¡No os metáis tan adentro! (Lc 5,1-11)

Una frase muy repetida entre los padres que estamos en la orilla del mar, mirando cómo se bañan nuestros hijos: «¡Nos os metáis tan adentro!». Necesitamos saber que tenemos su baño controlado y que no va a haber ninguna imprudencia que pueda terminar en tragedia. Y es que meterse en lo profundo del mar da respeto.

A veces pienso que en esa protección orillera de mis hijos, proyecto el miedo que yo le tengo a ir hacia adentro en el mar. Me da miedo. Por si hay algún pez, por no hacer pie, por verla más oscura, por si me da un calambre y no llego, por las olas… Miedo. Por eso, cuando hoy leo el evangelio y escucho a Jesús diciéndole a Pedro eso de «rema mar adentro», me entran los sietes males. Los israelitas no distaban mucho de mí. El mar era lugar de las peores calamidades y meterse en su profundidad era símbolo de ir hacia lo desconocido, hacia el peligro, hacia la desprotección.

Jesús viene hoy a lanzarme un mensaje importante. No tengo que tener miedo de ir hacia adentro, de arriesgarme, de perder mi seguridad. No está mal «no hacer pie» alguna vez en la vida. Seguirle va de esto. Seguir a Jesús va de jugársela, de perder el control propio… porque ya controla Él. Ojalá tengo esto muy presente en este comienzo de curso tan apasionante y, a la vez, tan «profundo» para mí. Ojalá me sepa acompañado por Él y no tenga miedo de ir hacia adentro, allá donde el mar asusta y, a la vez, enamora.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Hoy se cumple tu Palabra (Lc 4,16-30)

Hoy, 3 de septiembre de 2018, pasará a la historia de mi vida como el día en el que se cumplió tu Palabra sobre mí. Hoy, por primera vez en 41 años, comenzaré el curso como parte de un claustro de profesores de un colegio escolapio. ¡Cuánto había soñado yo con esto! ¡Cuántas lágrimas derramé esperando este momento! ¡Cuánto esperé! ¡Cuánto sufrí! ¡Cuánto recé! ¡Cuánto permanecí sin perder de vista el objetivo, el sueño!

Como dice San Pablo, en su fragmento a los Corintios, llego temblando de miedo. Tanto tiempo esperando esto, tanto tiempo preparándome y ahora tengo el vértigo de asumir una tarea demasiado importante. Miedo de no saber, miedo de no servir, miedo de no estar a la altura. Y es ahí donde me reconfortan las palabras de Pablo: será el Espíritu y no yo, será su sabiduría y no la mía, la que me acompañe en este trayecto nuevo del camino y la que consiga extraer los mejores frutos de mi labor diaria.

Sólo puedo dar hoy muchas gracias a Dios. Y a la Escuela Pía. Por contar conmigo. Por llamarme. Por empujarme. Por hacerme sitio. Y a mi familia. A mis padres, a mi hermano, a mi mujer y a mis hijos. Por ser piedra sobre la que apoyarme todo este tiempo, por sus sacrificios y sus desvelos para que lo que hoy sucederá se hiciera realidad. Y gracias a mis hermanos de comunidad y a las personas especiales, amigos y amigas, que me conocen y que me quieren y que hoy comparten conmigo esta felicidad inmensa.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Y si te estuvieran mirando (Mt 24,42-51)

El Evangelio de hoy me recuerda a la situación de muchas mañanas en casa. Nuestros niños ya son lo suficientemente mayores para despertarse sin venir a despertarnos a nosotros. Normalmente van al salón y desayunan y ven la tele un rato. Saben que no me gusta que la vean por la mañana. Así es que normalmente, cuando me despierto y voy hacia el salón, compruebo que hay una serie de movimientos rápidos como para hacer ver que la tele lleva poco encendida y que ellos como que se acaban de levantar. También me recuerda a lo que muchos padres hacen las semanas previas a los Reyes Magos o a Nochebuena, en las que, cuando alguno de sus hijos se comporta de manera inadecuada, les espetan eso de «no te portes mal que los Reyes o Santa Claus te están viendo».

