La chispa que prende el fuego (Lc 12,49-53)

El fuego no es tibio. Arde. Quema. Calienta. Ilumina. El fuego no sabe ser otra cosa más que fuego. Asume los riesgos de su virulencia. Ni mide, ni calcula, ni contemporiza, ni se conforma.

Sorprende un poco ver y escuchar a un Jesús tan apasionado, tan lanzado, tan poco «celestial». Es un lenguaje terreno, diría que duro o, al menos, incómodo. Es el Jesús que no deja indiferente, que arrastra y hace enemigos a la par, que obliga a definirse y a situarse. Es el Jesús que pregunta si fuego de verdad o si fuego de artificio, muy aparente pero poco real.

En mí cada vez detecto que prende más el Evangelio apasionado de Cristo. Cada vez apuesto más fuerte, cada vez me molestan más las dobles caras, los discursos ambiguos, los falsos rostros, los sí pero no. Conmigo que no cuenten. Las consecuencias están ahí. Te miran con desdén, algunos con desprecio, otros con ganas de perderte de vista cuanto antes. Te granjeas mala fama, fama de excesivo, de radical, de insensible, de exento de delicadeza. Puede ser, lo reconozco. Pero, a la vez, sí, me siento fuego, con ganas de prender y cuestionar, de sacar a la luz, de dejar ya de jugar a pasatiempos carnavalescos.

Quiero ser chispa, como tú, Maestro, chispa que lo prenda todo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Mucho (Lc 12,39-48)

Puede que sea la mayor falta, el mayor pecado. Incluso alguien no creyente, clamaría al cielo si alguien desaprovechara lo mucho que se le ha dado. Porque la escasez justifica muchas cosas. Pero la abundancia nos exige responsabilidad, agradecimiento y generosidad.

Cuanto más tengo, más. Cuánto más se me ha dado, más. ¿Dinero? ¿Capacidad? ¿Inteligencia? ¿Tiempo? ¿Posición? ¿Familia? ¿Cómo tirar todo eso por la borda y vivir como miserables, como si pasáramos penurias? Pecado.

Yo miro a mi alrededor y me siento afortunado. Y ese sentimiento que me llega al corazón no es para colocar en un florero y admirarlo. Es para gastarlo, para darlo de vuelta, para producir más fortuna en otros.

Ojalá mi mirada nunca sea desagradecida, despreocupada, torpe e injusta.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

La lamparita encendida… (Lc 12,35-38)

Cuando Jesús dice eso de esperar con las lámparas encendidas, hoy en día nos suena a derroche, a poco ecológico, a gasto irresponsable. Pero lo cierto es que uno de mis recuerdos más arraigados de mi juventud era llegar a casa la noche de los fines de semana y encontrarme con la lamparita del recibidor encendida. Mi madre, ya acostada, la dejaba para que cuando yo llegara, fuera la hora que fuera, no me encontrara con la oscuridad absoluta y con, lo que es peor, la sensación de que nadie me estuviera esperando.

Jesús también quiere que se le espere. Quiere que hagamos lo que hagamos, sintamos que falta algo cuando Él no está y que esperamos su aparición, su presencia. El deseo. El deseo. Ese deseo que necesita ser cultivado. La espera. La capacidad de vivir en los tiempos de Dios y no en los de uno.

El que siente que lo tiene todo, ni espera ni desea. Ojalá nuestro corazón no esté ya tan saciado como para olvidar al mejor de los amores.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

No te salvas tú. ¿Te has enterado? (Ef 2,1-10)

Voy cambiando mi ADN religioso pero me cuesta. Demasiado tiempo creyendo que mi salvación depende de lo que yo haga o deje de hacer. Hoy Dios me vuelve a gritar: «¡No te salvas tú! ¿Te enteras? ¡Te salvo yo!». Pero la cabra tira al monte y a veces sigo funcionando con ese esquema de paga que tan poco tiene que ver con el Dios que Jesús vino a mostrarnos.

