Se echó a sus pies, rogándole… (Mc 5, 21-43)
Jairo era padre, papá. Era su hija la que estaba enferma, en peligro de muerte. Por eso la urgencia, por eso la insistencia. Un padre no es capaz de medir sus actos cuando del sufrimiento de su hija o hijo se trata. Lo comprendo. Yo también soy padre. Y Jesús se deja llevar por esa sana terquedad de aquel que piensa que, dada su situación, él debe ser receptor de su ayuda.
¿Cómo acudimos nosotros a Jesús? ¿Acudimos a Él con fe? ¿Cuál es la petición que le hacemos? ¿Qué cosas queremos que cure de nuestras vidas para vivir mejor? Esto es lo que me interpela hoy del Evangelio. Hoy la Palabra me llama a mirar a mi vida y descubrir y poner nombre a «las enfermedades» que minan mi calidad de vida: mis miedos, mis inseguridades… Sólo girando nuestra vida a Dios seremos curados del todo. No basta con «quedarse en casa a rezar». Hay que salir al camino a buscar a Cristo, a echarse a sus pies, a rogarle con insistencia. No es una actitud pasiva sino tremendamente activa y luchadora la de Jairo.
Y por último una pequeña reflexión… ¡Qué hermoso es amar! ¡Y qué duro! Cuando uno entrega su vida a otra persona, cuando a uno le nace un hijo, cuando uno se juega la vida por alguien y regala su libertad a otros… ¡cuánto se sufre! Es un sufrimiento profundo, desesperado pero redentor. Pero hay que ser conscientes y saber integrarlo en la vida. Quien no es capaz de asumir esto no es capaz de amar de verdad. Junto al amor de verdad va la cruz. Y aquí es donde Cristo nos sale al paso.
Un abrazo fraterno