ha sido guiado y protegido, que ha visto prodigios realizados por la mano del Señor Dios… ser de memoria tan frágil? ¿Cómo puede hacer desaparecer todo eso de un plumazo y construirse nuevos ídolos a los que adorar? ¿Cómo, personas buenas y justas, pueden perder la cabeza y crear dioses paganos de oro?

La espera, el silencio de Dios, la pérdida de intensidad en su fe, su inmadurez… Moisés desaparece y el Dios al que siguen se calla. Es un momento de espera, de pausa, de estar a medio camino en terreno desconocido. Momento peligroso. Ya no hay nadie que dirija, ni que guíe, ni que ordene, ni que imponga su criterio… y el pueblo demuestra no estar maduro en su relación con Dios. Le molesta encontrarse a solas con su propio camino, con su propia llamada, con su propia respuesta. Momento peligroso. Y cae en la tentación. La tentación de buscar respuestas en otros sitios, de seguir a otros líderes, de poner las esperanzas en aquello que me cautiva los ojos, que me devuelve el fervor, que me hace sentir cuidado. Que eso sea ficticio y mentira, en el fondo, da igual.

Es un claro aviso a todos. ¡Qué fácil es caminar y dar respuesta cuando hay alguien que dice por dónde ir, cómo responder! ¡Qué emocionante es ver y sentir que Dios me llama, que me sale al encuentro, que me protege, que realiza «milagros» por mi! ¡Qué fácil es dejarlo todo y ponerse en camino de una tierra prometida cuando uno vive esclavo, asediado, agotado, cansado, machacado! Pero… ¿qué pasa cuando dejan de pasar cosas? ¿Qué pasa cuando llega el silencio, la quietud, la impertinente calma? ¿Qué pasa cuando desaparece el apasionado enamoramiento y llegan los momentos más áridos del amor? ¿Qué pasa cuando la tierra prometida no llega y uno no sabe muy bien ni dónde se encuentra ni qué se pide de Él? ¿Qué pasa cuando nadie guía? ¡¡Atención aquí!! ¡¡STOP!! ¡¡Peligro!!

El Papa nos ha reiterado una y otra vez que salgamos, que no tengamos miedo. Pongámonos en manos del Señor y cultivemos nuestra relación con Él. El peligro llegará, como le llegó a Israel, y, entonces, habrá que estar a la altura del Dios que nos salva. Tal vez Israel se dejó llevar sin acabar de dejarse traspasar por la llamada liberadora. No nos puede pasar igual.

Un abrazo fraterno

Dios también te espera en bañador (Génesis 46, 1-7. 28-30)

No me digas que nunca lo has hecho. ¡Es genial! Te metes en el mar, bajo el sol, y te tumbas boca arriba con los ojos cerrados. Sin oponer resistencia. Sin miedo. Y dejas que las olitas, que la marea te lleve… Cuando tus pies empiezan a golpearse con la arena del fondo y la espalda empieza a rozarse, es que ya estás en la orilla de nuevo. Abres los ojos y todo es distinto. No hay nada tuyo cerca. Ni rastro de tu toalla. Sombrillas desconocidas. Caras nuevas. Señoras que no estaban cuando te metiste. Has aparecido en un lugar distinto e inimaginable cuando decidiste darte el baño.

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Hoy la Palabra nos habla de eso. Desde la primera lectura hasta el Evangelio, la propuesta del Padre hoy es veraniega y refrescante. Liberadora. Hoy el Padre viene y me pide que me dé el chapuzón, que me adentre en el mar y que no me preocupe, que deje mi vida en sus manos y que Él me irá llevando.

Muchas veces he intentando explicar que nunca fui demasiado racional en mi toma de decisiones. Eso no quiere decir que no las pensara, que no ponderara ventajas y dificultades… pero siempre, al final, me he dejado llevar por lo que yo siempre he llamado la «intuición del Espíritu». Es esa brisa que te lleva hacia un sitio. Esa voz que te dice que venga, que por aquí. Esa ilusión serena que te impulsa hacia aquello que sientes te hará inmensamente feliz. No tiene sentido para muchos. No es razonable para otros. No se comprende para algunos. Pero yo siempre decidí de esa manera. Así me vine a Madrid hace ya 13 años, sin casa, trabajo y con la carrera sin terminar. Así empezamos nuestro noviazgo Esther y yo y decidimos casarnos. Así aparecí un año en Cercedilla y comenzó un precioso camino pastoral en la Escuela Pía. Así nos embarcamos en la aventura comunitaria con Felipe y Stella. Así celebramos la llegada de Álvaro, de Inés y la decisión de querer un tercer hijo y celebrar con gozo la llegada de Juan… Intuiciones maravillosas. Y llegó iMision y las redes y el Vaticano y Roma y CONFER y charlas y ponencias… ¡y la Fraternidad!

