De semillas y terrenos (Lucas 8, 4-15)

La primera conclusión que saco, orando el Evangelio de hoy, conocido, es que la obtención de fruto depende de dos variables: la semilla y el terreno. Y es que puede darse la primera y no ser capaces de obtener ningún resultado. Y puede darse la segunda, y lo mismo. Sólo la combinación adecuada de ambas garantiza que el plan tira para adelante.

¡Qué importante ser tierra buena! ¡Preparar el corazón para la siembra! ¡Qué importante orar diariamente, qué importante retirarse de vez en cuando, qué importante afrontar proyectos y procesos de crecimiento espiritual, qué importantes las buenas lecturas, la educación familiar, la comunidad que acompaña…! ¡Qué importante es ser terreno propicio para dar fruto!

La semilla llegará. La siembra siempre se produce. Dios es buen sembrador. De eso no hay que preocuparse. Tiene métodos propios y diversos para garantizar que nos llega grano. El terreno, en cambio, depende de nosotros.

Hoy, en la Escuela Pía, celebraremos votos solemnes de tres escolapios. Es un fruto más de la siembra en tierra buena. ¡Hoy es día de fiesta!

Un abrazo fraterno

Tiene mucho amor (Lucas 7, 36-50)

Es el amor el que salva a la pecadora. Una vida lastrada por el pecado encuentra la paz por el único camino posible: el amor.

Jesús lo deja bien claro. Cuando hay amor y fe, amor por Jesús (que se traduce en el amor al prójimo) y fe en el Señor… la vida da un vuelco. Uno no puede funcionar como antes y es ese amor el que rescata, el que rescata y trae la paz a un corazón atormentado y sediento.

Esa mujer reconoce en Jesús el origen, la fuente sanadora. Reconoce en Jesús a alguien que la ama incondicionalmente, a alguien que no escudriña en su pecado sino que la mira con dignidad esperando de ella lo mejor. El amor genera amor. Cuando esta mujer se sabe amada, ama. Ya nada a su alrededor será igual.

Y esto, claro, es escandaloso a los ojos de los que calculan las penas en función de cada letra de la ley. ¿No somos a veces como estos fariseos?

Amemos mucho y juzguemos menos.

Un abrazo fraterno

Dios ha visitado a su pueblo (Lucas 7, 11-17)

Jesús devolvió la vida a aquel muerto. Y el pueblo reconoció el milagro y descubrió la mano de Dios en aquel hecho. ¿Y nosotros?

Creo que somos un pueblo y una sociedad descreída, una Iglesia descreída; incapaces muchas veces de afirmar, como aquéllos: «Dios nos ha visitado». ¿No hay milagros o es que no los vemos? ¿Tan ciegos estamos?

No hacen falta ejemplos grandilocuentes. Cada familia. Cada colegio. Cada comunidad. Cada persona. ¿No hay muertos que vuelven a la vida? ¿Ciegos que recuperan la vista? ¿No hay luz donde antes había sombra o comida donde había miedo al hambre?

Yo sí creo tener la vista bien graduada en este sentido y, gracias a Dios, vivo como milagro tantas cosas… siento que, efectivamente, Dios me visita más de los que algunos están dispuestos a creerse.

Un abrazo fraterno

Condena o salvación (Juan 3, 13-17)

Hace unos días compartía en twitter una experiencia que, como padre, se da en innumerables ocasiones: cuando los dos niños mayores se acuestan, duermen en la misma habitación, les dejamos la puerta abierta un poquito para que la luz del pasillo no les deje en la total oscuridad. Ésto a veces provoca que tarden más en dormirse, que se levanten, que hablen… Y cuando voy, les amenazo con cerrarles la puerta y ellos me gritan: «¡No papá! ¡Por favor! ¡Una oportunidad!». Yo siempre respondo: «¡La última oportunidad!». Porque un padre siempre da una oportunidad más aún sabiendo que, casi con el 100% de probabilidades, el hijo o los hijos volverán a hacer aquello que les has pedido que no hagan.

Hoy leo el Evangelio y me viene a la mente esa anécdota, muy hilada con la primera lectura del pueblo quejicoso de Israel y el salmo. Dios hace exactamente lo mismo con nosotros. Eso nos enseñó Jesús.

Escuchar y releer y orar que «Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él» es algo que marca nuestra fe, nuestra imagen de Dios y, como cristianos, como Iglesia, debemos ser portadores de esta Buena Noticia. Hay mucha gente que se siente condenada. Hoy hay una Palabra para ellos. Y para aquellos que lapidan a sus hermanos cada día.

