Lo que sale de adentro (Mc 7,14-23)

Creo que, en demasiadas ocasiones, seguimos preocupándonos demasiado por lo de afuera y poco por lo de adentro. Eso se traduce en un ingente esfuerzo por normativizar, por prohibir, por asustar… y un escaso esfuerzo por animar a las personas a conocerse mejor, a retirarse, a meditar, etc.

Criticamos el ruido de afuera pero dedicamos muy poco a sofocar lo que nos hierve dentro. Y curiosamente Jesús sigue insistiendo en que ese «adentro» es lo importante. Frente a las ingentes leyes judías que legislaban qué hacer, qué comer, qué vestir… Jesús propone mirar hacia otro sitio.

¿Cuánto tiempo le dedico yo a examinar los pensamientos que he tenido durante el día? ¿Cuánto tiempo le dedico a escuchar lo que me digo de cuerpo para dentro? ¿Cuántas veces examino mis deseos, mis anhelos, mis envidias, mis enfados, mis iras…? Creo que ya es hora de relajarnos con los pecados «de fuera» e insistir en los pecados «de dentro», eso que nadie ve y que, parece, se tratan con menor importancia.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Reconocen a Jesús en mí? (Mc 6,53-56)

A Jesús lo reconocían e iban tras él el tiempo y la distancia que hiciera falta. Pero, hoy, ¿reconocen a Jesús en mí? Esa es la pregunta que me traslada el Evangelio de hoy. ¿Las personas son capaces de descubrir al Cristo que me habita detrás de mi fachada, de mi cuerpo, de mis palabras, de mis gestos, de mis acciones, de mis compromisos, de mis errores e incoherencias?

Si Jesús todavía no se transparenta en mí, es que hay camino. En breve llegará la cuaresma y será una buena ocasión para preparar el corazón. Y es que el testimonio mejor no es el de las palabras o el de las obras hechas a bombo y platillo. El testimonio mejor es el del aroma, ese que hace que la gente se acerque porque hueles a Jesucristo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Ir por el mundo pidiendo cabezas… (Mc 6,14-29)

Sí, las hay. Son esas personas que piden la cabeza de todo aquel que les molesta, que les dice cosas que no les gustan, que les hace escuchar verdades, que les desnuda ante las incoherencias de sus vidas. Esas personas que están negadas a dar la vuelta a su corazón, que se atrincheran en sus propias mentiras y que reaccionan con violencia ante quienes aportan una pizca de luz a sus vidas.

Son hijos de la oscuridad, esclavos del pecado más atroz. Y sí, existen. No seamos ingenuos. Si apostamos por seguir a Jesús, por clamar por la justicia, por denunciar la violencia, por pedir igualdad y cuidado para todos, por ofrecer amor donde otros sólo buscan beneficio… nos las encontraremos y nos harán daño.

¿Estamos dispuestos? Señor, ayúdame a estarlo, cuando llegue el momento.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

De dos en dos (Mc 6,7-13)

Cuesta creer que, pese a los esfuerzos de Jesús de afrontar la misión en comunidad, algunos se creyeran que cada uno puede hacer la guerra por su lado. Párrocos que, ante el éxito de su parroquia, no contaban con nadie y eran casi idolatrados por sus energías y propuestas; religiosos que llegaban a un colegio y lo ponían patas arriba, con su carisma y su entrega… Todo muy encomiable pero muy poco comunitario.

Hoy Jesús nos vuelve a recordar que no nos envía solos a la misión. No es sólo por nosotros, para que no andemos por ahí en soledad, sino más bien para dejar claro que la misión se afronta junto a otros, porque el mismo testimonio comunitario es parte de la misión, signo del Reino.

Se acabó el tiempo de los francotiradores. Seguramente por necesidad y no por convicción. Bendito sea el Señor. A ver si nos enteramos de una vez.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Puedo atarle las manos a Dios? (Mc 6, 1-6)

Claro que puedo atarle las manos a Dios. Lee el Evangelio de hoy. Allí, en Nazaret, nada pudo hacer. NADA ES NADA. ¿Por qué? Porque Jesús no va por el mundo hacia truquitos, espectáculos a lo Mago Pop. Jesús necesita de nosotros, de nuestra fe, de que queramos seguirle y estar con Él.

