Delicatessen de la fe (Sal 36)
«Sea el Señor tu delicia
y el te dará lo que pide tu corazón»
Delicatessen de la fe (Sal 36)
«Sea el Señor tu delicia
y el te dará lo que pide tu corazón»
Escandalizar es un gran pecado. El escándalo producido sobre otros, sobre todo a los más pequeños, a los desprotegidos, a los indefensos. El escándalo resquebraja vidas, las parte por la mitad, las desnuda y las deja a la intemperie.
Pero leyendo hoy el Evangelio, me doy cuenta de que si escandalizar es pecado, también lo es no escandalizarse por nada. O, mejor aún, no escandalizarse con los escándalos de verdad. Y es que vivimos tiempos de postureo, de relativismo, de posverdad, de hipocresía, de mentira, de apariencia. Y nos escandalizamos por pequeñeces, por tonterías, por sandeces. Y no nos escandaliza lo más mínimo un naufragio de patera, un mendigo bajo unos cartones en un portal, un deshaucio a quien no tiene…
¿Estamos sin criterio? Pues leamos más el Evangelio y dejémonos de tantas palabras. Hasta la indignación la hemos convertido en escaparate. Somos indignados de salón.
Es hora de darle vuelta, ¿no crees?
Un abrazo fraterno – @scasanovam
La Iglesia ha puesto el foco demasiadas veces sobre la moral sexual y toda la doctrina que de ella se deriva. Y cuando preguntas a los que no están o a los que se han ido… muchos te explican los lejos que se sienten de la visión de la Iglesia en el campo de la sexualidad humana, la homosexualidad, la libertad sexual, el sexo fuera del matrimonio, el sexo dentro del matrimonio, la masturbación, etc. No quiero hablar de este tema precisamente. Lo saco simplemente porque leyendo el Evangelio de hoy, me doy cuenta de cuánta tinta hemos gastado en el sexo y qué poca en el dinero.
Si en algo es duro Jesús es en lo referente al dinero. Sólo hay que recordar al joven rico, a la aguja y al camello, a los dos amos de hoy… Jesús deja muy claro que el dinero es el gran competidor de Dios mismo, es el dios más tentador al que adorar y, posiblemente, el más tramposo. Y más de 2000 años después todavía no nos hemos enterado. Seguimos manifestándonos contra los matrimonios homosexuales… pero no encuentro paridad en cuanto al sistema económico imperante, en cuanto a las riquezas de algunos, las injusticias sociales, etc. Decimos cositas, pero en bajito y sin claridad.
Que el Papa Francisco comenzara su pontificado apelando a una Iglesia pobre para los pobres… no es casualidad. Seguro que le aumentaron los enemigos, pero a la vez, también le crecieron los simpatizantes. Porque cuando la Iglesia se acomoda, y también juega con los dineros, pierde su credibilidad. Al contrario, cuando somos una Iglesia pobre, que da la vida por el pobre, cerca del pobre… siendo auténticos, es cuando nos hacemos de fiar.
¿Y tú? ¿Cómo llevas esto del dinero? ¿O es un tema privado del que mejor no hablar?
Un abrazo fraterno – @scasanovam
Uno de las experiencias más bonitas cuando uno llega a una ciudad desconocida por primera vez, es pasearla y descubrir, admirado, los edificios que la componen, normalmente aquellos que llevan tiempo formando parte del paisaje urbano y que reflejan la huella de tiempos pasados, de valores vividos, de estilos asumidos, de intentos por alcanzar y reflejar una felicidad anhelada por toda sociedad.
Los edificios son fachada, son lenguaje, son palabra que nos habla. En su color, en su altura, en sus formas, en el diseño arquitectónico… refleja parte de lo que es, parte de lo que estuvo y está llamado a ser. Pero, a la vez, cada edificio es las personas que alberga dentro, la vida que se acurruca entre sus muros, las lágrimas por el dolor vivido y las alegrías disfrutadas.
