Saulo (Hechos 9,1-20)

Saulo, Pablo, no es el único miembro del santoral que sufrió una transformación radical tras una experiencia de encuentro con el Resucitado. Agustín de Hipoa fue otro. Y ambos eran ya talluditos cuando empezaron a ser testigos de Jesús y cambiaron sus vidas para adecuarlas al evangelio.

Cuando veo esta historia de Pablo o la de Agustín me asusta un poco cuando nos ponemos a jugar a Dios y buscamos objetivos visibles e inmediatos en los niños y jóvenes con los que nos cruzamos. O con los adultos, es lo mismo. Queremos que transformen sus vidas, que se comprometan, que abran los ojos, que adoren a Dios y sean testigos fieles de aquello que nosotros les transmitimos. A veces creo que es una falta de respeto hacia el mismo Dios. ¡Claro que hay que trabajar, testimoniar, propiciar, favorecer, sugerir, confrontar, acompañar…! Pero teniendo muy claro quiénes somos y cuál es nuestra misión.

Leyendo la historia de Saulo uno descubre que Dios tiene sus tiempos y sus maneras y que es el único que puede cambiar el corazón. Dejémosle trabajar.

Un abrazo fraterno

A Dios antes que a los hombres (Hechos 5,27-33)

No es fácil ser ciudadano y católico en los tiempos que corren. Yo me siento confuso ante una situación económica en un mundo concreto y nada fácil de cambiar y, por otro lado, el Evangelio y las personas.

Hoy la Palabra es muy clara: antes hay que ser fiel a Dios que a los hombres, a los partidos políticos, a instancias diversas… Lo injusto hay que lucharlo y denunciarlo. Hay que tomar acciones que rezumen Evangelio pero hay que hacerle empezando por las paredes de la casa de uno.

Y si hay que levantarse contra aquella que va contra los débiles, contra los necesitados, contra las personas… levantarse sí, al estilo de Jesús.

Un abrazo fraterno

Dios los miraba a todos con mucho agrado (Hechos 4,32-37)

Leo el relato de la lectura de Hechos de hoy a la par que suena el «Revolution» de los Beatles. ¿Casualidad? Seguro. Aún así es una casualidad que viene muy bien en mi oración de hoy. La manera de vivir de aquellos seguidores de Jesús tras su muerte era una auténtica revolución y, hoy, sigue siéndolo. Fraternidad, compartir vida, comunidad de bienes… Auténticas comunidades donde todos se sentían y se sabían hermanos, donde todos tenían claro que todo era de todos, donde todos se amaban de aquella menara que Jesús les había propuesto en la Última Cena.

Yo experimento eso en mi comunidad. Yo lo vivo. ¡Es posible! Y mi sueño es poder exportarlo al barrio, al lugar donde vivo, a la sociedad… No es un sueño utópico, no es una quimera, no es una ilusión. ¡Es posible!

Luz y guía, Señor. Luz y guía para saber cómo ayudar, cómo cambiar, cómo amar.

Un abrazo fraterno

Te doy lo que tengo (Hechos 3,1-10)

 «No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo:
en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar.»

Podríamos escribir un post con cada una de las partes de la frase de Pedro al lisiado. Es brutal.

Que «no tengo plata ni oro» es evidente. En algo coincidimos Pedro y yo, aparte de ser seguidores de Jesús y un buen par de cabezones. Somos gente sencilla, sin fortunas ni posesiones. Eso nos permite ofrecer otra serie de cosas. Los que se acercan a mi casa o a mi, personalmente, sé que no vienen buscando dinero ni seguridades materiales. Yo puedo ofrecer algo distinto a lo que el mundo nos tiene acostumbrado. Es más: tengo mucho que ofrecer.

