Ganar el mundo, arruinar la vida (Mt 16,24-28)

Negarse, cargar, perder, arruinar…

Venir, seguir, salvar, encontrar, ganar…

Qué evangelio el de hoy. Cuántos vernos, ¿verdad? Y manteniendo una dura pugna entre el bando de la derrota y el bando de la victoria. Un ejemplo perfecto de la tensión que se nos propone y de la paradoja de una vida que se gana cuando se entrega.

Tal vez sea uno de los evangelios más duros. Tal vez uno de los más importantes. Con Cristo, se gana perdiendo. Con Cristo, se salva uno, cargando cruz. Y los que no seamos capaces de interiorizar, orar y asumir esto… nunca seguiremos a Jesús en verdad y, posiblemente, nunca encontraremos el sentido de nuestra existencia.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Tocar el cielo (Mt 17,1-9)

La transfiguración antes de la Pasión. Porque era necesario contemplar el cielo antes de pasar por la más terrible prueba de dolor y sufrimiento que se podían imaginar.

Jesús nos permite ya tocar un poquito el cielo aquí en la tierra, contemplar toda su grandeza y sentir el aroma de la felicidad más grande. Nos lo permite. Es como un trailer, como un adelanto de lo que nos encontraremos a su lado. Y eso nos debe animar y sostener en este «valle de lágrimas». La victoria es segura, aún cuando la oscuridad a veces se torne insoportable.

Ojalá sepamos mirar, sepamos escuchar y sepamos experimentar la fuerza de Dios en nuestras vidas. No para quedarnos a gusto sino para preparar al corazón y educarlo en los anhelos más maravillosos y dignos.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Andando sobre las aguas (Mt 14,22-36)

Lo hacemos más a menudo de lo que creemos. Sí, eso de andar sobre las aguas. Es como un «andar descalzos por el parque» o un «bailar desnudos bajo la lluvia». Permíteme estas comparaciones, salvando las diferencias.

La vida nos trae tempestades que nos tambalean y nos llenan de desasosiego. Nos zarandean, sacuden nuestras seguridades, nos descentran y nos hacen sentir que todo se viene abajo. Esa es la imagen del Evangelio de hoy. Un puñado de hombres siendo zarandeados por una gran tempestad que cambia sus vidas.

¿Qué te dice Dios ante esto?

  1. Él está cerca. No ha huído. No ha desaparecido. No te ha dejado solo. Las tormentas vienen y se van. Las turbulencias están ahí. Son parte de nuestra vida. Algo natural. Y Dios no te deja solo.
  2. No centres tu oración ni tus deseos ni tus fuerzas en hacer que la tempestad se calme. Tal vez sea batalla perdida. La enfermedad, los disgustos, la muerte, el dolor, los cambios, la pérdida de trabajo, las crisis, el coronavirus… todo eso llega y Dios lo permite. Centra tu oración en poder «andar sobre las aguas». Que el Señor te dé fuerza para caminar aún cuando las cosas están feas. Esperanza, fortaleza, valentía, fe, confianza… eso es andar sobre las aguas.
  3. Da miedo. Casi más que la propia tempestad. Da miedo sentir la fuerza de Dios sobre la propia vida. Entran dudas sobre uno mismo. Todo tiembla. Es normal. Y aún así, ahí está Jesús sosteniéndote y diciéndote que no tengas miedo.

Así que ya sabes. Puedes. Es posible. Con el Maestro. Anda, anda sobre las aguas y no tengas miedo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Qué pasa con los peces? (Mt 14,13-21)

Sólo ve el milagro aquel que cree. La fe es condición indispensable para ser testigo de un milagro del Señor. Porque los milagros no son juegos de magia, ni demostraciones poderosas de Jesús. Cuando leamos un milagro en los Evangelios, vayamos más allá y no nos dejemos enredar en los detalles de la moderna racionalidad.

Cuando leo el milagro de la multiplicación de los panes y los peces para aquellos 5000 hombres y mujeres, el mensaje que recibo es: Jesús sigue alimentando hoy también a su comunidad, a quién le sigue. Y se sirve de otros y de lo bueno de cada uno para obrar el milagro.

Llama la atención que habiendo cinco panes y dos peces, Mateo, de repente, deja de hablar de los peces y habla sólo del «partir y repartir» de los panes. ¡Pero si los peces era lo más jugoso del menú! ¿Qué ha pasado? Sencillamente que el evangelista ha querido dejar la imagen de la Eucaristía, de ese pan partido y compartido que hoy sigue siendo alimento para todos nosotros en la comunidad eclesial.

No pasemos hambre. Sigamos al Señor y busquemos su alimento. Vayamos a la Eucaristía y comamos. Y nuestra vida será saciada.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Quiénes son alimento para mí? (Mt 14,13-21)

Más allá de la Eucaristía que, evidentemente, es el mismo Cristo, creo que es bueno que, a la luz del Evangelio de hoy, pensemos quiénes son aquellos y aquellas que han sido alimento para nosotros en nuestra vida. ¿Qué personas nos han «dado de comer» en algún momento y nos han permitido crecer, seguir caminando, saciar nuestra hambre?

