Los ataúdes que llevamos a hombros (Lc 7,11-17)

A veces se nos escapa la vida. Se nos mueren recuerdos, sueños, ilusiones, anhelos, esperanzas. Se queda sin voz aquello que más nos hace sentir vivos. El silencio embarga el horizonte y asumimos, con tristeza, que toca enterrar a alguien, a algo.

Jesús ve vida donde nosotros vemos muerte. Jesús es el que resucita, el que devuelve la voz, el que vuelve a poner en pie, el que convierte un entierro en un desfile de gozo y alegría. Jesús es el Señor de la plenitud, de la felicidad; el que escucha nuestros llantos y se cruza en nuestros caminos. El que se acerca y toca nuestras heridas, nuestras muertes particulares, nuestros fracasos profundos, nuestras pérdidas irreparables… y nos coloca de nuevo en el centro, nos inserta de nuevo en la comunidad, restituye nuestra dignidad, cicatriza la herida abierta.

Hoy Señor, que te cruzas conmigo en este ratito de oración, pongo delante de ti todo eso que tengo a pie de cementerio. Pongo a ti mis dificultades, compartidas hoy con un hermano. Pongo ante ti mis expectativas frustradas. Pongo ante ti mis incapacidades con los que quiero. Pongo ante ti la soledad que no soy capaz de acompañar de aquellos que me rodean. Pongo ante ti mis heridas calladas, dolorosas y llevadas en silencio. Pongo ante ti el sueño tambaleante y, también, hoy especialmente, mi miedo a fracasar.

Toca mis ataúdes. Tócales y devuelve a la vida lo que contienen.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Políticamente incorrecto (Lc 7,1-10)

Centurión. Romano. Servidor leal del César. Y amigo de los judíos. Cercano al pueblo donde vive. Y con la mente y el corazón abiertos al amor. Sin duda, un personaje políticamente incorrecto. Libre, diría yo. No es algo baladí en estos tiempos que corren, de frentes, trincheras, bandos e ideologías. Los que siempre quieren excluir y exclusivizar, por un lado. Los que queremos tender puentes, abrir senderos, hablar con todos y a todos amar, por otro.

A este centurión le mueve el amor por su criado. Además de todo lo anterior (¡que ya es bastante!), además, ama a su criado. Y el amor llama a milagro. El amor sale al encuentro. El amor busca al amor. El amor humano, el amor amigo, el amor paternal y filial, el amor de pareja… el amor, siempre el mejor trayecto para llegar al Señor. Quien ama y busca, siempre encuentra. Hay algunos, incluido yo a veces, que intentamos que la fórmula funcione al revés: queremos encontrar al Señor para amar mejor. Es un camino difícil este. Es mejor al revés.

¿En qué pongo yo los amores de mi vida? ¿Qué amo? ¿Por qué y por quién saldría ahí afuera y, sin importante nada, buscaría su salvación, su curación? ¿En dónde tengo puesto el corazón? ¿Lo entrego suficiente Señor? ¿No será que soy mucho más de palabra que de obras? ¿No será que soy un teórico de la fe y un minusválido en mi obrar?

Tú obras milagros Señor. Claro que sí. No para fardar. No para aparentar. No para triunfar. Tú obras milagros porque el amor sólo amar saber, y porque el amor responde al amor. Aunque sea políticamente incorrecto también para ti.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Más amantes que expertos (Lc 6,27-38)

Importa más amar a los demás que saber mucho. Eso es lo que nos dice S. Pablo hoy. Brutal afirmación. Tal vez por muy oída, ya no la interiorizamos. Menos hoy. Nos hemos olvidado de esto en una sociedad que nos exige notas, éxitos, títulos, triunfos, cargos… donde lo que importa es lo útil que puedas ser al sistema para seguir produciendo beneficios.

Para los que nos dedicamos a la educación, para los que somos padres y madres, para los que acompañamos personas, para los pastores y demás, ¡qué importante es tener esto claro! Primero, para relajarnos en nuestra labor. Porque lo mejor que podemos dar al otro es nuestro amor, nuestro cariño. Segundo, para ser capaces de no exigir al otro algo más importante que su bondad, su buen corazón.

Hoy mismo tenía una conversación con mi mujer al respecto. Mirando a nuestros hijos a veces nos damos cuenta de que les exigimos orden y estudio y colaborar en cosa y no contestar y buenas notas y… A veces olvidamos que lo importante es lo que son, su propio tesoro. A veces olvidamos su belleza interior y nos dejamos llevar por lo operativo, por lo disciplinario, que, sin duda, tiene su importancia, pero que no puede ensombrecer aquello que es más relevante.

Más amor que conocimiento, por favor. Más amantes que expertos.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¡Ay de los que estáis saciados…! (Lc 6,20-26)

En general, todos tenemos la aspiración de vivir tranquilos, sosegados, saciados. La cultura del bienestar del primer mundo ha traído mucha felicidad, mucha salud, mucho progreso, es verdad, pero, a la vez, nos ha alejado del dolor, de la muerte, del fracaso, de la dificultad, de la enfermedad… realidades que, creo, son inherentes a la existencia humana.