Nada puede hacer Dios en tu vida si tú no abres tus propias puertas y ventanas… Dios nunca se saltará tu libertad. Tremendo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

No es con nuestras fuerzas… (Mc 5,21-43)

Dos milagros nos relata hoy el Evangelio. Dos curaciones que acontecen en el día a día de dos personas enfermas. ¿Tan diferentes eran a nosotros? ¡Ni mucho menos! Yo me reconozco enfermo también. Incapaz de curar alguno de mis males: la exigencia a los demás, la falta de ternura, la falta de empatía… Enfermedades que me hacen daño a mí al ver el destrozo que causan entre los que me rodean.

¡Esfuérzate en corregirlo! Eso me dicen a veces y eso me repito yo muchas noches. Pero hoy, en la Palabra, descubro también a dos personas que, pese a intentarlo, no pudieron sanarse a sí mismos. Y es entonces cuando acuden a Jesús. Y el milagro acontece.

Porque el milagro no es magia. El milagro es el acontecimiento de la fuerza de Dios en nuestras vidas, es el resultado de poner nuestras vidas y sus carencias en manos del Señor. Es ir y decirle que no podemos solos, que hay cosas que no funcionan y que queremos sanarlas.

¡Patrañas dirán algunos! Bueno… ¿tengo fe o no? Esta es la pregunta. La gran pregunta…

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¡Este Reino no va de ayunos! (Mc 2,18-22)

Claro que el ayuno es una práctica recomendada, indicada y prescrita dentro de la Iglesia católica para varios momentos, incluso como práctica habitual. Muchos dicen que ayuda al crecimiento espiritual. No lo dudo. No pretendo cuestionar eso. Tras el titular de hoy se esconde, sin embargo, algo mucho más importante. Y es que el Reino de Dios que nos trae Jesús no va tanto de esfuerzos personales como de disposición a acoger su persona.

Curioso como el Evangelio nos presenta a un Jesús, que pese a ser judío y estar muy cercano a la predicación de Juan, toma distancia de las prácticas de sus discípulos y de los fariseos. No tanto para generar nuevas tendencias ni como estrategia de liderazgo político, sino porque el Reino de Dios que Él viene a anunciar es otra cosa. Y Él lo sabe con certeza, con confianza y con autoridad. Lo sabe de tal modo que no vacila cuando otros le preguntan por tal novedad.

El Reino de Dios no se asalta. No se toma con esfuerzos personales. El Reino no va de méritos, ni de medallas. El Reino de Dios no es ganado ni alcanzado por nadie por sus propias fuerzas, bondades y sacrificios. El protagonismo no está en nosotros. Nosotros no nos ganamos el cielo. No se nos da un carnet de puntos que será chequeado en el juicio final. El Reino que Jesús presenta es un Reino que se desborda, que se regala, que se ofrece. Él viene a invitar a todos al gran banquete. A todos y cada uno. Por pura iniciativa, por pura misericordia, por puro amor. Por eso no es una mesa de puros, de cumplidores, de buenos y justos. Es una mesa donde todos tenemos sitio pese a nuestras infidelidades, incoherencias, injusticias, indiferencias, egoísmos.

La novedad radical del amor de Dios no cabe en antiguos esquemas de leyes y scores. Todo eso salta por los aires.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Experimentar la propia parálisis… (Mc 2,1-12)

Experimentar la propia parálisis. Tremendo. ¡Cómo me cuesta! Experimentar mi incapacidad, mi herida, mi enfermedad, mi corazón paralizado, mi desamor, mi límite, mi finitud, mi flaqueza, mi debilidad. Experimentar la total necesidad del otro para ser yo mismo.

