El Evangelio de hoy, sin duda, tiene muchas cosas. La primera es que la escena que nos presenta tiene lugar en Betania, en casa, con sus amigos. Jesús, que también necesitaba de la amistad y del hogar, había ido a compartir mesa con sus queridos Marta, María y Lázaro. Me lo imagino tranquilo, descansando de la misión, recobrando fuerzas, queriendo y dejándose querer, sonriendo y relajado.
Otra de las cosas que me llama la atención es esa fragancia del perfume que llena toda la estancia, tras el detalle de María con Jesús. ¡Qué importante la fragancia! No se ve, pero se percibe. No cambia nada, pero lo cambia todo. Transforma un lugar de muerte en un lugar de vida. Y me surge preguntarme… ¿qué fragancia desprendo yo?
Y por último, esa conversación entre Judas y Jesús acerca de los pobres. Judas usa a los pobres. Los usa, primero, como arma arrojadiza contra la iniciativa de María. Los usa como argumento demagógico ante un Jesús que no vacila: Él es antes que los pobres.
Creo que esta afirmación marca, y mucho, la actitud que un cristiano debe tener ante la misión y ante los necesitados. La tentación de usar al pobre para propio beneficio, el que sea, es grande. El pobre es el mismo Cristo. Esa es la única puerta que debemos tener abierta en nuestra misión. No hay cristianismo, por muy social que sea, si no brota de Cristo y va hacia Cristo. Cuidado con esto.
Un abrazo fraterno – @scasanovam