No voy a entrar en un asunto complejo y difícil como es el de la presencia del demonio en nuestras vidas. Habría mucho que decir y no soy un experto del tema. Pero creo que si unimos el evangelio de hoy con el salmo 18, algo nos dice muy claro hoy el Señor. Y es que todos, tú y yo, sí somos capaces de experimentar la paz en el alma, o la agitación interior; la alegría en el corazón, o la tristeza; la claridad sobre lo que tenemos qué hacer, o la oscuridad… Todos podemos hablar de los pequeños y grandes demonios cotidianos.
Cuántas veces me he sentido agitado interiormente. Pensando mal de unos y otros, sin saber si estaba en mi sitio, siendo tentado a abandonar mi misión, o con miedo a seguir adelante… Agitación que luego se traducía en tensión, discusiones en casa, apatía, sequedad en la oración… También me he sentido triste muchas veces. He sentido que no me querían. Me he sentido solo. Me he sentido poco valorado. O he mirado al mundo con desesperanza, a punto de tirar la toalla. Pequeños demonios cotidianos que se nos meten dentro. O esa sensación de no ver nada claro cuál es el siguiente paso a dar. Falta de luz. Falta de calor.
Sólo Jesús es capaz de vencer al mal que nos incita, nos afecta, nos empuja o nos gobierna. A falta de Jesús, más espacio para los demonios del día a día. Cuánto más Jesús, menos margen de maniobra. ¡Y Jesús vence al mal! Devuelve la luz, y la alegría, y la paz. Claramente, esos son sus frutos. Cuando no experimentamos eso… necesitamos parar. Hacer silencio. Meditar. Encontrarnos con él. Orar. Y dejarnos sanar y rehacer.
A veces buscamos la mayor parte de las soluciones a nuestros males en técnicas, lugares, personas, grupos, religiones varias, tendencias, riquezas, vicios… ¡o pretendemos ser nosotros los que solucionemos todos, como si fuéramos auténticos superhéroes! Y así seguimos. Rotos y gobernados por aquel que no nos quiere bien. Pongámonos en manos del Cristo y volvamos a ser felices en Él.
Un abrazo fraterno