Sígueme (Mc 2, 13-17)
El Señor se acerca a Mateo. Y le cambia la vida. Como dice S. Pablo en la primera lectura de hoy, la Palabra de Jesús es viva, eficaz, tajante, penetrante. Lo fue con Mateo, lo fue para Mateo.
La Palabra de hoy me llama, primero, a asumir que el Señor sabe quién soy, me conoce. En una sociedad donde tanto importa aparentar, donde nos preparamos las entrevistas de trabajo para convencer, donde para la almohada somos unos y para la gente somos otros, donde tenemos que ir a la moda para que se nos tenga en cuenta, o beber, o fumar… En esta sociedad de la apariencia, el Padre sabe quién soy. Ante Él de nada vale aparentar. Esto no debe darme miedo «por lo que pensará Dios de mi» sino PAZ: sabiendo quien soy, entra en mi casa, come conmigo y me propone que le siga, que camine a su lado, que sea de los suyos, que le ayude en su misión. ¡Qué maravilla saberme aceptado y amado por el Padre!
Pero también la escucha de hoy me interpela y me incomoda. Si sigo siendo alguien mediocre en muchos aspectos de mi vida ¿será que no he conseguido oir nítidamente a Jesús? ¿Todavía no se ha producido el encuentro personal definitivo? Porque cuando el encuentro se produce, Mateo es incapaz de volver atrás. Yo vuelvo atrás muchas veces. No creo que la Palabra de Dios sea tan eficaz en mi como lo fue en Mateo… Tal vez no he permitido todavía ese encuentro… tal vez porque muchas veces me considero de «los sanos» y los que nos creemos sanos somos los eternos enfermos porque nunca dejamos que el Médico nos cure…
Un abrazo fraterno