Y lo doy. «Te doy lo que tengo«, dice Pedro. No tengo mucho y lo que tengo te lo doy. A ti. Al que lo necesite. Al que haga mejor uso de ello. Me vacío. Eso me pide el Señor. No me pide ser cuidadoso con mis dones, medido, rata, avaro… Estoy llamado a dar lo que tengo, lo que soy. Eso procuro. Y me trae problemas: de tiempo, de cansancio, de conciliación, de…

Pero ojo, no lo doy para sentirme yo mejor. No entrego lo que tengo porque yo sea muy bueno y me encante ir salvando vidas por el mundo. Aunque a veces peco de algo de vanidad y necesite mi dosis de refuerzos positivos, yo debo desaparecer y dar todo el protagonismo a Jesús. Es Él quién mi empuja, quien me sostiene. Debe ser Él por quien lo hago todo, por quien vivo y muero. Si no es así… ¿qué etsoy haciendo entonces? ¿Para quién? ¿Por qué? Él me ha dado una tarea para que la realice «en nombre de Jesús Nazareno«. No puedo fallar.

Si doy garantías de cumplir todo lo anterior, tal vez tenga que asumir que estoy llamado a desatar cadenas, a devolver la vista a los ciegos y el oído a los sordos, a poner a andar a los lisiados y paralíticos… Eso me pide el señor. Que libere de esclavitudes en sus nombre, que sea su mano en la tierra, que ame mucho y que ayude a otros a ser más felices. «Echa a andar«. Esto que te digo, que te cuento, que vivo contigo… es para que andes, para que cambies, para que despiertes, para que te alegres, para que vivas…

Buf. Demasiado para un solo día. ¡Buenas noches!

Un abrazo fraterno

¿Qué debo hacer, Señor? (Hechos 22, 3-16)

Hoy he ido al cine y he salido tremendamente emocionado. Y esta lectura de Pablo viene perfecta porque la protagonista, la contadora de la historia, se la hace también. Es una pregunta crucial, vital, definitiva.

Salí del cine con ella en la cabeza y en el corazón. Yo, ¿qué debo hacer Señor? ¿Cómo ser la voz del débil? ¿Cómo ayudar de verdad a quién hoy se está quedando sin trabajo, sin casa? ¿Cómo no mirar hacia otro lado? ¿Cómo no ser mediocre? ¿Estoy haciendo lo que realmente se me pide? ¿Y con mi familia? ¿Y con la Escuela Pía? ¿Y con mi comunidad? ¿Qué debo hacer Señor? Es una pregunta que golpea, que atormenta, que se clava y no me deja… porque tengo la sensación todavía de que algo distinto se me ha reservado. Igual son imaginaciones mías, igual no pasa de ahí.

Habla, que tu siervo escucha.

Un abrazo fraterno

Yo te haré luz de los gentiles (Hch 13, 46-49)

luz-en-el-camino.jpgLos gentiles eran los que no profesaban la fe judía. A esos se dedica Pablo. A esos va a predicar. De esos será la luz. Esos son «la oveja perdida».

Hoy el mundo es más gentil que entonces. Hoy, cada día, crece el número de personas indiferentes ante la religión, ante Dios, ante ellos mismos. También crece el número de creyentes un tanto farisaicos, perfeccionistas, creyentes de élite. Y cada vez se abre más la brecha que separa a unos de otros. Hoy el Padre me llama de nuevo, me confirma en la misión. Yo soy para los gentiles. Yo seré su voz entre aquellos alejados pero con el corazón más receptivo al amor de Dios, a la caricia tierna del Padre.

La Palabra de hoy trae a mi vida esperanza. Sobre todo porque afirma que todo vendrá de Dios, que será Él quién hará de mi «LUZ». Yo no soy nada por mi mismo, soy uno más, poca cosa, pecador, barro viejo. El Señor inunda mi vida, me transforma. Él pondrá sus palabras en mi boca. Él pondrá su sello en mis acciones. Él pondrá su amor en mi mirada y en mis gestos. Sólo tengo que dejarme hacer y salir a caminar, a hablar, a actuar. Hoy vuelvo a sentirme llamado a mezclarme en el mundo y desde ahí transformar realidades, curar heridas, parir a Dios.

Un abrazo fraterno