El desierto, ese lugar donde la fe renace (Os 2, 16b.17b.21-22)

Si no has leído la historia del profeta Oseas, es el momento. Un matrimonio como signo del amor de Dios a su pueblo. El desierto como lugar donde el amor rebrota, donde la fe renace.

Personalmente, siento que he sido llevado al desierto. ¡Hay tantas cosas que no veo con claridad! ¡Me siento, ahora mismo, un evangelizador seco y cansado! Pocas luces, pocas certezas, pocos frutos, muchos susurros, poca compañía, bastante soledad en algunos planteamientos… una sensación no agradable, vamos. Siento hambre y sed del Dios vivo y resucitado que enarbole la esperanza y haga que, de nuevo, mi corazón enardezca y arrastre.

No es un lugar al que me haya retirado por propia voluntad. Al contrario, recibo hoy la Palabra de Dios que me recuerda que es Dios quién elige el desierto muchas veces como lugar para reconstruir un amor desgastado por el tiempo y los infortunios y sinsabores de la misión. Es aquí donde Dios vuelve a proclamar todas sus promesas y donde se da a conocer con mayor fuerza. Eso espero. Anhelo que llegue de nuevo la pasión.

Señor, aquí estoy, transitando entre arena y sol. Voy cabizbajo y vacilante, desanimado por momentos, incrédulo de vez en cuando; pero todavía confiado y esperanzado en que Tú sabes más que yo, en que Tú, mi Señor, me has traído hasta aquí para darme vida nueva. Así sea.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Quítate de mi vista, que me haces tropezar (Mt 16,13-23)

Todos tenemos experiencia de tropiezo. Una se hace propósitos, uno intenta ser consecuente y seguir a Jesús, pero ¡demasiadas veces nos quedamos en el intento! Hay personas, cosas, situaciones, ambientes, lecturas… que no nos hacen bien. Si nos acercamos, caemos. Y aún así, ¡cuántas veces dejamos que eso suceda!

En el conocidísimo pasaje de hoy del evangelio, hoy hago oración con la reacción de Jesús ante un Pedro que le quiere evitar (por cariño, sin duda) todo el sufrimiento que le va a suponer viajar a Jerusalén. Jesús identifica a Satanás, al mal, como el protagonista de esa tentación. Satanás se sirve de Pedro en esta ocasión y lo hace envuelto en una capa excelsa de humanidad. ¡Cómo dejar que el Maestro lo pase mal a manos de esos canallas!

Es buena identificar, como Jesús, aquello que nos enreda, aquello que nos hace tropezar. Para ello, hay que asumir que Satanás juega sus fichas en esta partida y que el mal siempre es astuto. Conoce nuestras debilidades y, la mayoría de las veces, nos hipnotiza «con buenas palabras», «con buena intenciones». Si le damos cancha, caemos.

Por eso hay que ser firmes como Jesús y gritar eso de «¡quítate de mi vista!». No vayamos de héroes ni de fuertes. Mejor evitemos aquello que nos perjudica y que saca la peor versión de nosotros mismos. Y viviremos más felices.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¡Cuántas veces renegamos de las promesas de Dios! (Nm 13,1-2.25–14,1.26-30.34-35)

¡Cuántas veces renegamos de las promesas de Dios! Piénsalo. Yo estoy seguro que muchas. Leer el pasaje del libro de los Números de hoy me lo ha recordado.

Vamos a hacer un brevísimo resumen de lo que nos cuenta la palabra: Israel es un pueblo que vive sometido en Egipto, un pueblo de esclavos. El Señor escucha los lamentos y el sufrimiento de su pueblo. Moisés es enviado a Egipto para liberar a su pueblo. Dios consigue liberar a Israel y lo pone en camino hacia la tierra prometida. Moisés guía a su pueblo pero el camino no es fácil. De manera cíclica, durante este viaje, el pueblo se queja a Dios por todas las dificultades que tiene que sufrir. Dios se enfada con su pueblo. Moisés intercede siempre y Dios sigue apostando. ¡Vaya viajecito! ¡Nada muy diferente a los viajes con niños que los que somos padres hemos tenido que «disfrutar»!

