¿Y si no lo veo claro? (Mt 14,22-36)

¿Y si no lo veo claro? ¿Y si no acierto con lo que Dios me pide? ¿Y si no reconozco a Cristo a mi alrededor? ¿Y si la noche, la oscuridad, la niebla o la tormenta son demasiado para mi pobre fe?

Son preguntas que me he hecho tantas veces… ¡Luz Señor! ¡Luz para verte y reconocerte!

Aquellos discípulos tuyos te confundieron con un fantasma y, aterrorizados, gritaban de pánico. Y pese a tu ánimo, te pidieron una prueba que saciara su ansia de «certezas». «Señor, si eres tú, mándame ir hacia a ti andando sobre el agua» dirá Pedro, buscador audaz y entusiasta. En mi día, como Pedro, también entono muchas veces ese «Señor, si es por aquí, si este es el camino, si aquí estás tú… házmelo saber».

El Señor nos invita a caminar sin certezas, a lanzarnos de nuestras barcas, a salir de nuestros grupos estufa, a buscarle en medio del mundo, de la oscuridad del mundo, de la noche del mundo, del mar del mundo. No hay más prueba que su Palabra, certera y confiada. No hay más prueba.

¿Confiamos? ¿Saltamos? ¿Nos la jugamos?

¿Y si naufrago? Pues como Pedro me pasará. Caeré al agua. Pero inmediatamente sentiré la mano del Señor, que me rescata y me devuelve a la vida.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El Espíritu, ese gran desconocido (Hch 19,1-8)

Igual que les pasaba a aquellos discípulos de Éfeso con los que se encontró Pablo al llegar a la ciudad, muchas personas de nuestra Iglesia, de nuestros grupos, de nuestros entornos, no han oído hablar del Espíritu. Es para ellos un auténtico desconocido.

Como Pablo, estamos en el tiempo de anuncio del Espíritu. Jesús nos dejó hace ya mucho tiempo. Nos dejó con Él, con el Espíritu. Aún así, seguimos sin conocerlo. ¿Cuándo daremos el paso a abrirnos a su compañía silenciosa pero turbadora¿ ¿Cuándo nos dejaremos llevar por sus caricias generosas y permitiremos que nuestra vida esté en manos del soplar de su brisa? ¿Cuándo dejaremos que nos prenda el corazón y acudiremos a prender nosotros el de otros?

El Espíritu, compañero sencillo e invisible, es quién nos cuida, nos guía, nos cura y nos sostiene hoy. Pongámonos en sus manos desde por la mañana hasta que los ojos se nos cierren de cansancio.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Un lugar preparado para ti (Jn 14,1-6)

Hoy hablaba con mis tutorandos de la vocación y de la felicidad. Llegamos a la conclusión de que la felicidad no se sustenta en las cosas y que, la mayoría de nosotros, la sustentamos en personas, familia y amigos. De su bienestar y del nuestro, decían los chicos en resumen, depende la felicidad. Dios nos quiere felices.

Sin pretender desdecir mucho a estos preadolescentes a los que quiero mucho, pregunto: ¿No será la felicidad más un lugar que un estado emocional o sentimental? ¿No será la felicidad ese lugar que hoy nos promete Jesús a través del Evangelio de Juan?

«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros.»

La vocación es ese lugar preparado para ti. Lo ha preparado Dios, con mimo y cuidado. Felicidad es caminar hacia él y, en lo posible, llegar. Un lugar que es cielo en la tierra y que será cielo en la eternidad. ¡Es un lugar que puedo empezar a disfrutar aquí ya! Sí, es cierto: no es una felicidad plena pero algo me deja entrever lo que será cuando llegue el momento. Responder a la vocación es querer llegar ahí. Felicidad es sentir y saber y descubrir que has llegado.

Cuando uno llega a ese lugar, como en todos, a veces truena y otras veces hace sol; a veces hace calor y otras frío. En ese lugar uno a veces goza de la compañía de los quiere pero también, así es, a veces llora su pérdida y saborea su soledad. Pero nada elimina ya el amor con el que ese lugar fue preparado, el calor del que lo habita contigo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Ligeros de carga (Mt 11,25-30)

Vivir ligeros de carga. Eso nos propones, Señor. A mí, especialmente, tan cargado de miedos, de ideas, de proyectos y vanidades.

Que nos pese poco la vida, Señor. Que aunque queramos a muchos, aunque tengamos mucho, aunque añoremos mucho, aunque mucho sintamos, aunque muy heridos estemos… nos pese poco la vida. Tú supiste hacerlo. De aquí para allá, haciendo el bien, respondiendo a la llamada, pleno, feliz, consciente; en la vida y en la muerte.

Que ningún peso de más me impida seguirte. Que ningún peso de más me esclavice. Que ningún peso de más me impida caminar y avanzar.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Escucha más y habla menos (Jn 10,22-30)

«Mis ovejas escuchan mi voz… y me siguen». Ese es el signo distintivo del cristiano. Escucharle y seguirle.