Efectivamente hay que estar dispuesto a abandonar seguridades y asumir riesgos. Hay que estar dispuestos a conocer lugares nuevos y sentirte en casa siempre, en todo lugar, con cualquier persona. Hay que estar dispuesto a seguir la voz de Dios y dejarse llevar.

Lo que para otros es imposible, a mi siempre me ha resultado liberador. Es la libertad de aquel que intenta poner sus sustento en el que no se muda.

Un abrazo fraterno

Señor… ¡ya te vale! (Génesis 22, 1-19)

Abrahán estaba dispuesto a sacrificar a su hijo. Y por eso, el Señor lo bendice. Lo dice muy claro el ángel del Señor: «por no haberte reservado tu hijo único»… Reservar… El Señor bendice a Abrahán porque está dispuesto a darlo todo, a no quedarse con nada, a vaciarse, a estar disponible para Dios en su totalidad. ¡Qué libertad!

¿Cómo ando yo de libertad? ¿Y tú? Podría hacer una lista de lo más valioso de mi vida y de aquello que, por qué no, me aporta seguridad para seguir viviendo. No sé si sería una lista enorme o moderada, nunca me he puesto a ello… pero creo que no me sería complicado confeccionarla. Te propongo que hagamos juntos ese ejercicio. Por un lado nos ayudará a saber cuáles son nuestros tesoros y por otro, en un segundo momento, nos pondrá delante de nuestra libertad. ¿Estaría dispuesto a quedarme sin todo eso? Recordemos la historia de Abrahán: Isaac es fruto de la promesa del Señor, ya en su vejez. Hijo único, el futuro de la casta de Abrahán. Es, sin duda, lo más valioso que tiene. Pues ahora vamos a nuestra lista y elijamos… ¿Soy capaz de quedarme sin ello por el Señor?

Pero no es lo único que sacamos de la Palabra de hoy. Porque ¿cómo es posible que Dios le pida a Abrahán que reniegue de lo que Él mismo le había concedido? ¿Es que Dios cambia? ¿Es un Dios caprichoso? ¿Es posible que su voluntad para mi sea volátil, como el IBEX? ¿Qué pasa aquí? Si yo fuera Abrahán estaría completamente desconcertado… He leído varias catequesis e interpretaciones de esta Palabra y no todas dicen lo mismo. Yo prefiero quedarme con las preguntas, con el misterio. Somos hombres y no todo es tan claro a veces. A veces atribuimos a Dios la causa de nuestros propias confusiones, de nuestros propios enredos… Otras veces, el Señor nos exige dar pasos… Tengo que rezarlo más, abrir el corazón y que el Señor me ilumine en todo momento.

Un abrazo fraterno

Dios, yo y las cuatro estaciones (Génesis 17, 1. 9-10. 15-22)

Dios te cambia el nombre. Dios te transforma. El amor de Dios hace que no puedas ser ya el mismo. Mientras lo siga siendo, mientras siga ensimismado en mi ombligo, con mis temas de siempre, mis miedos de siempre, mis problemas de siempre, mis debilidades de siempre, mis bajezas de siempre… es que todavía Dios me queda algo lejos. No por Él sino por mi.

El Señor le pide a Abrán lo mismo que me pide a mi: «CAMINA EN MI PRESENCIA CON LEALTAD». Y me viene ahora la mente el sistema solar y las estaciones… Cuando la Tierra se aleja del sol, en su movimiento de traslación, estamos en invierno. Cuando la Tierra se acerca al sol, llegan la primavera, el calor, la floración… Dios es mi SOL. Dios debe ser el centro de mi sistema. Cuanto más cerquita de Él me mueva… más flores, más largo es el día, más luz, más calor… El sol no es quien viene ni va. Dios no se mueve. Dios me ama y no se mueve de su amor. Soy yo el que voy y vengo. Por eso Dios me lo deja claro. No es una orden para su propia satisfacción. Es una orden para mi felicidad, para mi plenitud. Es un mandato de amor. «Camina cerca de mi y mi calor, mi luz, mi amor… te cambiará, te transformará y las bendición llegará a tu vida, la felicidad, la paz…»

Traslación

¿Dónde pongo yo mi centro? ¿Qué hago con este mandato de Dios?

