Guardián del rebaño (Jn 10,1-10)

La imagen de Dios como un Buen Pastor es una imagen usada en la Biblia en varios momentos, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En este último, es el mismo Jesús el que se presenta como tal. Y que el Pueblo de Dios somos el rebaño de dependientes y temerosas ovejitas, también.

Pero hoy me llama la atención una figura que pasa desapercibida en el evangelio y que, sin embargo, me ha resultado hoy muy sugerente: el guarda.

El guarda no es la oveja. Tampoco es el Buen Pastor. El guarda es alguien a quién se le encomienda la labor de proteger y vigilar al rebaño a la espera de que llegue el pastor. En ese momento, su mirada debe ser capaz de reconocer al pastor, abrirle la puerta, hacerse a un lado y terminar su misión.

Me resulta una imagen sugerente para todos los que somos animadores, catequistas, profesores, educadores, padres y madres… Porque nosotros somos también guardas. Guardas de nuestros hijos, de nuestros alumnos, de nuestros chavales de grupos. Guardas cuya misión es proteger, preparar, disponer, cuidar a la espera de que Dios aparezca en sus vidas. Y en ese momento, reconocerle y darle paso, haciéndonos a un lado. Una figura humilde, intermediaria, pero imprescindible.

Ojalá me concedas ser, Señor, un buen guarda para aquellos que me has encomendado.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Los frutos del Resucitado (Jn 21,1-14)

No me parece sencilla la experiencia de la Resurrección. Jesús «se aparece» varias veces. Va y viene. Está y no está. Es como un aprendizaje intensivo para sus discípulos antes su marcha definitiva y ante la llegada del tiempo del Espíritu.

Hoy se narra un episodio muy bonito. Algunos apóstoles salen a pescar, acompañando a Pedro. Esa barca que se adentra en el mar. Una vida que va a lo profundo, donde acechan turbulencias y peligros. Una Iglesia que navega en el mundo y se hace presente allí donde están las personas y sus desvelos. Los apóstoles sólo consiguen frutos cuando su actividad, su «estar en la barca», su «salir al mar» se hace desde Jesús, escuchando primero.

Y entonces llegan los frutos y los frutos nos hablan de Jesús. Y en esos frutos somos capaces de reconocer la fuerza del Resucitado, su presencia, su aliento. El Resucitado es quién nos empuja a través del Espíritu, quién nos mueve, quién nos habla… Muchas veces no le reconocemos porque estamos rodeados de ruido o porque sencillamente no sabemos ponerle nombre a eso que nos mueve el corazón. Pero los frutos no dejan lugar a engaño: es de Dios.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

No puedo vivir sin ti (Jn 20,11-18)

Tomando una taza de café, me he encontrado en Spotify con el tema de Coque Malla «No puedo vivir sin ti». Y me viene al pelo para el Evangelio de hoy. María Magdalena podría cantarla perfectamente delante del sepulcro.

María llora. María siente la pérdida. María siente que se le ha ido aquel que es sostén de su vida, confianza de sus pasos, esperanza de su futuro. A María le duele perder a su Señor. Siente una profunda tristeza. Y yo me pregunto: ¿siento al Señor presente siempre? ¿Siento alguna vez su ausencia? ¿Qué sería mi vida sin él?

María llora y es conocedora de la causa de su llanto. Jesús permite que ella experimente ese dolor y que profundice en él. El Resucitado sólo aparece una vez que María expresa la tristeza por su pérdida. Y entonces la llama por su nombre. «¡María» le grita. Y María le reconoce. Porque la manera en la que el Señor nos llama a cada uno es única y particular.

Y volver a oír su voz nos convierte en testigos privilegiados, incluso delante de aquellos que se arogan el privilegio de ser sus discípulos. Tal vez ellos estaban tan centrados en su miedo, que todavía no les había dolido la ausencia de su Señor… El miedo estaba venciendo al amor…

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Entregar la vida por amor – Catequesis de #ViernesSanto

En la espesura del Jordán – Catequesis de #JuevesSanto

Un Mesías peregrino – #DomingodeRamos

El camino hacia Jerusalén es todo un símbolo en los Evangelios. Jerusalén se presenta como la meta de la misión de Jesús, el lugar donde se consumará su paso por la Tierra y donde la Nueva Alianza de Dios con el hombre quedará sellada para siempre.

Jesús va a Jerusalén como peregrino. Es Pascua y, como judío, se acerca a la ciudad con sus amigos para visitar el Templo como marca la Ley. No parece ser muy conocido en la ciudad. Él viene de predicar en Galilea y por el camino. En la ciudad algo se sabe de Él pero no demasiado. Todo hace indicar que son los peregrinos que entran con Él los que lo aclaman a la llegada. Sí, es una entrada triunfal, sobre todo para aquellos que han seguido de cerca al Maestro y lo conocen.