¡Cuánto tiempo dedicado a hablar, a hacer, a decir, a inventar…! ¡Cuánto tiempo dedicado a crear un «nuevo lenguaje» para que nos entiendan! Eso decimos.

¿Y si el problema es más nuestra falta de escucha? ¿Y si el problema es que no nos siguen porque estamos vacíos? ¿No será que escuchamos poco? ¿No será que oramos poco? ¿no será que nos retiramos poco, en el silencio del atardecer, a escuchar al Padre?

Escucha más y habla menos, viene a decirme hoy el Señor. Tomo nota.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Si quieres ser feliz… pasa (Jn 10,1-10)

Una puerta siempre se sitúa como frontera. Una puerta separa dos espacios, divide lugares, te sitúa dentro o fuera de… Para mi admirada y querida Rozalén, una puerta «violeta» es la que, al abrirla, te permite recuperar la libertad anhelada, desplegarte, tomar aire, «estar a salvo».

Cada puerta que nos encontramos exige de nosotros una decisión. Es lo que tienen las fronteras. Se pueden bordear hasta el infinito pero, al final, sólo queda una pregunta: «¿Pasas?».

Durante mi vida, me he caracterizado por abrir muchas de las puertas que se me han ido presentando. Hay un niño juguetón en mi interior que me invita a probar, a experimentar, a celebrar nuevas oportunidades, a saber qué se siente aquí o allí, haciendo esto o lo otro. He descubierto que no todas las puertas conducen a lugares buenos y, desde luego, no todas esconden respuestas a las preguntas más profundas. Mirando hacia atrás, me reconozco buscando felicidad, un lugar donde parar, descansar y afirmar «aquí es». Siempre inquieto, siempre sediento.

¡Cuántas veces abrimos puertas con la expectativa legítima de encontrar un poquito de felicidad! ¡Y cuántas veces la volvemos a abrir para salir y volver al camino para buscar más adelante!

Jesús hoy se nos presenta como PUERTA. ¿Qué habrá del otro lado? Él me promete la felicidad, una vida plena y abundante. ¿Por qué tantas veces paso por delante de esa puerta y no la abro? ¿Qué temo? ¿Por qué no me animo como con otras puertas que, a priori, parecen peores? ¿Será tal vez la intuición de que estoy delante de la PUERTA DEFINITIVA? ¿Me da eso vértigo? Pero, si es la definitiva… si es la que me abre al lugar donde quiero estar para siempre… ¿por qué tener miedo?

Quiero abrir tu puerta, Señor. Quiero abrirla. Voy para allá. Una vez más. A ver si no me vuelvo de nuevo…

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Hambre de esperanza (Jn 6,30-35)

Soy de la generación del profesor Keating. Estoy convencido que encontrarme con «El club de los poetas muertos» en mi temprana juventud fue determinante para despertar en mí la vocación de maestro. Comprobar la pasión de Keating al entrar en el aula, ver cómo se involucraba con sus alumnos al salir de ella, vibrar con la relación que fue capaz de construir con ellos y paladear su «Carpe Diem«, me hizo descubrir mi llamada a la educación y a los jóvenes.

Los alumnos de Keating tenían hambre. Él les ayudó a tenerla. Sintieron el agujero en sus existencias y salieron afuera a buscar lo mejor para llenarse. Porque la relación con un padre autoritario no es fácil, porque es complicado manejar las expectativas que hay sobre uno, porque los regalos de cumpleaños a veces son caros pero están vacíos de cariño, porque la disciplina ahoga cuando pierde su sentido… Heridas, incomprensiones, dolor, desengaños… Tenían hambre. Y Keating supo hablarles de lo mejor del ser humano. Y les habló de poesía, les habló de amor, de emoción, de amistad, de historias que eran las suyas, de horizontes nuevos, de escenarios insospechados, de una libertad desconocida para ellos hasta entonces. Tenían hambre de ser en plenitud.

Qué importante es tener hambre, no estar saciado. Yo hoy, Señor, detecto hambre de esperanza. Es alimento que me falta muchos días y que me lleva a estar bajo de anhelos, de optimismo, de seguridad, de paz interior. Miro hacia adelante y veo un futuro complejo, plagado de incógnitas, de nortes inalcanzables, de senderos tortuosos, de personas conformistas que no se atreven a poner a arder el corazón. Tengo hambre, Señor. Tú has dicho que eres el pan que quita el hambre para siempre… ¿Será que tengo necesidad de ti? ¿Me faltas a veces? ¿No te hago caso como debiera? A veces las Eucaristías se me hacen tediosas, me descubro pensando en mil cosas, me cuesta rezar lo que me gustaría… ¿qué te voy a contar que no sepas? Sacia mi hambre, Señor.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Por qué buscar? (Jn 6,22-29)

¿Por qué buscar? ¿Qué es lo que mueve a algunas personas a no contentarse con lo que tienen, con lo que les dicen, con lo que viven? Hay personas que no se quedan en su sofá, en sus esquemas, en sus costumbres, en lo que han aprendido. Se levantan y salen a los caminos a buscar. Buscan respuestas a antiguas preguntas, aunque también buscan preguntas nuevas. Buscan límites de su ser inexplorados y desconocidos, capacidades escondidas. Buscan personas que les impacten, de las que aprender, a las que seguir. Buscan sentido, y amor, y justicia. Todo buscador busca la cara verdadera de la felicidad. Pero, ¿por qué buscar?

