Él tomó nuestras dolencias (Mateo 8, 5-17)

Leer la primera lectura de hoy, del libro de las Lamentaciones, y el salmo… es duro, muy duro. Es el relato desde la más absoluta desesperación, desde el dolor profundo de la destrucción personal, de la destrucción de aquello que te rodea, de aquellos que te quieren… Es un relato dolorosísimo y dramático.

Y luego llega el Evangelio. Llega Jesús, el Amor de Dios hecho carne, hecho hombre para amarnos hasta el infinito. Y aparece un centurión, un soldado de la odiada y prostituida Roma. Un hombre sensible a la acción y las palabras del Maestro. Un hombre que es capaz de reconocer en Él a aquel capaz de curar su herida, su dolor, su desgracia. Los ojos del centurión son capaces de reconocer en Jesús aquello que muchos judíos no había ni reconocido de lejos; cegados por sus leyes, su tradición, su cultura, sus prejuicios, sus miedos… El centurión es capaz de saberse necesitado y vacío de solución y ello le impulsa a poner toda su confianza en Jesús. Nada puede él con toda su autoridad, todos sus galones, todo su reconocimiento…

Jesús es capaz de actuar y curar en esta situación. Cuando uno no tiene más. Cuando uno se ha vaciado y nada ha cambiado. Él ha venido a tomar nuestras dolencias y cargar con nuestras enfermedades. ¿Hay algo mejor? Sólo necesita que le dejemos… Y yo le dejo. Me cuesta muchas veces pero cada vez vivo más desprendido de esa herida, ese dolor, esa inacapacidad muchas veces de ser lo que quiero ser sin conseguirlo… y le pido que lo haga Él, que me haga Él… que donde yo no llego, llegue Él. Amén.

Un abrazo fraterno

Sobre roca… (Mateo 7, 21-29)

Leyendo las lecturas de hoy me encontré con ese salmo precioso en el que un grito se eleva a Dios: «¿Hasta cuándo, Señor?». Se me encogió el corazón. Encarné ese grito en personas queridas que están sufriendo y que tampoco encuentran respuesta a ese grito tan desgarrador.

Pensé que nada más importante podrían decirme hoy las lecturas pero sigo y me encuentro con un Evangelio importantísimo para mi: el hombre prudente que construye su casa sobre roca. Es el Evangelio que sustentó Betania, mi comunidad, desde sus comienzos; sustenta mi matrimonio…

¿En qué consiste la prudencia de ese hombre del que habla Jesús? En saber que caería la lluvia, que saldrían los ríos y que soplarían los fuertes vientos. En eso radica su prudencia. Y su respuesta es construir sobre roca firme para que cuando lleguen las calamidades, su casa permanezca en pie pese a todo. No era un hombre cenizo ni pesimista ni aguafiestas… era prudente. Hay que saber que las calamidades llegarán, siempre. Siempre llegan. Siempre arrecia la tempestad algún día.

Construir sobre roca permite que la casa siga en pie y que ese grito del salmo sea eso, un grito, pero de alguien que, luchando y pese a todo, sigue en pie.

Jesús es muy claro a la hora de determinar qué es «construir sobre roca»: escuchar su palabra y ponerla en práctica. No hay más. Ni menos.

Para terminar, hoy pongo delante del Padre a alguien que comienza hoy peregrinación a Santiago. Alguien que ha construido, y sigue en ello, sobre roca. Alguien que está SEMPRE EN CAMIÑO y a la que yo también quiero acompañar con mi oración. Que el Señor camine a su lado y la sostenga en los momentos de mayor dificultad, cuando las fuerzas desaparecen.

Un abrazo fraterno

Por sus frutos (Mateo 7, 15-20)

Por sus frutos conoceremos a los profetas, a los santos, a los hombres y mujeres de Dios. Si Dios está con ellos, habrá frutos buenos. Si son unos farsantes, habrá frutos malos.

Esta lectura me recuerda a una persona muy querida que siempre la tiene muy presente… Los frutos… ¿Qué frutos? Yo entiendo que más Reino, más Dios, más felicidad… Al final, esos son los frutos expresados de mil maneras, concretados de dos mil formas… pero siempre más Reino, más Dios, más felicidad… El problema es que los frutos no son inmediatos, no siempre son inmediatos. El Señor debe ayudarnos a tener paciencia y debe regalarnos el don de la sabiduría para observar los frutos y reconocerlos.

¿Y yo? ¿Doy fruto bueno? ¿Ya he dado fruto bueno o está por llegar? ¿Soy profeta? ¿Soy santo? Lo único que tengo claro es que intento caminar hacia ese horizonte. Caigo muchas veces. A veces se me pudren las manzanas en la copa antes de que nadie las coja pero… lo procuro, lo deseo. lo ansío. Yo quiero dar fruto bueno. Siempre.