Yo también soy edificio, casa, morada. Soy más que una fachada, aunque la fachada también soy yo. Soy un universo de vida que me habita. Estoy llamado a ser fachada de Dios y a mostrar, a quién me mire, la mirada amorosa del Padre. Y estoy llamado a ser habitado por Él y, en Él, a ser posada, morada, hogar, de todo aquel que necesita un espacio de amor, de dulzura, de aceptación, de compañía.
Señor Dios, ayúdame a ser tu casa, para Ti, para otros.
Un abrazo fraterno – @scasanovam
Creo que hay una casa que es peor que hacer el mal: rechazar el bien que te llega. Es como rechazar una invitación a la mejor fiesta del mundo, al mejor banquete de la historia, al evento más especial de la vida. Es tirar a la basura lo que se te concede sin merecerlo. Terrible.
No sé si visteis la película o el musical de «Los Miserables». Me encanta. La película tiene varios momentos grandiosos, épicos y terribles, dramáticos algunos. Pero creo que no hay momento peor que cuando Javert rechaza el perdón de Valjean. Por un momento parece que la disputa y la persecución de tantos años, tenía arreglo. Pero el corazón de Javert prefiere antes la muerte que saberse perdonado. ¿Hay algo más trágico?
La vida nos trae cosas buenas. Regalos inesperados. Personas sorprendentes. Detalles increíbles. Podemos cogerlos o dejarlos pasar para seguir centrándonos en lo mal que nos va, en lo que nos falta, en lo que no tenemos ni entendemos. Dios nos hace cada día un ofrecimiento: seguirle, amarle, sabernos perdonados y amados por Él. ¿Qué hacemos con esa invitación? Muchas veces… darle la espalda, con sonrisa fácil e hipócrita. ¿Hay algo más trágico? ¿Hay pecado mayor?
Un abrazo fraterno – @scasanovam
Creo que, a veces, yo sí que pretendo grandezas. Vivo la vida de forma épica. Lo he dicho muchas veces. Por eso vibro con las películas que tienen una BSO estilo Gladiator y en las que, al final, los buenos vencen al mal gracias a su fortaleza, su resistencia, su confianza, su valentía. Yo quiero pasar a la historia de muchos. Quiero que me recuerden. Quiero que me quieran. Quiero gustar, entusiasmar, sorprender continuamente. Quiero que mi nombre sea conocido. Por eso mi perfección. Por eso mi tocar mil y una puertas, Señor. ¿No será sólo eso? ¿Aires de grandeza? ¿Y si todo lo que hago es por mí, y sólo por mí?
Leo este salmo y me da congoja pensar que mi corazón sólo anide altanería, soberbia, arrogancia. A veces me descubro así y otras, me descubro en camino hacia un Santi mucho más pequeño, frágil, limitado, humilde y sencillo. Necesito tu ayuda Señor, para no pararme en este viaje hacia la insignificante santidad, hacia el reinado del grano de trigo.
Perdóname Señor por no poder todavía entonar este salmo desde la verdad de mi vida. Espero algún día poderlo rezar en paz.
Un abrazo fraterno – @scasanovam
La levadura es invisible. No sólo eso. Su cantidad es mínima comparada con la cantidad de otros ingredientes que hacen que el pan o el bizcocho salga adelante. Es una de las imágenes más bonitas que usa Jesús para hablar del Reino.
La presencia de Jesús en el mundo es una realidad pequeña, frágil, ¡tan invisible! A veces nos gustaría que no fuera así. Tenemos los mismos anhelos que aquellos judíos de la época de Jesús. Nos gustaría un Mesías poderoso, salvador, decisivo, combativo, liberador a nuestro estilo. Nos encantaría que Dios se impusiese en este mundo descreído e injusto, tantas veces desnortado y confuso. Nos gustaría que todos creyeran en Él, que nadie nos persiguiera, que nos reconocieran, que… ¡Buf! Y el caso es que esto parece que no va así.
También en lo personal sucede a esto. A mí me pasa. La presencia de Jesús Resucitado en mi vida, en mi corazón, es también una realidad frágil y silenciosa, que me va haciendo, me va conformando. Uno no se hace de repente, como los bizcochos. Necesita mezclarse, necesita calor, necesita tiempo. A veces soy demasiado impaciente conmigo mismo.