No siempre en mi vida me alimento bien, Señor, Tú lo sabes. A veces busco la «fast food» espiritual y me trago lo que me proporciona placer y satisfacción inmediata, aún sabiendo que, a la larga, no es bueno para mi espíritu. A la vez, Padre, reconozco en mi vida a muchas personas que son alimento bueno para mí. Tengo amistades sólidas y valiosas, que me acompañan, me conocen y me quieren en verdad. Tengo esposa, hijos, padres… una familia magnífica que me acoge con todas mis miserias, me perdona y me ama. Tengo compañeros de misión en el camino de la fe, laicos y religiosos, una comunidad, que reza conmigo, que me aportan sus testimonio, que son ejemplo para mí… Todos ellos consiguen mantener mi alma en justa tensión y compensar la comida rápida que llena mucho y aprovecha poco.

Ojalá yo, Señor, sea también proveedor de buen alimento para muchos.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Experimentar al Señor (Jn 20,24-29)

Que no, que Tomás no está dispuesto a creer si no «toca» al Señor Resucitado. Le da igual lo que los demás le digan. Él necesita «tocar».

Este Evangelio hoy me da dos pistas muy importantes tanto para mí, como creyente, como para mi labor evangelizadora. La primera es que cada uno somos distintos, también en nuestro camino de fe. Prejuzgar las necesidades de cada uno para su fe está fuera de lugar. El Señor nos conoce y sabe hacer camino propio con cada uno. La segunda es que la experiencia de Dios es más importante que las palabras. No es lo mismo oír hablar de Jesús que experimentar su presencia, su cercanía. Debemos predicar, por supuesto, pero, sobre todo, debemos ayudar a las personas a que tengan experiencia de Dios.

Y así, diremos con Tomás: «Señor mío, Dios mío».

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Una batalla épica (Mt 8,28-34)

«Buscad el bien y no el mal, y viviréis«

Qué escena la que nos presenta hoy el Evangelio. Es una escena digna del final de la saga de Harry Potter. El Mal y el Bien enfrentados. La Muerte y la Vida cara a cara.

Parece obvio pensar que todos tenemos claro que elegir el Bien es mejor que elegir el Mal. Pero no debe ser tan obvio cuando muchas veces hacemos lo contrario, como personas y como sociedad. ¿Por qué? Porque el Mal se nos disfraza de felicidad, nos regala placer temporal, se reviste de éxito y fama, de poder… Y eso sin esfuerzo… Pero uno paga un precio, evidentemente.

Buscar el Bien nos hace tener una vida plena. Vendernos al Mal nos despeña como a esa piara de cerdos poseídos, que no le aguantan la mirada a Jesús. Jesús es la Vida. Jesús es el Bien. En Él encontramos la vida que anhelamos, la felicidad verdadera para la que hemos nacido. El resto es pura ficción.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Inquietud ante una vida mediocre (Am 3,1-8;4,11-12)

El profeta Amós parece el poli malo y Jesús parece el poli bueno. Una primera lectura inquietante, donde el profeta nos advierte del enfado de Dios con nosotros. Un Evangelio esperanzador, donde Jesús calma la tempestad y nos anima a no tener miedo nunca.

«Prepárate a encararte con tu Dios» dice Amós. Y trago saliva. Porque sí me reconozco infiel, porque sí me reconozco indigno de su amor muchas veces, porque sí reconozco en mí actitudes idólatras, falsas, injustas con Aquél que me libró de la esclavitud y me ofreció la felicidad.

Y a la vez: «¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!» es la frase que me brota, como casi siempre, en la dificultad. Sin fe en Aquél que me salvó, sin ver a Aquél que viaja a mi lado, en la misma barca.

Señor, no quiero encararme a ti. Señor, no quiero decepcionarte. Señor, te necesito.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

LLuvia, ríos, vientos… (Mt 7,21-29)

Siempre llegan. La lluvia, los vientos, los ríos desbordados… Algo estamos probando ahora, en una dosis alta. Y las casas se tambalean. Lo normal.

Puede que se caiga alguna teja, que alguna ventana quiebre o que algún muro se agriete… porque en la construcción se nos ha quedado alguna zona débil… A la vista no nos habíamos dado cuenta pero ahora, es evidente. Pero la casa no se cae. Resiste. Porque los cimientos aguantan.

Dios está ahí. Sosteniéndolo todo. Hasta que la tormenta pase y sea tiempo de reparar brechas.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El amor no se fija en el mal (Mt 7,1-5)

Yo soy de los que se fijan en la mota del ojo ajeno. Voy aprendiendo a mirar mejor. Y a ver también la viga en los míos.

El problema no está tanto en ver el defecto ajeno como en «fijarse». Fijarse es hacer que la mirada permanezca en ese punto. Y eso es falta de amor. Porque no se trata de evadir la realidad y hacer como que todo es perfecto. No se trata de no corregir fraternalmente ni decirle al otro el mal que hace. Se trata de no descansar la mirada ahí. Se trata en levantar la vista de nuevo, deseando buscar rincones mejores, la sombra del don, bajo la cual uno descansa a gusto.

Exactamente lo mismo con el pecado propio. No es cristiano fijar la mirada en tu propio pecado de manera que sea incapaz de percibir el luminoso destello de la gracia.

Un abrazo fraterno – @scasanovam