Un abrazo fraterno

¿Por qué os agobiais? (Mateo 6, 24-34)

Si tuviera que elegir una frase o sentencia del Evangelio creo que, sin duda, elegiría una de las que cierra este hermosísimo pasaje del Evangelio: «Buscad el Reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará por añadidura. No os agobieis por el mañana…«.

No me gusta porque sea especialmente bonita sino porque es la creencia alrededor de la cual he construido mi vida y gira con cierta fluidez. ME LO CREO EN LO PROFUNDO. ¡ME LO CREO! Creo profundamente que soy hijo y que mi Padre me cuida. Y creo profundamente que si trabajo por el Reino nada tengo que temer. Y esto no es una creencia frívola. No es que crea que nada doloroso vaya a sucederme, que mis problemas desaparecerán, que no sufriré enfermedades o injusticias… No es eso. Es la convicción profunda de que si mi vida y la de familia tiene como principal parámetro sobre el que girar a Dios… si me la juego por Él… ¡Él se la juega por mi!

El miedo desaparece y la insana preocupación ante las dificultades. Con Dios de la mano, nada hay que temer.

Un abrazo fraterno

Enemigos (Mateo 5, 43-48)

Lo podemos relativizar todo lo que queramos, precisar, puntualizar, dulcificar… pero la palabra de Jesús se levanta alta, clara y dura.

Deja allí tu ofrenda (Mateo 5, 20-26)

Deja tu ofrenda. No es coherente. Está bien… pero no es coherente.

Está bien agradar y amar a Dios pero ¿le agradamos y le amamos de verdad? ¿O es tal vez que hemos decidido nosotros qué es agradar a Dios y cómo se le ama? Él lo dejó claro: amando al prójimo. Eso es lo que le agrada y la manera de amarle. Nosotros preferimos otras cosas, menos costosas, menos comprometidas. Lo relativizamos todo y así nos quedamos tranquilos.

El Evangelio de hoy es muy exigente. ¿Estoy a la altura?

Un abrazo fraterno

Amarás… (Marcos 12, 28b-34)

«… más que holocaustos y sacrificios»…

Sin desterrar el valor que pueden tener los sacrificios, el mandato de Jesús es claro y muestra, a la vez, cuáles son los «gustos» de nuestro Dios. AMARÁS. Ese es el mandato que se nos da. Amar a Dios sobre todas las cosas, amar al prójimo y amarse a uno mismo. Tres vertientes unidas e inseparables que se retroalimentan una a otra. Tienen que darse las tres y sin una de ellas, las otras no existen. Es una ecuación matemática peculiarísima. Es el todo o nada de Dios.

Dios quiere que amemos. Sabe que el amor es el único camino para ser feliz, el único capaz de cambiar las cosas, el único capaz de mantenernos en pie en esta vida que nos toca vivir. Madre Teresa de Calculta decía que se nos medirá por el amor y por nada más. Amor de verdad. Amor que es capaz de dar la vida, amor que pone a Dios en el centro de la existencia, amor disponible, amor comprensivo, amor comprometido, amor fiel, amor perseverante, amor alegre, amor que llama al amor…

Nuestro Dios no es de los que aprecien en demasía las piedras en los zapatos. Dios nos quiere ligeros para amar, con la cabeza alta y el corazón dispuesto. Dios nos llama, una vez más, por la puerta estrecha… la puerta del amor. Uno nunca sabe adónde puede llegar si la atraviesa

Un abrazo fraterno

Tened fe en Dios (Marcos 11, 11-26)

Señor, yo creo en Ti.

Señor, mantén mi fe firme.

Señor, yo sé que nos quieres, que nos amas, que nos cuidas y nos proteges.

Señor, muéstrate en todo tu esplendor.

Señor, vigila mis pasos y dame luz en el camino.

Señor, protégenos.

Un abrazo fraterno

Casa, hermanos, padres, hijos, tierras… (Marcos 10,28-31)

Ayer contemplábamos la conversación de Jesús con el joven rico y recuerdo mi compartir en mi comunidad comentando que, claro, los que teníamos poco dinero y no éramos ricos pues teníamos menos problema en seguir a Jesús de esa manera tan desprendida. Pero resulta que hoy viene Jesús, intuyendo lo que muchos dirían ayer, y va más allá: dejar casa, hermanos, padres, hijos, tierras… por Él. ¡Buuuffffff! Qué vértigo…

La exigencia de Jesús es toda nuestra persona, sin reservas. Vuelve a insistir en ser Él el CENTRO de toda nuestra vida, acción y amor; el centro de nuestro corazón. Todo por Él. Todo para Él. Todo desde Él.

Está claro que el mensaje está siendo machacón estos días…

Un abrazo fraterno