Y llegan a la tierra prometida. Dios cumple su promesa. Y comprueban que efectivamente es una tierra maravillosa «que mana leche y miel». Pero les entra el pánico porque es una tierra ocupada y habrá que luchar. Y deciden ¡rechazar la promesa y no entrar! ¿Conclusión? Cabreo monumental del Jefe y a vagar cuarenta años por el desierto…

¿Y nosotros? ¿Vivimos también de espaldas al don? ¿O es que pensamos que las promesas de Dios se cumplen sin luchar, que están exentas de dificultades? ¿Decidimos también dar la vuelta? ¿Somos capaces de hacerle el feo a Dios y dejarle plantado con sus regalos? Creo que sí.

Nos quejamos mucho de que Dios a veces no responde, no se hace presente en nuestra vida o nos lo pone muy difícil. Somos iguales a aquellos israelitas a los que el camino se les hacía largo y difícil. Y es que lo es, sin duda. Esta vida se hace larga y muy difícil. Pero Dios nunca abandonó a su pueblo y nunca nos abandona a nosotros, pese a todas nuestras terquedades, cabezonerías e indignidades.

Dios cumple sus promesas. ¿Qué promesas te ha hecho a ti? ¿Cuál es la misión te ha encomendado? ¿Cómo es la tierra prometida te ha regalado? ¿Y cuál ha sido tu respuesta? ¿Estás dispuesto, dispuesta, a luchar por ella? Que sea don, o regalo, no implica que uno no tenga que luchar. Mucha de la lucha es interior y va de aceptar, de agradecer, de acoger, de dejarse querer, de abajarse, de saberse criatura y no dios…

Entremos, no nos equivoquemos. Entremos en la tierra prometida. Dios está de nuestro lado. Y disfrutémosla.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

¿Y si no lo veo claro? (Mt 14,22-36)

¿Y si no lo veo claro? ¿Y si no acierto con lo que Dios me pide? ¿Y si no reconozco a Cristo a mi alrededor? ¿Y si la noche, la oscuridad, la niebla o la tormenta son demasiado para mi pobre fe?

Son preguntas que me he hecho tantas veces… ¡Luz Señor! ¡Luz para verte y reconocerte!

Aquellos discípulos tuyos te confundieron con un fantasma y, aterrorizados, gritaban de pánico. Y pese a tu ánimo, te pidieron una prueba que saciara su ansia de «certezas». «Señor, si eres tú, mándame ir hacia a ti andando sobre el agua» dirá Pedro, buscador audaz y entusiasta. En mi día, como Pedro, también entono muchas veces ese «Señor, si es por aquí, si este es el camino, si aquí estás tú… házmelo saber».

El Señor nos invita a caminar sin certezas, a lanzarnos de nuestras barcas, a salir de nuestros grupos estufa, a buscarle en medio del mundo, de la oscuridad del mundo, de la noche del mundo, del mar del mundo. No hay más prueba que su Palabra, certera y confiada. No hay más prueba.

¿Confiamos? ¿Saltamos? ¿Nos la jugamos?

¿Y si naufrago? Pues como Pedro me pasará. Caeré al agua. Pero inmediatamente sentiré la mano del Señor, que me rescata y me devuelve a la vida.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Cuando la misión pesa y no se vislumbran frutos (Nm 11,4b-15)

Comienza agosto y, con él, mi intención de retomar mi oración compartida por este medio. Y qué mejor manera de comenzar que con las lecturas de hoy: Moisés hasta las narices de su misión con el pueblo de Israel y los discípulos intentando mandar a la gente a casa porque molestaban y ya no eran horas. Cuando la misión pesa y no se vislumbran frutos, todo corazón se rebela.

También yo me desencanto muchas veces con la marcha de mi misión. Dudas, desplantes, oscuridades, falta de frutos, sensación de soledad e incomprensión… Últimamente me siento como ese Moisés que, intentando hacer lo que Dios le pide con su pueblo, no acaba de entender «para qué». Lo mismo los discípulos de Jesús que, frente a aquella multitud agobiante y harapienta, intentan buscar un rato de paz y sosiego a solas con su Maestro.