Jesús también hizo esa pregunta a muchos de los que le seguían y hoy nos la hace a nosotros. «¿Me buscáis? ¿Por qué? ¿Por qué me buscáis?»

Muchos encontramos en Jesucristo mucho de lo que buscamos en la vida. Jesús de Nazaret nos trae preguntas constantemente, preguntas de siempre para todo tiempo, para todo hombre y mujer. Jesús de Nazaret nos trae respuestas a muchas de nuestras inquietudes. Él es la respuesta, dijo. Jesús de Nazaret es el camino mismo de búsqueda, el sendero por el que transitar con nuestra sed infinita de eternidad. Jesús da sentido al dolor, a la muerte, a la vida, a la comunidad, a la persona, al encuentro, a la palabra.

«Santi, ¿por qué me buscas?» me pregunta hoy. Porque creo que Tú eres el Señor. Porque creo que a tu lado soy mejor. Porque todavía no te he encontrado del todo. Porque a veces me pierdo. Porque anhelo ser el mejor yo que estoy llamado a ser. Porque busco a Dios.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

La luz puede llegar a detestarse (Jn 3,16-21)

Fue mi tío Eusebio el que me puso por primera vez la película «Días de vino y rosas«. En esta obra maestra de Blake Edwards se trata de manera dramática la realidad del alcoholismo y sus consecuencias. Recuerdo nítidamente las primeras escenas en las que Joe (interpretado por Jack Lemmon) llega borracho a su casa y se topa con la sobriedad de su esposa, Kirsten (interpretada por Lee Remick). ¡Qué turbadora y desesperante es la sobriedad de otro para un alcohólico! «Si me quieres, bebe conmigo», llegará a espetarle Joe a su esposa…

Y es que cuando uno se deja inundar por la oscuridad, la luz puede llegar a detestarse. No parece probable al principio pero la oscuridad va arrebatándonos la sobriedad espiritual y va dejando a nuestra alma borracha de mal. Una vez ahí, recuperar el sendero es difícil.

«La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.»

La luz ilumina nuestro pecado. Y ante eso sólo caben dos reacciones: la humildad, y la necesidad de perdón; o la soberbia, y la huída airada hacia adelante. Jesús es la luz y viene a tu vida para iluminarla. En un primer momento, esa luz destapa la mierda que hemos acumulado en los rincones de nuestra vida, nos pone frente al espejo de nuestra existencia y nos muestra heridas y traiciones. Es duro, doloroso y difícil. Pero Jesús no viene a juzgar sino a curar, a sanar, a recuperar. No desvíes la mirada de la suya. Atrévete a mirarle. Y sentirás su inmediato perdón.

Entonces, la luz que parecía inquisidora, se tornará en suave y alentadora compañera de camino. Y nada será igual. Y la oscuridad no tendrá sitio ya para hospedarse.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

El viento del Espíritu (Jn 3,5a.7b-15)

Un viento que sopla donde quiere. Tú no sabes ni de dónde viene ni a dónde va. Ese es el viento del Espíritu. Ese es el viento que nos debe levantar del suelo y arrastrarnos detrás de Jesús de Nazaret.

La fe que tengo la he recibido. Mis padres, sobre todo mi madre, me inculcaron y transmitieron todo lo que me ha permitido ser creyente. Recibí la Palabra a través de ellos. Luego, creciendo en las Escuelas Pías, he conocido la bondad de Dios con los pequeños, la fuerza de aquellos que construyen el Reino a base de amar a los niños entre las paredes de un aula. He conocido religiosos y religiosas, he conocido curas, he recibido varios sacramentos. Me he formado y sigo haciéndolo. He escuchado a otros y he podido retirarme muchas veces y escucharme a mí mismo y a Dios. He tenido momentos de luz, como en Galilea; y otros de cruz, como en el Calvario. Me sé único y, a la vez, pobre y pequeño. Podría pensar que ya lo tengo todo claro.

Pero el Espíritu sigue soplando y perturbando. El Espíritu sigue suscitando y susurrando sueños y acciones y lugares y personas. El Espíritu me sigue embaucando y permitiendo pensar que sigo sin enterarme de nada. Es un continuo recomenzar, un reenamorarse permanentemente pero cada vez con más años. Él es Dios, que viene, que llega, que acaricia, que grita, que cura y perdona, que anima y sostiene, que exige y corrige. Él es. Y yo quiero dejarme llevar por Él. Viento del Espíritu, sopla fuerte, vence mis resistencias, los pesados zapatos de mis seguridades, que me anclan al suelo firme de donde no quiero salir. Lánzame al aire, al cielo. ¡Lánzame! Y permíteme contemplar el cielo desde más cerca. Espíritu, ven.

Un abrazo fraterno – @scasanovam