Yo, que me creo fuerte, autónomo, potente, valioso. Yo… ¿Paralítico? ¡¿Yo?! ¡¿Yo necesitado?! A veces es una imagen terrible. Otras veces, gracias a Dios, voy degustando y paladeando la maravillosa experiencia de «ser llevado», de «ser cargado». Porque los míos, cargan conmigo. ¡Conmigo! ¡Yo! ¡Que me creo salvador de otros, luz para otros, sanador de otros! Yo soy carga que otros llevan.

En ese «ser cargado» y «ser presentando» ante Jesús en mi total finitud, en mi total pausa, en mi total no ser yo, voy encontrándome, por mucho que me pese. Estoy viviendo este momento vital. Descubro que no descubro a Jesús por mí mismo sino que descubro a Jesús en la relación con el otro, en la experiencia de «ser cargado», de «ser amado» en mi total limitación. Eso es amar. Y amando uno siempre acaba en Jesús.

Ojalá me siga dejando. Ojalá no oponga resistencia. Ojalá no saque del armario el disfraz de superhéroe. Porque mi poder radica en el «saberme amado», en el «saberme cargado», en el «saberme curado» por el otro, por el Otro.

Un abrazo fraterno

¿A qué has venido? (Mc 1,21-28)

Sorprende la reacción del mal espíritu cuando se encuentra con Jesús. Un espíritu que increpa a Jesús, que se pone a la defensiva, que le acusa, que se muestra manifiestamente molesto con la presencia del Nazareno. Y es que el mal se revuelve contra Cristo.

Nosotros también estamos llamados, por la misma razón, a encontrarnos con este tipo de reacciones cuanto más a Cristo nos parezcamos. No hay que buscar la incomodidad ni el rechazo ni el conflicto, porque es posible que llegue por sí solo. Porque la manera de vivir del Reino es demasiado provocadora para el mal, que suele estar presente de forma sutil y silenciosa en nuestros entornos. A veces nos encontraremos también con acusaciones, con molestias, con rechazo, con envidias, con maquinaciones, con susceptibilidades… a veces incluso con halagos insanos… y todo porque el Maligno y Jesús son incompatibles.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Por qué yo? (Mc (1,14-20)

Siempre me ha gustado una frase que dice que Dios no elige a los capacitados sino que capacita a quienes elige. Me gusta porque resalta la acción de Dios sobre las propias capacidades humanas a la hora de afrontar la misión de anunciar el Reino. Pero, a la vez, y leyendo el Evangelio de hoy, me pregunto: ¿qué habrá visto Jesús en aquellos hermanos, Pedro, Andrés, Santiago y Juan, para llamarles a seguirle? ¿Estaban sólo ellos? ¿Fueron elegidos por casualidad? ¿Estaban ya destinados a ello? ¿O más bien fue algo lo que llamó la atención de Jesús?

Lo que más me gusta de la escena evangélica de hoy es la absoluta cotidianeidad. Jesús llama allí donde solemos estar. A estos hombres los encontró junto al lago, echando y tejiendo redes. Normal. Allí trabajaban. Eran pescadores. A mí, por lo tanto, debo suponer que me llama en la escuela y en casa, los dos ámbitos donde paso más tiempo. Ahí me llama el Señor. Y sí, también los retiros espirituales y momentos especiales son importantes… pero ¡cuidado! Dios llama en lo cotidiano. Se cruza en tu camino del día a día.

¿Y qué verá en mí? ¿Por qué yo, Señor? ¿Por qué me llamas a seguirte? ¿Por qué quieres que sea de los tuyos, que sea tu amigo, que te conozca de cerca? Yo me sé llamado pero, cada año que pasa, entiendo menos por qué. Cada día soy más consciente, y me cuesta, de mi pequeñez y de mi finitud. Y aún así, cada día me siento más querido por ti. ¿Es mi alegría? ¿Es mi fidelidad? ¿Es mi capacidad de trabajo? ¿Es mi confianza en ti? ¿O es justamente lo que menos me gusta de mí, aquello que te llama la atención y te parece propicia para mirar con tus ojos de amor?

Sí. Mi respuesta es sí. Quiero seguirte. Aún sin saber muy bien por qué.

Un abrazo fraterno – @scasanovam