En el fondo, da la sensación de que la imagen de un Dios vigilante jurado o policía o juez está metida en nuestras venas. Es como si por naturaleza nos apetecieran unas cosas que no podemos hacer porque estamos siendo observados por Aquél que, un día, decidirá si nos sube a las alturas o nos envía a las llamas eternas. Tremendo. Claro, coges el Evangelio de hoy y la interpretación es parecida. ¡Cuidado con lo que haces no vaya a ser que te llegue la hora de morirte y lo hagas en pecado y zas, al hoyo!

No me imagino a Dios funcionando de tal guisa. Sería muy desalentador. Yo creo que el Evangelio lo que propone es sencillamente vivir en verdad, ser honesto con uno mismo y también con el Dios al que dices seguir. No por el castigo sino porque no se puede vivir dividido, no se puede vivir aparentando, no se puede vivir en la mentira. La propuesta es llevar el amor de Jesús tan adentro que siempre se le vea a Él. Claro que somos pecadores, que cometemos errores, que nos equivocamos… pero nuestra vida en conjunto, nuestro corazón, deben estar al servicio de los demás, al servicio de Jesucristo. Y no es por el castigo sino por el premio. ¿Por qué no lo pensamos así? El Señor pasa, sí, durante la vida, y quién no está atento, se lo pierde y, en esa pérdida, se escapa la posibilidad de ser plenamente feliz.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Selfies fariseos (Mt 23,27-32)

Vivimos en tiempos de selfies. Un ponerse en el centro para contarle al mundo que eres genial, que estás feliz, que viajas un montón, que tu vida es fantástica, que conoces a mucha gente, que haces muchas cosas… Podríamos seguir. Yo creo que se puede resumir en una súplica desesperada por un «like», por un «me gusta», por un «te quiero» de las redes del siglo XXI.

¿Por qué aparentas? ¿Tal vez necesitas demostrar que sí, que vales la pena? ¿No te ha dicho nadie nunca que no hace falta? Eres querido, sí. Valorado, también. No hace falta que viajes tanto, ni que hagas tanto, ni que enseñes tanto… No hace falta que sumes puntos.

Dios no necesita de filtros para mirarte y ver a alguien bello, maravilloso, único, única, hermosa. No te hacen falta con él. Ni te hace falta ponerte siempre en el centro para llamar la atención. Él ya sabe que estás ahí. Eres su hijo, su hija, predilecto. Te ama. Sueña contigo. Camina contigo. Sufre contigo. Él quiere que cambies la mirada. Mientras te miras a ti mismo, por miedo, por inseguridad, por necesidad, te pierdes lo que hay a tu alrededor. Gira la vista y mira al frente. Dale la vuelta a la cámara y fotografía las maravillas de Dios. Olvida tu selfies fariseos que te hacen aparentar algo que no eres en realidad. Tú eres más.

Decídete a vivir con la certeza de que eres mirado con amor. ¡Verás qué sensación!

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Mosquitos, camellos y cómo desvirtuar el sentido de la Ley (Mt 23,23-26)

Siempre me ha interpelado mucho eso de «colar un mosquito y tragarse un camello». Una expresión muy adecuada para expresar lo terrible de perder el foco de la Ley, de desdibujar el sentido de la norma, de estropear y amargar la vida de las personas por poner el acento en aspectos poco relevantes.

Ser padre es un continuo aprendizaje de estas palabras de Jesús. A veces me doy cuenta de que cuelo mosquitos y trago camellos con mis hijos. También como esposo, con mi mujer. Exigencias, discusiones, tensiones… por detalles absolutamente insignificantes que yo doto de importancia desproporcionada porque, tal vez, en ellas, siento que se juega mi autoridad, mi poder, mi influencia, mi autoestima…

También como educador, como catequista, como pastoralista… me deshago tantas veces con los jóvenes por aspectos que no son los más relevantes… y no me gusto.

No quiero ser un guía ciego. Ni como padre, ni como maestro, ni como pastor, ni como testigo… Quiero parecerme más a Jesús, ser más justo, más misericordioso, menos intransigente, más comprensivo; sin perder de vista la exigencia de transitar el camino de la Verdad. ¡Ayúdame Señor! ¡Con tu ayuda lo conseguiré!

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El veneno de la hipocresía (Mt 23,13-22)

Duro evangelio el de hoy, en el que Jesús carga contra los hipócritas, sobre todo contra aquellos que van de santos, de perfectos, de modelos a seguir. La hipocresía es un terrible veneno que se nos cuela fácilmente. Hoy en día es sencillo desdoblarse y mostrar de nosotros mismos caras diversas que den imágenes idílicas de nuestro propio ser. Nos hacemos selfies que inundan las redes para garantizar que los otros se enteren de lo maravillosa que es nuestra vida y, sobre todo, de que es más maravillosa que la suya.