Un fuerte abrazo

¿Qué mérito tenéis? (Lucas 6, 27-38)

El Evangelio de hoy es eminentemente práctico. Todos lo entendemos. Todos lo compartimos pero muchas veces se nos olvida colgar el post-it en la nevera y no hacemos nada de lo que el Señor nos indica.

¿Amar a los que nos odian? ¿Orar por ellos? ¡¿Pero ésto qué es?! ¡A este Jesús se le ha ido la cabeza! Yo rezo por los míos, pido por los míos, por los buenos, por los curas, por los pobres… pero ¿por los otros? Ni se me pasa por la cabeza… ¿Amar a quién me ha insultado? ¿Amar a quién me boicotea por sistema? ¿Orar por el corazón endurecido del asesino? ¿Amar a quién sé que no me ama? ¿Rezar por esos que luchan contra la Iglesia, que nos atacan en las redes sociales, que graban reportajes o vídeos hirientes? ¿Amarles? ¿Al familiar que me la monta en la herencia? ¿A la persona que me ha abandonado, traicionado y destruido? ¿A quien me quiere mal?

Pues sí. A esos.

Y no sólo eso. Más cositas. Apunta, apunta: ¡No juzgar! ¡No mandar al infierno antes de tiempo! ¡No decidir quién es merecedor del perdón de Dios! ¡Perdonar! ¿Perdonar? ¿Setenta veces siete? Yo perdono casi todo pero ésto… ¡ésto no estoy dispuesto! Y además voy a buscar un versículo de la Biblia para dar peso a mi negación… ¡Y dar sin esperar nada a cambio! Lo máximo…

Desde luego tiene razón San Pablo… esto de seguir a Jesús es de necios…

Un abrazo fraterno

¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! (Lucas 6, 20-26)

Las bienaventuranzas, más que algo balsámico, crean bastante inquietud. Son como el contrato que uno firma cuando decide seguir a Jesús, seguirlo de verdad. Y, al contrario del estilo rastrero de muchas compañías de hoy, Jesús no hizo de las bienaventuranzas la letra pequeña de su contrato: fue la letra más grande, anunciado a bombo y platillo, en un gran sermón, en un monte, ante una multitud. La gente, que siempre vamos buscando ofertas y buenas condiciones, debió de quedarse de piedra. «Qué majo es el Maestro… pero que lo siga otro».

Y es que cuando uno es atrapado por Jesús y dice «sí» a su llamada de modo consciente, debe asumir lo que va a venir: pobreza, hambre, dolor, odio, exclusión, sufrimiento, insultos, ofensas… Es que todo eso va a venir. ¡Seguro! Si le seguimos con nuestros actos, vamos, no sólo con nuestras palabras…

Por eso no me rasgo las vestiduras cuando se nos ataca, cuando en la red te amenazan, te insultan, cuando intentan boicotearte, cuando se llega a la agresión física… ¿Es lamentable? Sí. ¿Es triste? Sí. ¿Es delito? Posiblemente. ¿Tengo que denunciarlo? Seguro. Pero ¿sorprenderme? ¿Indignarme? ¿Revolverme? No.

Jesús nos lo dijo bien clarito. Allá nosotros si queremos vivir de espaldas a ello.

Un abrazo fraterno

La pequeñez de María

La historia de María empieza con la historia de amor de sus padres, Joaquín y Ana.

María es un fruto de amor.

María es querida por Dios y nace. El misterio empieza a gestarse. Una niña absolutamente libre, creada por el Señor y soñada para una misión concreta, la misión más grande que ha conocido la historia: traer al mismo Dios al mundo, parir a Dios, dar a luz a la Luz.

María nace para algo. Como todos nosotros. Somos pequeños e indefensos, necesitados de atención y amor. Pero en nuestra alma traemos sellada la firma de Dios, su sueño, su anhelo, su esperanza.

María crece, trabaja, ayuda, obedece, aprende a ser lo que es. Cultiva las virtudes de los pequeños de la tierra. Aprende a confiar y a trabajar a la par. Es humilde y pobre. Joven y alegre. Fiel a las tradiciones de su pueblo.

María, un día, es interpelada por Dios. Requerida. Llamada a ser, en plenitud, aquello para lo que fue creada. María, la libre. María, la pequeña. María, la joven. María, la esclava del Señor. Acepta con firmeza, dando un paso adelante y pone a Dios en el centro absoluto de su existencia; por encima de José, por encima de sus padres, por encima de sus miedos, por encima de sus vecinos, por encima de las críticas y opiniones, por encima de sus sueños, por encima de sus planes, por encima de sus dudas… Se fía de Dios a ciegas. Su espíritu estaba ya preparado para ello.