No tengo que ser bueno para salvarme. No tengo que seguir los mandamientos para salvarme. No tengo que cumplir la doctrina para salvarme. No tengo que… NO TENGO QUE… ¡Cuántos disgustos nos ha costado esto a la Iglesia! ¡Cuántos años condicionando a las personas con el miedo al castigo eterno, con el miedo a morir en pecado, con el miedo a la condenación del juicio final! No tengo que…

La salvación es un regalo de Dios, que pasa por encima de nuestros pecados, de nuestras faltas, de nuestras debilidades, de nuestras incoherencias, de nuestros fracasos, de nuestras infidelidades. Sí, lo hace. Y quién diga que no, miente. Dios es misericordioso y justo y desea que todos nos salvemos. Y aunque no podemos negar la posibilidad de la no salvación, sí esperamos que nadie se eche atrás cuando se encuentre cara a cara con Dios.

En mis manos tengo la posibilidad de empezar a disfrutar de esa salvación ya aquí, en mi vida terrena. Porque si me abro al amor de Dios, si actúo con Él y desde Él, si amo a los que me rodean y procuro vivir desde la verdad, la justicia, la humildad, siendo fiel a mí mismo y a Dios… la felicidad está garantizada. Y eso no es más que un mordisquito de salvación. Un aperitivo, buenísimo por cierto.

Vamos allá.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Acuérdate del Señor (Dt 8,7-18)

Hoy es uno de esos días en los que hay una Palabra que no me pide comentarla. Me pide leerla. Una y otra vez. Una y otra vez. Leerla. Despacio. Leerla y dejar que entre, que empape toda mi sequedad y que seque toda soberbia. Una Palabra que habla de promesa, del plan que Dios tiene para ti, para mí. Una Palabra viva para un mundo endiosado, que se ha olvidado de mirar al cielo y agradecer a su Creador todo lo recibido. Aquí os la dejo:

«Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes y veneros que manan en el monte y la llanura, tierra de trigo y cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares y de miel, tierra en que no comerás tasado el pan, en que no carecerás de nada, tierra que lleva hierro en sus rocas, y de cuyos montes sacarás cobre, entonces comerás hasta hartarte, y bendecirás al Señor, tu Dios, por la tierra buena que te ha dado. Pero cuidado, no te olvides del Señor, tu Dios, siendo infiel a los preceptos, mandatos y decretos que yo te mando hoy. No sea que, cuando comas hasta hartarte, cuando te edifiques casas hermosas y las habites, cuando críen tus reses y ovejas, aumenten tu plata y tu oro, y abundes de todo, te vuelvas engreído y te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres, para afligirte y probarte, y para hacerte el bien al final. Y no digas: «Por mi fuerza y el poder de mi brazo me he creado estas riquezas.» Acuérdate del Señor, tu Dios: que es él quien te da la fuerza para crearte estas riquezas, y así mantiene la promesa que hizo a tus padres, como lo hace hoy.»

De la mano de mi ángel de la guarda (Sal 90)

«No se te acercará la desgracia,
ni la plaga llegará hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha dado órdenes
para que te guarden en sus caminos»

Esto de los ángeles es un misterio. Desde pequeño, mi madre me enseñó a rezarle a mi ángel de la guarda. Yo se lo enseñé a mis hijos. Y todo con el convencimiento de que hay algo, alguien, que Dios ha puesto cerca para protegernos, para custodiarnos, para guardarnos en el camino. Un guardaespaldas espiritual, vamos. Sin traje ni gafas de sol. Sin pinganillo y sin arma. Pero con toda la fuerza del Espíritu.

Hay personas a las que también consideramos auténticos ángeles de la guarda. Tienen rostro y su voz tiene color. Pero comparten con los auténticos el hecho de estar permanentemente a nuestro lado, de querernos, de protegernos. Son personas de Dios, puestas a nuestro lado, con su luz, con una misión concreta.

No sé si tienen alas, ni tocan el arpa, si son transparentes o invisibles. Lo que sé es que son una muestra del amor de Dios hacia cada uno. Qué suerte tenerlos. Qué regalo.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

 

 

Conversaciones que dejan sin aliento… (Job 1,6-22)

Hay conversaciones que marcan la historia. Palabras que vuelan de una persona a otra, a veces dardos a veces rosas. Conversaciones con peso, densas, que absorben el oxígeno que las rodea.