Cuando Jesús grita este «¡Ay de los que ahora estáis saciados…!», sabe lo que dice. Si hoy volviera a la Tierra, nos diría eso de «ya os lo dije», no sé si con cara de reproche o con cara de condescendencia. El caso es que a mayor nivel de bienestar, a mayor nivel de saciedad, menos Dios, menos fe. Algún amigo ateo me diría en este punto: ¿Me estás diciendo que un mundo sin Dios es necesariamente peor que un mundo con Dios? ¿Me estás diciendo que una persona sin Dios es menos feliz que una persona con Dios? Las respuestas no son sencillas y menos categóricas. Pero sin pretender ofender a nadie ni sentar cátedra, yo es lo que creo: sí, un mundo sin Dios es peor que un mundo con Dios.

No voy a ser tan demagogo de alentar a nadie a vivir en la miseria, en la enfermedad, en el subdesarrollo. Pero creo que se puede vivir suficientemente bien sin que eso implique tener nuestro corazón, nuestro espíritu, nuestra mente, nuestro cuerpo… saciados. Se puede comer bien, sano y rico, sin tener que terminar con pesadez en el estómago y sin podernos levantar de la mesa.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Las parálisis en la Iglesia (Lc 6,6-11)

Muchas veces nos somos capaces de afrontar nuestras propias parálisis y las parálisis de nuestras propias comunidades y familias. Lo mismo les pasaba a los Corintios, en aquel momento, que, ante un problema con uno de sus hermanos, no sabían cómo afrontarlo.

A veces resolvemos de manera más fácil los asuntos de los demás que los nuestros propios. Este, sin duda y a mi parecer, es una de las cosas que no gustan tantas veces de la Iglesia o de la parte más visible de ella. Juzgamos hacia afuera, resolvemos con contundencia problemas morales; esto sí y esto no, pecado por aquí y pecado por allá. Pero no somos tan ligeros cuando nos encontramos con situaciones parecidas entre nosotros. Es como si una fuerza de bondad asombrosa nos impidiera decirnos a nosotros mismos, o a un familiar o a un hermano o a un sacerdote o a quién sea: «esto no, no está bien».

Cuando nuestras familias o nuestras comunidades albergan un problema, hay que afrontarlo. La corrección fraterna no se nos da bien porque la practicamos poco. El silencio suele ser lo más frecuente. Silencio y para adelante. Así nos va. O, por el contrario, correcciones muy poco fraternas. O correcciones «happy» que poco tienen de fraternas. Fraternidad no es sinónimo de romántica tontuna, de falso respeto, de sutil indiferencia. Fraternidad es vivir unidos, en comunión y en Cristo. Y esto de tonto, romántico, happy o liviano, no tiene nada.

Así que ánimo. Cuando haya parálisis en alguno de nuestros miembros, Jesús en medio y a sanar cuanto antes, antes de que llegue la gangrena.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Señor, qué delicia… (Sal 36)

«Sea el Señor tu delicia,
y él te dará lo que pide tu corazón.»

Creo que hoy no hay mucho más que decir. Se trata de saborear el salmo 36. Repetirlo una y otra vez y daborearlo, degustarlo… ummmmm…

Un abrazo fraterno – @scasanovam

 

 

 

¡No os metáis tan adentro! (Lc 5,1-11)

Una frase muy repetida entre los padres que estamos en la orilla del mar, mirando cómo se bañan nuestros hijos: «¡Nos os metáis tan adentro!». Necesitamos saber que tenemos su baño controlado y que no va a haber ninguna imprudencia que pueda terminar en tragedia. Y es que meterse en lo profundo del mar da respeto.

A veces pienso que en esa protección orillera de mis hijos, proyecto el miedo que yo le tengo a ir hacia adentro en el mar. Me da miedo. Por si hay algún pez, por no hacer pie, por verla más oscura, por si me da un calambre y no llego, por las olas… Miedo. Por eso, cuando hoy leo el evangelio y escucho a Jesús diciéndole a Pedro eso de «rema mar adentro», me entran los sietes males. Los israelitas no distaban mucho de mí. El mar era lugar de las peores calamidades y meterse en su profundidad era símbolo de ir hacia lo desconocido, hacia el peligro, hacia la desprotección.

