Oh Dios, nos rechazaste (Salmo 59)
Qué doloroso es la experiencia del salmista. Siente, en lo profundo de su corazón, que Dios lo ha rechazado, ha rechazado a su pueblo, a su familia… Siente que lo ha agrietado, que lo ha sacudido, que lo ha hecho sufrir un desastre… Y le pide que vuelva, que repare el daño, que lo auxilie de nuevo…
Si me paro a pensar, me da cierto reparo pensar que el salmista, no es que sienta que Dios le ha abandonado en su sufrimiento, sino que el sufrimiento ha sido mandado por Dios mismo. Me producen rechazo esos sentimientos… porque yo creo en un Dios que no me «envía» el mal, que no me hace sufrir, que no me manda castigos por mis pecados… Pero a la vez intento ponerme en el lugar de ese pueblo, de ese salmista, que ha visto como se ha venido abajo todo, todo, todo… cómo sigue envuelto en calamidades infinitas… cómo llega un momento en que puedes llegar a sentir que Dios no sólo lo permite sino que puede estar detrás de tanta calamidad… que puedes haber sido tan malo como para airarlo de esa manera…
Sentimientos humanos. Sentimientos legítimos. Sentimientos que, a la postre y aunque parezca lo contrario, nos acercan al Padre. El salmista acaba pidiendo auxilio y reconociendo que solo nada puede. Es una experiencia personal e intransferible. Y el Padre la conoce…
Un abrazo fraterno