La respuesta de Dios es similar en ambos casos: da lo que tienes, permanece fiel a donde se te ha enviado y deja al Señor actuar. ¡Cuánto cuesta esto cuando no ves razones por las que luchar o cuando el sufrimiento y el desgaste de la misión empiezan a ser difíciles de afrontar! El Señor me pide hoy, como a aquellos, que me siga dando, que permanezca en el lugar donde se me ha situado, a su lado, y que espere. El milagro se obrará.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Momento de cambio (Mc 1,14-20)

Hace unos días hablaba con mi acompañante personal. No quiero que pase más tiempo sin un proyecto de vida personal. Llevo años queriendo ponerme en serio con uno y creo que es el momento idóneo de mi vida para hacerlo.

Por eso leo con alegría el llamamiento que hoy nos hace a todos Jesús: hay que cambiar, hay que convertirse. Quiero mirar a Dios, situarlo bien en el centro de mi vida, dejar atrás algunos descentramientos y poner el foco en aquello que posiblemente me esté pidiendo.

Seguir a Jesús nunca deja indiferente. Nunca nos deja en el mismo sitio. O estamos dispuestos a movernos o el seguimiento no es real.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

A la mesa conmigo (Mt 9,9-13)

El Señor entra en mi casa y se sienta a la mesa conmigo. No le importa mi fama ni mi reputación. No le importan mis equivocaciones. No le importan mis pequeñas y grandes traiciones. No le importa mi pecado. Al revés. Me conoce. Sabe de mis debilidades. Sabe de mis soberbias cotidianas y de mis ansias de grandeza. Sabe de mis miedos y prejuicios. Sabe de mi dureza, a veces, con mi prójimo. Pero también sabe de mi corazón, que a veces se cierra, pero que quiere amar mejor.

El Señor me pide que le siga. Y yo lo hago. Pero antes de la misión, sellamos el pacto alrededor de una mesa apasionada donde se cuece la realidad de mi vida. Y Él, ahí, se sabe en casa. Y yo también. El resto, que murmure.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Amar sin límite (1 Cor 12,31–13,13)

Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional. Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve. El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca.

Mejor no hacer comentarios. No los necesita. Sólo me sale leerlo una y otra vez. Leerlo una y otra vez… con Perales de fondo…

El escándalo que salva (Jn 3,13-17)

La cruz. El escándalo de la cruz. Signo de contradicción para muchos. La cruz.

Escribo y rezo esta mañana con una cruz delante, una cruz preciosa, antigua, pequeña, a la que ilumino cada vez que hago oración. En ella se encuentra la salvación.

Hoy comienza el cole y vuelvo a las aulas, igual que mis alumnos, con incertidumbre, con algo de miedo y respeto por un lado y con confianza por otro lado. Miro a la cruz y veo en ella la entrega total y definitiva y el camino para la salvación. Una entrega que no me resulta fácil.

Pero Jesús ya se entregó por mí. La cruz es la muestra de su amor. La salvación se consumaría en la Resurrección. Todo se ha consumado ya. El Amor sólo amar sabe. Dios sólo sabe salvar. Y esto es lo que se me ofrece. Sólo necesito decir sí y dejar que ese torrente sanguíneo de amor inunde mis entrañas para cambiarlo todo.

Hoy te pido eso, Señor. Inúndame. Lléname. Que mis alumnos te descubran a través de mí.

Un abrazo fraterno – @scasanovam

Mi fragilidad, tu grandeza (1Cor 2,1-5)

Miedo, debilidad, preocupación, limitaciones, defectos… Así soy yo. De eso estoy lleno. No sé si paso el test de calidad de evangelizador. Demasiadas «taras».

Leer hoy a S. Pablo me llena de esperanza. Porque veo que él también se descubrió así, pequeño, frágil e imperfecto. Tras su conversión, su desierto, sus dificultades con el grupo de los 12, sus meteduras de pata… entiende que así debe ser. Es Dios quién tiene que hacerse grande, que mostrarse grande, que ser protagonista en su vida y en su predicación. Cuánto más empequeñezca él, más resaltará Dios.

Reconozco que es algo que me cuesta. Por eso le voy a pedir al Señor que me ayude a ser más humilde, que me ayude a abajarme, que me enseñe a postrarme a sus pies.

Un abrazo fraterno – @scasanovam