Jesús viene hoy a lanzarme un mensaje importante. No tengo que tener miedo de ir hacia adentro, de arriesgarme, de perder mi seguridad. No está mal «no hacer pie» alguna vez en la vida. Seguirle va de esto. Seguir a Jesús va de jugársela, de perder el control propio… porque ya controla Él. Ojalá tengo esto muy presente en este comienzo de curso tan apasionante y, a la vez, tan «profundo» para mí. Ojalá me sepa acompañado por Él y no tenga miedo de ir hacia adentro, allá donde el mar asusta y, a la vez, enamora.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Hacer crecer (1 Cor 3,1-9)

Cuando nuestros niños son pequeños, vamos al pediatra y llevamos un control preciso de su crecimiento. ¿Cuántos centímetros ha crecido? ¿Cuántos kilos ha engordado? Se percibe la necesidad de que el desarrollo sea correcto y de que en esas primeras etapas de la vida, todo vaya bien. Nuestra labor como padres se limita a QUERER y HACER CRECER. Prácticamente a eso nos dedicamos los primeros meses de la vida de nuestros hijos.

Y es que HACER CRECER es fundamental. También en lo espiritual. Y de eso nos habla hoy San Pablo. Porque como cristianos estamos llamados a hacer crecer. ¿El qué? A Dios. Hacerlo crecer en nuestro corazón. Hacerlo crecer en nuestra vida. Hacerlo crecer en el mundo. Ayudar a que otros lo hagan crecer en sus circunstancias.

Hacer crecer implica algo muy bonito de lo que me he dado cuenta con el ejemplo de los niños. Ya existe lo que tiene que crecer, la vida, el cuerpo del pequeño. Igual que ya existe Dios dentro de cada uno y ya existe y está presente en la Historia, en pasado y en el presente que nos toca vivir. Nosotros no generamos el Espíritu, la vida que de Él procede. Nuestra tarea es darle espacio, darle juego, darle salida. Ojalá lo consigamos.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

 

El idioma del Espíritu (1 Cor 2,10b-16)

Supongo que muchas veces habéis tenido la experiencia de intentar algo de vuestra fe, de vuestro compromiso, de vuestra pertenencia a la Iglesia, de vuestra manera de vivir… y no ha sido entendido. A veces pasa. Intentas dar razones de algunas cosas y te das cuenta que el que te escucha, pese a intentarlo, no entiende.

Yo tengo cerca personas (amigos, familia, compañeros de trabajo, etc.) que no consiguen entender muchas de las opciones que he ido tomando en la vida, que hemos ido tomando mi mujer y yo. Desde buscar un tercer hijo estando mi mujer sin trabajo hasta abandonar trabajos, ciudad, amigos y familia por aventurarnos en nuevas experiencias comunitarias con los escolapios. Para «el mundo» hay opciones incomprensibles.

San Pablo se lo intenta explicar hoy a los Corintios. El Espíritu nos habita, nos conoce y nos mueve. Las personas que han ahogado esa presencia del Espíritu en ellas, que la han tapado, adormecido, anestesiado o, sencillamente, se han deshecho de ella… difícilmente miran, escuchan, saborean la vida de la misma manera que nosotros. Esto no nos hace mejores ni peores que ellos. No somos hijos más dignos que ellos a los ojos de Dios. Pero es verdad que el Espíritu abre puertas y ventanas, refresca estancias bochornosas, airea rincones olvidados, moviliza energías, aligera pasos, agudiza el ingenio, fortalece la fe, asienta la confianza. Y uno vive desde otro sitio, de otro modo. Yo creo que más feliz.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Hoy se cumple tu Palabra (Lc 4,16-30)

Hoy, 3 de septiembre de 2018, pasará a la historia de mi vida como el día en el que se cumplió tu Palabra sobre mí. Hoy, por primera vez en 41 años, comenzaré el curso como parte de un claustro de profesores de un colegio escolapio. ¡Cuánto había soñado yo con esto! ¡Cuántas lágrimas derramé esperando este momento! ¡Cuánto esperé! ¡Cuánto sufrí! ¡Cuánto recé! ¡Cuánto permanecí sin perder de vista el objetivo, el sueño!

Como dice San Pablo, en su fragmento a los Corintios, llego temblando de miedo. Tanto tiempo esperando esto, tanto tiempo preparándome y ahora tengo el vértigo de asumir una tarea demasiado importante. Miedo de no saber, miedo de no servir, miedo de no estar a la altura. Y es ahí donde me reconfortan las palabras de Pablo: será el Espíritu y no yo, será su sabiduría y no la mía, la que me acompañe en este trayecto nuevo del camino y la que consiga extraer los mejores frutos de mi labor diaria.

Sólo puedo dar hoy muchas gracias a Dios. Y a la Escuela Pía. Por contar conmigo. Por llamarme. Por empujarme. Por hacerme sitio. Y a mi familia. A mis padres, a mi hermano, a mi mujer y a mis hijos. Por ser piedra sobre la que apoyarme todo este tiempo, por sus sacrificios y sus desvelos para que lo que hoy sucederá se hiciera realidad. Y gracias a mis hermanos de comunidad y a las personas especiales, amigos y amigas, que me conocen y que me quieren y que hoy comparten conmigo esta felicidad inmensa.

Un abrazo fraterno – @scasanovam