Mezclémonos en el mundo. No tengamos miedo. Si hay levadura en el corazón, si somos levadura, fermentará todo. Al calor de la Palabra, de los sacramentos, de la comunidad, de la oración…
Un abrazo fraterno – @scasanovam
La verdad es que cuando leo el relato del ciego Bartimeo, me impacta el cierto tono de urgencia y desesperación con el que llama a Jesús al oírlo pasar. El ciego, que ha desarrollado otros sentidos a falta de la vista, intuye que quién pasa a su lado es el Maestro, alguien que puede ayudarle a salir de su situación. La ceguera le impide ver y todos sabemos la importancia de ver para poder progresar y ser feliz. Yo también llevo un ciego dentro.
Y es que muchas veces se me cierran los ojos ante la realidad. A veces ante lo que tengo de bueno en mi vida. Cierro los ojos ante aquello a lo que me he acostumbrado y que ya no produce sorpresa ni admiración en mí. La casa que tengo, la familia que me quiere, la comunidad en la que vivo, los regalos que recibo, la paz que disfruto, la cultura que me ha sido dada… Ser ciego ante lo bueno y lo afortunado que uno es, es una ceguera terrible. Otras veces, por el contrario, soy ciego ante el dolor y el sufrimiento ajeno y me protejo a mí mismo cerrando los ojos y me intento convencer de que algunas cosas no suceden y de que el mal no puede vencer tantas batallas. Y así, mirando pero no viendo, voy tirando.
Luego está la última ceguera, que responde a eso que no veo de aquello que Dios me pide. Me gustaría tener más claro cuál es mi sitio, qué me pide el Señor, qué me pide afrontar, qué me pide dejar. Y ahí sólo puedo acudir a Jesús y pedir compasión, como Bartimeo. Ojalá no pase de largo.
Un abrazo fraterno – @scasanovam
Hoy es uno de esos días que leo las lecturas y no me dicen nada. No sé si es que son muy difíciles o si yo estoy muy árido, o despistado, o frío, o distante. El caso es que me agarro como a un clavo ardiendo a la alegría del viaje que nos propone el salmo.
La vida es un viaje hacia Dios que hay que hacer con alegría. Está, como todo viaje de ida, lleno de deseo y de ilusión por llegar al destino. A veces se hace largo. Parece que no vamos a llegar nunca. El secreto está en disfrutar también del trayecto, en considerar al trayecto parte del destino.
Alegría quiero, Señor. Alegría para no sucumbir a mi desánimo, a mi desaliento, a mi confusión.
Un abrazo fraterno – @scasanovam
Hay una escena magnífica del club de los poetas muertos en la que el profesor Keating les anima a caminar a cada uno con el estilo que prefiera. Lo único que les pide es que cada uno busque su manera, que no se dejen llevar por otros, que no dejen que otros les digan cómo andar. Por eso, cuando leo hoy el fragmento de la carta de San Pablo a los Efesios, me recuerda enormemente ese episodio cinematográfico. ¿Cómo andas tú por el mundo? Gran pregunta.
Pablo me propone, te propone, andar según la vocación recibida. Eso es sinónimo de no traicionar a quién eres en realidad, de no darte la espalda a ti mismo, de no querer ser lo que no eres. A mí me cuesta a veces. Descubro que sigue teniendo peso lo que los demás digan sobre mí. Por decirlo de otra manera, sigo necesitando demasiado, tal vez, que los demás estén contentos conmigo. Aún más, sigo necesitando ser aquel con el que estén más contentos. Y como eso es imposible… me afecta.
Hoy te pido Señor que me sigas ayudando a crecer mirándote más a Ti, fijándome menos en las miradas de aprobación o no del resto. Esta exigencia conmigo mismo luego se traslada a la exigencia con los demás. Y hago daño. Y no es justo. Porque cada uno somos distintos, porque cada uno somos «otro», y porque Tú nos llamas a crecer en el encuentro con el «otro». Quiero ser fiel a mi vocación el educador, de marido, de padre, de comunicador de tu Buena Noticia, de escolapio. Y que nada me distraiga de mi camino.
Un abrazo fraterno – @scasanovam