Me surge la inquietud, en este ratito de oración, de si yo soy también hipócrita. Creo que los hipócritas nunca se reconocen como tales porque su doblez siempre tiene sentido, buenas razones y acaban creyéndose su propio engaño. Yo a veces también me engaño a mí mismo. Exijo mucho a los otros pensando que mi listón está alto y luego descubro que soy frágil, pequeño y ciertamente necesitado de amor y generosidad y paciencia como todos. Pero esto no sale mucho a la luz, ni siquiera me lo muestro a mí mismo.

Señor, me reconforta la letra pequeña del Evangelio de hoy. En el fondo, nos recomiendas que nos alejemos de nuestro afán de perfección y control. A ti te interesa poco eso. No quieres seguidores perfectos sino fieles, apasionados, enamorados de ti. Tú cargas con nuestra miseria. No tenemos de qué preocuparnos. Sabes que cuánto más cerca estemos de Ti, más felices y perfectos seremos en el Amor. Y eso es lo que te importa de verdad.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El día de Sta. María (Lc 1,39-56)

El día de Santa María siempre me ha pillado de vacaciones en Badalona y siempre fue día grande, no sólo porque es Fiesta Mayor en la ciudad sino también porque es el santo de mi yaya María. Esa mañana, la casa se llenaba de gente. Tíos, primos, amigos y conocidos que se acercaban a casa a felicitarla. Horchata, patatas fritas… los aperitivos preparados para invitar a los que viniesen. Gran ambiente. Y luego a misa. Una misa que nunca me ha gustado mucho, con calor, humedad y ropa buena y nueva, con la que mis padres nos vestían para la ocasión.

Todas las fiestas tienen un origen. Lamentablemente, en los tiempos que corren, nos gusta celebrar sin saber por qué lo hacemos. Tenemos fiestas, vacaciones, fuegos artificiales, orquestas, tradiciones y costumbres… que repetimos año tras año sin importarle a nadie el por qué, la razón de que eso llegue a nuestros días.

Hoy celebramos a María. Celebramos su sí. Celebramos su valentía, su coraje, su determinación, su generosidad, su fidelidad, su compromiso, su apuesta clara, su honestidad, su dignidad, su firmeza, su maternidad. María, hoy, es una mujer modelo. Hoy tal vez la llamaran feminista. Y tal vez lo fue. Y con certeza que marca el camino de cuál debe ser el auténtico feminismo. Una mujer que afrontar su particularidad en una familia, en un pueblo, en una sociedad, que gira la cara a la mujer y que la considera de segunda. Y allí está ella. Mirada por Dios. Con una alegría con la que arrampla con toda la dificultad que tiene que afrontar. Porque sabe que con Dios a su lado, nada tiene que temer. No entendió muchas cosas aunque de amor entendía un rato. Y se supo sometida solamente a la voluntad de Dios. Vacía de todo. Llena de Dios. Madre de todos por su Hijo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Que tu vida sea una donación (Jn 12,24-26)

Donación de sangre. Donación de dinero. Donación de obras de arte. ¿Y donación de vida? Toda donación consiste en desprendernos de algo propio con el objetivo de que otros puedan servirse de ello y, además, sin que esto suponga un coste para los receptores. Es un gesto, una acción de desprendimiento, de generosidad.

Donar implica tener, primero, algo que ofrecer. Donar implica encontrar, segundo, alguien a quién donar. Y donar implica, tercero, perder. Si no tenemos nada, no tenemos a nadie y no queremos perder nada… como que no estamos en la onda.

Jesús nos pide donar la propia vida. No hay mayor donación. No se puede pedir más. No nos lo pide como quién nos ordena algo desde el centro de operaciones. Nos lo pide como aquel que, en la cruz, ha dado el primer paso, el paso definitivo. Nos lo pide sabiendo de qué habla. Nos lo pide porque quiere mostrarnos el camino hacia Dios. Y toca preguntarse: ¿Qué tengo que pueda ofrecer? ¿A quién en cada momento? ¿Estoy dispuesto a perder por amor?

