Saulo (Hechos 9,1-20)
Saulo, Pablo, no es el único miembro del santoral que sufrió una transformación radical tras una experiencia de encuentro con el Resucitado. Agustín de Hipoa fue otro. Y ambos eran ya talluditos cuando empezaron a ser testigos de Jesús y cambiaron sus vidas para adecuarlas al evangelio.
Cuando veo esta historia de Pablo o la de Agustín me asusta un poco cuando nos ponemos a jugar a Dios y buscamos objetivos visibles e inmediatos en los niños y jóvenes con los que nos cruzamos. O con los adultos, es lo mismo. Queremos que transformen sus vidas, que se comprometan, que abran los ojos, que adoren a Dios y sean testigos fieles de aquello que nosotros les transmitimos. A veces creo que es una falta de respeto hacia el mismo Dios. ¡Claro que hay que trabajar, testimoniar, propiciar, favorecer, sugerir, confrontar, acompañar…! Pero teniendo muy claro quiénes somos y cuál es nuestra misión.
Leyendo la historia de Saulo uno descubre que Dios tiene sus tiempos y sus maneras y que es el único que puede cambiar el corazón. Dejémosle trabajar.
Un abrazo fraterno