El Señor mira el corazón (I Samuel 16, 1-13)

Esto de que el Señor no se fija en las apariencias me recuerda a aquel pasaje de El Principito en el que decía: «Lo esencial es invisible a los ojos».

¿Cómo ando yo de esto? ¿Miro yo también al corazón de las personas? ¿Me preocupo por conocer más allá de lo que cada uno enseña o aparenta? ¿Descubro la huella de Dios en los que me rodean o prefiero la comodidad de no entrar en los entresijos de sus vidas, sus preocupaciones, sentimientos…?

El pasaje de hoy me parece precioso y un llamamiento importante a educar mi mirada.

Un abrazo fraterno

Salmo 49 a propósito de Haití

Recitando el salmo 49 me llena de verdad su final. Eso que dice Dios acerca de que los sacrificios le honran pero que sólo el recto encontrará la salvación. Qué matiz. Dios y sus matices. Los sacrificios… no están mal aunque lo que de verdad importa es escuchar y hacer realidad la Palabra de Dios para mi. No es tanto estar preocupado en no ofender a Dios e intentar agradarle con «cositas» como luchar y esforzarse en cumplir su voluntad para mi vida, en conocer mis dones, en ponerlos al servicio, en seguir mi vocación, ser feliz y construir, de esta manera, un mundo mejor.

Y me viene muy a cuenta con lo que está pasando en Haití. Todo estos días vemos cómo todos los Estados se esfuerzan en mandar ayuda, medicinas, alimentos, recursos… Es el momento de ayudar nos dicen los gobernantes y las organizaciones. Y es verdad. Hay que ayudar y hacer lo que uno pueda. Pero ¿qué pasaba antes? ¿A quién le importaba uno de los países más pobres de la tierra? ¿Cuánto nos preocupamos de colaborar en que esos países salgan adelante? ¿Qué hicimos antes por esa gente? Un terremoto no es culpa de nadie, es una catástrofe pero ¿qué responsabilidad tenemos todos en sus consecuencias demoledoras? Veo con asombro cómo en terremotos de mucha más magnitud en EEUU o en Japón… los edificios ni se inmutan y no hay casi muertos. En Haití es como si la misma Nada de la historia interminable hubiera pasado por Puerto Príncipe.

Da que pensar.

Un abrazo fraterno

A la mesa, en su casa (Marcos 2, 13-17)

Jesús va a su casa. Jesús se sienta a su mesa. Jesús se mete en su ambiente. Jesús conoce a su gente. Jesús se acerca a su realidad. Jesús escucha sus vidas. Jesús llama a Mateo a seguirle pero sustenta el poder de su palabra en las actitudes y en los hechos que acompaña. Jesús, lejos de presentarse como alguien importantísimo, sabio sobremanera, digno del mayor de los respetos, alejado de los placeres mortales y de las pequeñeces diarias; se presenta como alguien totalmente dispuesto a conocer, a escuchar y a acompañar. Sin juicios previos. Sin comentarios arrogantes ni soberbios. Sin mirar por encima del hombro a aquellos en los que ve sed de Dios.

¡Cuánto que aprender todavía Padre si quiero, si queremos, evangelizar el mundo…!

Un abrazo fraterno

Como los demás pueblos (I Samuel 8, 4-22a)

A veces somos muy torpes las personas. A mi me pasa. Vivimos en una contradicción tremenda al querer tener a Dios como auténtico referente de nuestra vida y, a la vez, tampoco queremos ser muy diferentes del resto de personas y pretendemos vivir más o menos de acuerdo a las normas que marca el mundo en todos sus ámbitos. A veces esto es complicado. El consumismo, la comodidad, el estado del bienestar, el nivel económico y social, la proyección profesional… nos alejan de la libertad pese a vendernos lo contrario. Son «reyes» que nos esclavizan.