Hay, incluso dentro de la Iglesia, personas que no se creen esto; que no creen en que la vida les irá mejor si ponen a Dios en su centro y se despreocupan. Yo sí me lo creo y asisto a los milagros diariamente. También es verdad que a lo que yo llamo milagro, otro, tal vez, le llame… «casualidad». No me importa. Al contrario, doy gracias por tanta milagrosa casualidad…

Un abrazo fraterno

Nuestro amigo Abrán, el atribulado (Génesis 15, 1-12. 17-18)

El Evangelio de hoy tiene miga: los falsos profetas. Podría orar con ello si no fuera porque la primera lectura me ha llamado poderosísimamente la atención. No será por no haberla leído antes pero hoy… cobra un cariz especial.

Abrán tenía miedo y estaba preso de enormes preocupaciones sobre su descendencia, sus tierras, etc. Abrán vivía atribulado igual que estoy yo en algunos momentos. Igual que lo estás tú. Abrán es hoy alguien muy cercano a cualquiera de nosotros en su preocupación, en su tribulación.

corazon nuevoY Dios sale al paso. Y le promete a Abrán algo que, en ese momento, es inconcebible. Abrán responde desde la fe. No hay muchas más posibilidades. Abrán no encuentra respuesta a sus problemas, no los ve solucionados; simplemente cree que la Palabra del Señor sobre él se cumplirá. Y lo que hace es responder poniendo a los pies del Señor lo que tiene, abriendo su corazón a la omnipotencia del Padre Creador. ¡Cuántas veces nosotros NO CREEMOS sino que pedimos que las dificultades, los problemas, las preocupaciones… desaparezcan! ¿Soy consciente de la promesa del Señor para mi? ¿La he escuchado alguna vez? ¿Me creo esa Palabra? 

Abrán, humano él, pregunta también algo muy de humano: ¿Cómo me voy a dar cuenta de que tu promesa se hace realidad? El Señor no responde a esa pregunta y sólo le pide confianza, entrega, fe, respuesta. El Señor sabe que Abrán se dará cuenta cuando llegue el momento. El Señor sabe que la clave no está en el resultado sino en la transformación del corazón de Abrán. Cuando yo me convierta, aumente mi fe, ponga toda mi confianza en la promesa de mi Padre, lo ponga todo a sus pies… posiblemente la Palabra sobre mi se cumpla.

Y el final de la lectura es curiosísimo: la alianza se fragua en la tiniebla, en la oscuridad, en medio de un Abrán aterrorizado. Da que pensar y que orar, mucho.

Señor, cambia mi corazón, concédeme más fe, más confianza… que pueda decir: «CREO».

Un abrazo fraterno

Un pastor, un rebaño… ¡sólo faltas tú! (Ezequiel 34, 11-16)

Soy oveja, como decía mi amiga Susana hace poco en su blog, y leo la primera lectura y me produce tal sosiego que creo que ser oveja es lo mejor que me ha podido suceder jamás. ¡Ojo! Porque tengo el pastor que tengo…

Tú también eres oveja y también tienes el mismo pastor. Él te está buscando y el rebaño no es lo mismo sin ti. Todas vemos en él la preocupación en su rostro pensando qué será de ti en ese mundo lleno de lobos. ¡Cuántas veces nos ha dejado solas para adentrarse en el bosque gritando tu nombre! ¡Cuántas veces hemos bajado la cabeza viendo que volvía solo, una vez más, sin ti!pastores y ovejas

Cuando llegué al rebaño, yo no conocía a muchas de mis compañeras pero enseguida descubrí que todas teníamos algo en común: habíamos sido elegidas por él, por el pastor. No porque fuéramos mejores que otras o diéramos mejor lana. Nos elegía sin razón, por amor tal vez. Quería que su rebaño fuera grande y nos iba agrupando poco a poco. Ahora somos muchas pero todavía no estamos todas. Él lo sabe y no descansa a gusto cuando llega la noche.