Donar está de moda. Perder, desde luego, no. Donar al menos nos reporta la satisfacción de estar haciendo algo bueno. Pero entregar, dar, morir… perder… eso es demasiado. Y, sin embargo, no hay donación de vida si no se pierde la vida. No hay donación de tiempo si no se deja de dedicar a algo para dedicarlo a otra cosa. No hay donación de energía, ni de dinero, ni de proyectos, ni de sueños… si queremos seguir manteniendo los nuestros propios.

Y en esa pérdida, en esa semilla que cae y muere, está el germen de la vida, del premio, de la recompensa más gratificante.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

La barca y el mar. La oración y el miedo. (Mt 14,22-36)

El agua en la Biblia, para los judíos, no significaba lo mismo que para nosotros hoy. Lejos de ver en el agua del mar un lugar de reposo, de baño, de vacaciones, de playa y relax, de diversión… los judíos llenaban al mar con malos augurios, peligros, muerte. Por eso la escena de la barca y de Jesús tiene mucha más enjundia que contemplar un milagrito de un Jesús mago que camina sobre las olas.

Si nos fijamos en Jesús, la conclusión es clara: Él es aquel que es capaz de vencer a la muerte, de no caer en sus terribles y definitivos tentáculos. Él es quien vence al mal y a la oscuridad. Él es el Hijo de Dios, el Mesías esperado. Si nos fijamos en los apóstoles, pues vemos en ellos a todos nosotros. Vivimos en medio del mal y somos tentados por ella. El mal y el sufrimiento está presente en nuestras vidas y hacen temblar nuestros principios, nuestra fe y nuestra esperanza. Sólo cuando somos capaces de acudir a Jesús, encontramos la victoria definitiva sobre esa realidad oscura.

Me quedo con dos palabras, con dos detalles: ORACIÓN y MIEDO.

Jesús reza solo un buen rato. Él es Hijo de Dios y ese ser Hijo está sustentado por la relación estrecha, íntima y especial que Él tiene con su Padre. ¿Cómo vamos en la oración? ¿Tenemos esos 10-15 minutos diarios para crecer en nuestra relación de hijos con el Padre? ¿No hemos descubierto todavía que la oración es lo que nos da la fuerza de lanzarnos ahí afuera y no sucumbir a la fuerza de «vientos y mares»?

Y el miedo de Pedro, que es nuestro miedo. El miedo propio de aquel que, aún sabiendo quién es Jesús, le da demasiado poder al mal, como si hubiera alguna posibilidad de que ganara la partida. El miedo de perderlo todo. El miedo a arriesgarse por ir donde Jesús. Eso lo vivimos todos los miedos. ¿Cuántas cosas nos paraliza el miedo? ¿Cuántas cosas dejamos de hacer, en cuántos proyectos dejamos de implicarnos, cuántos riesgos dejamos de asumir por miedo a que, pese a ser de Dios, salgamos vencidos del envite?

Escena sugerente la de hoy. No la desperdicies.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Un trocito de cielo (Mc 9,2-10)

De un trocito de cielo. De eso nos habla el Evangelio de hoy. De un trocito de cielo y de la posibilidad de tocarlo con la punta de los dedos. Jesús no pretendía hacer un espectáculo de ilusionismo. Jesús pretendía dejar dos cosas claras: Él era el Hijo de Dios y Dios nos promete la vida eterna, un trocito de cielo a su lado.

El cielo no es para mí algo reservado a la hora final. Podemos acceder a él, en parte, ya en nuestra vida terrena. También al infierno. Dependiendo de las apuestas que hagamos en vida, de nuestras opciones o decisiones y del dios ante el que nos postremos, estamos habilitados para empezar a saborear las mieles del cielo o el calor del infierno.

Mi familia, sus abrazos, su amor incondicional, mi vocación, mi trabajo en la escuela, los rincones de la naturaleza, la felicidad de estar con los jóvenes, etc. son pequeños grandes aperitivos de una eternidad llena de amor de Dios. Los muertos en el Mediterráneo, las guerras, la hambruna, la indiferencia ante el sufrimiento, el egoísmo, etc. son píldoras de infierno.

Yo quiero subir al Tabor contigo, Señor. Un camino cuesta arriba, de seguimiento fiel, de dificultades y, también, de muchas bondades, de profunda felicidad. Déjame ir a tu lado.

Un abrazo fraterno – @scasanovam