Dios habla con Satanás. De tú a tú. En confianza. El mundo está como está. Satanás sonríe. Es lo que hay. Satanás mira en general. El mal generaliza, globaliza. Dios mira de uno en uno. Dios mira a las personas. Llama por el nombre propio. El bien personifica, conoce, ama. Dios confía.

El mal lanza el dardo, la pregunta a todo, a ti y a mí: ¿Por qué eres bueno? ¿Por qué amas a Dios? ¿Por qué respetas la Ley? Satanás teje la trampa, siembra la duda, cuchichea, acerca la sombra. ¿Por miedo? ¿Porque todo va bien? ¿Por cumplir? Y lanza su ataque.

Y Job resiste. ¿Y tú? ¿Y yo? ¿Qué hacemos cuando todo se nos cae?

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Luz es tu Palabra (Sal 118)

Que nunca me olvide de acudir a tu Palabra, Señor. No dejes que la dé la espalda. Tu Palabra es la Luz.

Cierro los ojos… ¡tantas veces! (Pr 21,1-6.10-13)

«Quien cierra los oídos al clamor del necesitado no será escuchado cuando grite.»

Recibo las palabras de hoy del Libro de Proverbios con mucha humildad. Porque sin reconocerme malvado, sí me doy cuenta de la cantidad de veces que cierro los ojos y los oídos al clamor de los que sufren y necesitan de mí.

El libro de Proverbios es una manera clara de comprobar si nuestra vida de fe y de seguidores de Jesús tiene correspondencia con la vida diaria y cotidiana, con nuestras decisiones más pequeñas, con nuestras éticas y morales del café de buena mañana. Creer nos hace vivir de una manera.

¡Pero cuántas veces es imperfecto nuestro seguimiento! En concreto, me descubro como un gran cerrador de oídos y ojos ante la realidad que a veces me circunda. Tal vez por incapacidad, tal vez por sentirme sobrepasado, tal vez por no saber qué hacer, tal vez por miedo, o mala prudencia o… ¡qué sé yo! El caso es tantas miradas me piden encontrarse con mi corazón y a tantas yo se lo niego…

Espero que el Señor me ayude y me enseñe a no girar el rostro, a tender la mano y a dar la vida mejor, por más. Y mientras lo consigo, que Él sí esté presto a mi grito.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

 

La luz del cumpleaños (Lc 8,16-18)

Hoy es mi cumpleaños y en todo cumpleaños hay velas que soplar. Tal vez esa imagen de la luz para celebrar que uno sigue adelante en su vida, me conecta hoy con el Evangelio. Y es que la alegría de seguir vivo va de la mano de la alegría de ser luz para otros.

A veces pensamos que el mundo se divide entre los que son luz y los que la necesitan. Creo que nos equivocamos. Porque la luz no es algo que uno posea sin más y que le hace ser más importante que otros. La luz no son galones de poder ni influencia. Yo diría más bien que todos somos velas, candelabros, llamados a dar luz y a llevarla donde se necesite. Y la luz se enciende cuando decidimos ofrecerla, cuando ponemos lo mejor que tenemos al servicio de otro, como nos propone el Salmo.

Hay personas que se piensan que ellos nada tienen que ofrecer y que ser luz para otros es tema de santos. Claro que sí, pero es que la santidad es cosa de pequeños, de aquellos humildes que aun sabiéndose poca cosa deciden dar lo que son, ayudar, iluminar, hacer el bien, sonreír, arrimar el hombro. Otros, en cambio, se piensan que son luz porque saben mucho, casi por herencia de sangre. No iluminan nada, porque no dan ni se dan. Están demasiado entretenidos con ellos mismos.

Tú puedes ser luz. Otros la esperan y la necesitan. Yo quiero seguir encendiéndome mucho tiempo más, mientras el Señor me siga regalando vida.

Un abrazo fraterno – @scasanovam