Hoy es un día para que meditemos nuestra postura ante este Jesús que llega a nuestras vidas y a nuestro entorno. Le aclamamos como Mesías pero ¿en qué tipo de Mesías estamos pensando? ¿Qué imagen de Dios adoramos en Él? Posiblemente ya no un Mesías político que venga a cambiar el ordenamiento sociopolítico del momento. No creo que nadie esté pensando en Él como Rey, aunque algunos añoran la época en la que Estado e Iglesia se confundían. ¿En qué Mesías piensas tú? ¿Un Mesías todopoderoso que venga a hacer desaparecer de un plumazo los problemas de tu vida? ¿Un Mesías lleno de milagros al por mayor para que tú elijas el que más te conviene? ¿Un Mesías bonachón, pacifista y romántico, que hable bien y que sea «happy» en un mundo ligero y superficial? ¿En qué Mesías piensas tú? ¿A qué Mesías aclamas?

Ojalá acojamos al Señor, ojalá entremos con Él, ojalá deseemos caminar a su lado para participar de su misión. Ojalá estemos a su lado y le dejemos estar al nuestro hoy y mañana, cuando dejemos de entender…

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Alianza de vida (Jn 8,51-59)

Son tiempos de dificultad, dolor, inquietud, preocupación, desconsuelo, soledad muchas veces, desesperación otras. Y a la vez, la vida rebosa todos los rincones. Porque la cruz de Jesús es una cruz forrada de flores, que tiene una cara maravillosa donde descubrir la alianza de Dios con cada uno.

El mundo sigue siendo una oportunidad, sigue necesitando de héroes y valientes que no bajen las brazos y continúen dando la vida por los más débiles, sigue siendo una obra buena de un Dios que desea salvarnos a todas y cada una de sus criaturas.

La alianza es eterna. Sellada a sangre. Alianza de vida, de eternidad, de felicidad. Pese a todo. Pese a la oscuridad de hoy. Pese al lamento ahogado en un corazón encogido. Llegará el buen aroma, la luz, la aurora, el viento del Espíritu. Y cuando suceda, ojalá nos pille sentados a la mesa.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Orar para estar cerca de Dios (Jn 8,1-11)

¿Se puede ser misericordioso sin estar cerca de Dios? ¿No nos saldrá la vena farisea por todos los lados? ¿Y se puede estar cerca de Dios sin orar con frecuencia y en silencio? ¿No engañaremos a nuestro espíritu con migajas de activismo?

Eso me sugiere el Evangelio de hoy, donde la mujer adúltera es perdonada por Jesús y por los hombres que, avergonzados, deciden al final no condenarla. Me llama la atención el contexto en el que sitúa Juan este episodio y ese comienzo: «En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.»

Jesús llevaba a plenitud la Ley de Moisés transparentando a un Dios misericordioso y enseñándonos que justicia y misericordia son dos caras de la misma moneda. Pero, ¿cómo? ¿No tendría algo que ver esa actitud permanente de Jesús de retirarse a orar, de dedicar tiempo a estar cerca de su Padre, a escucharle y hablar con Él.

A veces quiero cambiar cosas en mi vida y quiero ser yo de otra manera… pero sin poner los medios para ello. Quiero pero no quiero. Busca la salida, la perfección, la felicidad… busco ser Cristo para los demás sin dedicarle demasiado tiempo a intimar con Dios. Tiene pinta de ser imposible. Una misión vacía de oración es un espejo de la mentira.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Fe en un momento de enfermedad (Jn 4,43-54)

Es en su tierra donde Jesús realizará otro de sus signos poco antes de la Pasión. Concretamente en Caná, allí donde, en aquella boda, había comenzado su hora pública. En su tierra, en Galilea, de donde tuvo que salir apresurado ante el rechazo de sus vecinos, aquel día tras leer en la sinagoga. Y allí, se produce un encuentro con un «extranjero».

Momento de enfermedad, tragedia y tristeza, como el que estamos viviendo ahora la humanidad entera, en plena crisis sanitaria. Momento de debilidad humana, que impulsa al hombre a buscar a Jesús y a pedirle confiadamente la curación de su hijo. Jesús es para él refugio sanador, fuente de vida. Así lo acoge Jesús que, sin necesidad de ir con Él, le da una palabra de promesa: tu hijo está curado.

Es la fe del hombre el centro de este relato. Un hombre que cree a Jesús y se pone en camino. ¿Cómo es la nuestra? ¿Creemos también? ¿Confiamos en que Jesús nos tiene de su mano? ¿Acudimos a Él, le ponemos nuestra vida delante y confiamos en su Palabra? ¿O somos como aquellos vecinos que, con prejuicios, ya habían decidido que era imposible que un milagro aconteciera?

Un abrazo fraterno – @scasanovam