Mi vida antes era distinta. Era oveja, por supuesto, pero mis condiciones eran terribles. No tenía rebaño ni pastor. Me sentía sola y ni siquiera sabía que esa lana que yo llevaba puesta, podía servirle a alguien de abrigo. Ni siquiera sabía que llevaba leche en mis ubres con la que alimentar al hambriento. No sabía casi nada de mi misma. A veces encontraba comida y a veces no y muchas veces me tiraba en el camino, agotada de dar vueltas buscando pastos en los sitios donde nunca los había. Pero él me encontró y me trajo aquí. Los peligros son los mismos y la vida es parecida pero él nos conduce, nos cuida, nos cura cuando nos herimos, nos canta, nos acaricia… Nos protege cuando se acercan los lobos y nosotras confiamos tanto en él que hasta confiamos más en nosotras mismas…

Pero faltas tú. No sé tu nombre ni por qué caminos andas. Pero él te encontrará si tú no te escondes. Déjate encontrar. Te necesitamos en nuestro rebaño. Queremos quererte. Y cuidarte. Y arroparte. Y que nos cuentes qué ha sido de tu vida hasta hoy… No corras si le ves venir. Él cambiará tu vida de oveja.

Un abrazo fraterno

Tobías y Sara: unidos en la dificultad (Tobías 6, 10-11; 7, 1. 9-17; 8, 4-9a)

Hay momentos en la vida en los que parece realmente que alguien te está gastando una broma muy pesada. Ese alguien, incluso, puede llegar a ser Dios. Miramos arriba, sin entender nada, y con la sensación de que se está jugando con uno porque la vida no puede ser tan cruel. Eso mismo le estaba pasando a Sara, en la primera lectura, que ya había enterrado siete  maridos. Y lo que parece una historietilla del Antiguo Testamento, a mi me parece una historia que tiene mucho que decirme hoy.

familia unida1. Lo primero es lo ya comentado. Una familia en desgracia que no entiende nada de nada, que vive sumida en una tristeza profunda, fruto de una desgracia tras otra. Unos padres que sufren. Una hija que parece tocada por la mala suerte, o por el mal directamente… Una situación de indefensión tremenda en la que, sin embargo, Dios sigue estando presente. Esa familia sigue guardando esperanza en su corazón, sigue creyendo en su Dios y, pese a que podrían caer en la tentación de mirar arriba y hacerle causante de sus males, siguen esperando de Él la acción que cambie «la tristeza en gozo». ¿Cómo vivo yo situaciones similares? ¿Cómo me enfrento a las situaciones personales de dolor? ¿Qué hago con Dios, qué hacemos con Él, cuando dejamos de entender las cosas y el sufrimiento empieza a hacer mella profunda en el corazón?

2. Tanto Sara, como su padre, como Tobías, como la madre… todos hacen lo que tienen que hacer. Son fieles a sí mismos, a su vocación, a la llamada de Dios. Pese a lo sucedido anteriormente, metiéndose posiblemente el miedo en el bolsillo, siguen caminando y dando pasos. No se paran. No se rinden. No se venden. No buscan la evasión ni lo fácil. Siguen picando piedra allí donde les ha dicho el Señor y siguen poniendo su confianza en Él. Son fieles. ¿Y yo? ¿Y tú? ¿Qué tenemos que aprender de esta lección de humildad, fidelidad y confianza?

3. Y por último, la oración. Ponerse en manos de Dios. Saber cuáles son herramientas eficaces del creyente. Eso hacen Tobías y Sara antes de consumar el comienzo de su unión. Rezan. Hablan con su Padre y le piden, acuden a Él con confianza filial y le ponen delante su proyecto de futuro. Rezar. Rezar cuando empezamos un proyecto, cuando tomamos una decisión, cuando afrontamos un reto, cuando tenemos miedo, cuando anhelamos algo, cuando necesitamos algo… Él nos escuche amoroso y recibe nuestra súplica con los brazos abiertos. La oración nos transforma y es herramienta indispensable de cualquier caminante.

Hoy pido por toda esa gente que sufre, que prácticamente no sabe lo que es no sufrir, y hago mías las palabras de la madre de Sara: «Que el Dios del cielo cambie tu tristeza en gozo».

Un abrazo fraterno