María se puso en camino al instante. Y visitó a Isabel y descubrió el milagro que Dios había hecho con ambas. Y renovó su compromiso con José. Y le esperó. Y aceptó su incertidumbre, su consternación, su repudio inicial… Y le acogió cuando él volvió. Y se hizo su esposa e inició su camino con él. Un camino duro. Una peregrinación costosísima a Belén. Sin fisuras. Sin quejas. Sin reproches. Renovando su sí en cada arenal, en cada curva, en cada río…

María, con humildad, se tumbó en una maloliente cueva para empujar, para darse hasta la extenuación para que Jesús se hiciera presente entre los hombres. Y oyó su llanto y, fatigada, lo amó. Lo amó como cualquier madre ama a su pequeño. Y lo arropó. Y lo calentó junto a ella. Y lo calmó. Y lo acunó.

María cuidó a Jesús, lo educó, lo enseñó, lo formó, lo modeló, lo aceptó… Y lo dejó marchar. Dejó que se le fuera de las manos y que emprendiera aquello que ella había emprendido hacía ya 30 años: la misión para la cual había sido creado.

María lo siguió de lejos. A veces de cerca. Y sufrió. Y fue amoldando su corazón al dolor. Y se rompió, se rasgó, se partió en mil pedazos aquella tarde a los pies de aquella cruz…

María…

Un abrazo fraterno

Reventaba la red (Lucas 5, 1-11)

Me acabo de quedar perplejo con el Evangelio de hoy. No me deja de resultar fascinante que justo cuando acaba de empezar #iMision, nuevo proyecto de evangelización en la red, nos llegue este pasaje lleno de «pescadores» y «redes». ¿Casualidad? No creo en las casualidades así que lo considero un empujón de arriba para #iMision (web).

Como cualquier proyecto, a la luz de este Evangelio, sólo tendrá sus frutos si parte de Dios y cuenta siempre con la presencia de Jesús en medio. Es Jesús el que ordena a Pedro remar mar adentro y echar las redes y el Maestro no se apea en ningún momento de la barca. Los apóstoles, que solos no se habían comido un colín, comprueban, sorprendidos, el milagro de la «red llena». Sorprendidos y sobrepasados.

La red no sólo es la que echa Pedro al mar sino la «red» que permite unirse a más pescadores y otra barca para ayudar en la captura. Jesús genera comunidad, tejido, relación. Ese es uno de los frutos. Muy importante, por cierto.

Yo me siento llamado hoy a evangelizar en la red. Hace tiempo de esto ya. A evangelizar desde lo que soy y tengo. Humildemente. Ahora llega #iMision y la red se amplia, el tejido crece y se fortalece, con Jesús en medio. Ojalá podamos también postrarnos a los pies del Señor, abrumados por una red llena a rebosar

Un abrazo fraterno

 

Para eso me han enviado (Lucas 4, 38-44)

¿Y a mi? ¿Para qué me han enviado?

Esta preguntita a veces es incómoda, desesperante. No tener claro muchas veces cómo responderla, a mi me genera mal rollo. Sí, ya sé que puedo contestar con palabras y conceptos generales: para construir el Reino, para ser luz, para proclamar la Buena Noticia… pero ¿Cómo? ¿Dónde? ¿A quién? ¿Con quién?

He ido, y sigo en ello, tomando mis decisiones y tomando mis opciones y reconozco un camino que se va recorriendo pero, de vez en cuando, siento arder el corazón con el presentimiento de que algo más espera

Todo llegará. Mientras, intento responder a la preguntita cada vez que llego a un cruce en la vida. Si escucho al Espíritu, acertaré y sino… que el Señor me reconduzca.

Un abrazo fraterno

¿El Espíritu del Señor está sobre mi? (Lucas 4, 16-30)

«El Señor me ha enviado para:

anunciar el Evangelio a los pobres,
para anunciar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos la vista;
para dar libertad a los oprimidos,
para anunciar el año de gracia del Señor

Esta es mi misión también. Para ésto me ha sido regalado el Espíritu. Para ésto.

Soy enviado. Por Dios. No es que yo sea un tío fenómeno y se me haya ocurrido gastar mi vida haciendo cositas buenas, vaciándome… Soy enviado. Él me envía. Es el origen de toda esta historia mía. Me envía a lugares concretos, a personas concretas, a misiones concretas… Pero todo se concreta en esta Palabra del profeta. ¿Soy fiel al que me envió? ¿Soy fiel a esta misión? En eso estamos… creciendo en fidelidad y procurando hacer aquello para lo que el Espiritu me fue regalado.

Un abrazo fraterno