La llamada del Señor es siempre un drama de amor
«Sígueme» me dijo Jesús y aquí estoy, en Salamanca, aprendiendo a ser maestro y empezando a comprobar en primera persona lo que esto supone.
Ayer por la noche vi «Los chicos del coro» con los niños y con mi mujer. Una vez más, me removió. Pasé horas emocionado, lleno de fuego, con los ojos húmedos.
Educar. Reconozco mi vocación, mi «sígueme» particular. La vivo con urgencia y con pasión. ¿Novato? Es la urgencia de una mirada buena que lo cambie todo, la urgencia de una palabra adecuada, de un gesto, de una manera de enseñar. Es la urgencia de gritarte que el mundo te espera, que estás lleno de valor y tesoros, que tu vida es un milagro, que el mundo vale la pena.
No sé educar sin vaciarme. Y el que se vacía… ¿Con qué se queda? ¿Es este el sino del educador? ¿Quedarse con nada para conseguirlo todo? La llamada a ser pequeño, muy pequeño. La llamada a agacharme para mirar de frente unos ojos que, tantas veces, nunca han visto el horizonte. La llamada a desterrar éxitos, famas, reconocimientos y autoridades. La llamada a ser un simple y sencillo maestro de escuela…
La llamada del Señor siempre nos lleva a la plenitud de nuestras vidas pero nunca está exenta de cruz, de renuncia, de sufrimiento. Yo estoy empezando a digerir todo esto…
Un abrazo fraterno – @scasanovam