Sigue habiendo profetas que nos advierten de todo esto. Pero preferimos tapar las orejas y mirar adelante, como los burritos. Desde luego, Dios no lo va a impedir… Él sí que nos da libertad aunque sólo sirva para equivocarnos…

Un abrazo fraterno

¿Por qué nos escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia ? (Sal 43)

La primera lectura de hoy nos habla de un pueblo derrotado, machacado incluso tras parapetarse tras el arca sagrada. Un pueblo que clama antes el silencio del Señor.

Hoy veo las imágenes del terrible terremoto de Haití y también descubro un silencio de Dios duro de tragar. ¿Por qué? ¿Por qué a los más pobres? ¿Por qué esa desgracia? ¿Por qué esa brutalidad? Los aviones de ayuda no pueden aterrizar, el caos es total, las epidemias empiezan a campar a sus anchas, los cadáveres se amontonan y la ciudad se ha venido literalmente abajo. Padre… ¿por qué? ¿Por qué ese sufrimiento tan terrible? ¿Por qué siempre a los mismos?

Hoy toca tragar saliva y confiar, aunque no se entienda nada.

Un abrazo fraterno

Habla, Señor, que tu siervo escucha (I Samuel 3, 1-20)

Las cosas poco a poco se van clarificando porque a base de escuchar y estar pendiente de lo que a uno le rodea, uno va sacando conclusiones. A veces lo que se escucha no es lo que a uno le apetece y uno se pregunta dónde estará Dios escondido: ¿en la intuición que trae la realidad? ¿En la intuición también basada en la ilusión y el amor profundo?

Es duro. A mi se me hace duro. Hay que mantenerse alerta y seguirle diciendo al Padre que hable, que hable… que lo necesito.

Un abrazo fraterno

¡Al Señor se lo pedí! (I Samuel 1, 9-20)

El Señor es poderoso. Eso nos vienen a decir las lecturas de hoy. Él todo lo puede.

Creo que esto lo ponemos a veces en entredicho y pensamos que no es así. Otros se decepcionan porque piden y no se les concede lo solicitado. Y otros se regocijan cuando se hace realidad en sus vidas aquello por lo que tanto clamaban a Dios.

Yo creo que Dios es topoderoso. Y creo que hay que hablar con Él y también pedirle presentándole mi vida, mis sueños, mis aspiraciones, mis anhelos… Pero también estoy convencido de unas palabras de Tomás Moro: «Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor». Hay cosas que no pido porque no me parecen anhelos profundos. Dios no es una lotería al que se le pide a ver si toca. Es una relación profunda de amor en la que uno tiene derecho a pedir, a expresar…

La historia de Samuel me parece preciosa. Tal vez el camino de Ana tenía que llevarla a ese punto para descubrir a ese Dios y para descubrirse a ella misma.

Un abrazo fraterno

Vio a Simón y a su hermano Andrés (Mc 1, 14-20)

Leyendo el Evangelio de hoy se me suscita una pregunta clara:  ¿Qué habrá visto Jesús en aquellos pescadores concretos para llamarles e invitarles a seguirle y a ser sus amigos más cercanos? ¿Eran los únicos que estaban por allí aquel día? ¿Casualidad? ¿Sabía ya Jesús cómo eran por dentro e iba a tiro fijo?

El escenario es, sin duda, curioso. Jesús no fue a la sinagoga a elegir y ni siquiera «sacó una oferta de trabajo» para ocupar el puesto de apóstol. Jesús estaba paseando cerca del lago y algo debió ver y percibir en la manera de trabajar de aquellos hombres que le llamó la atención, le infundió confianza y le gustó. ¿Qué sería?

Eso me pregunto hoy pensando si yo también llamaría la atención de Jesús si me ve trabajando…

Un abrazo fraterno

Los cerrojos de tus puertas (Sal 147)

El Señor refuerza los cerrojos de mis puertas. Entiendo que los cerrojos de las puertas sirven para proteger lo que hay detrás de ellas, que es algo valioso.

Después de todos estos años de vida algo valioso guardo en mi interior. La educación recibida, las experiencias vividas, la formación acumulada, mis propios discernimientos, mis promesas y compromisos, mis sueños y proyectos, las personas con las que camino en la vida, mis heridas y mis pasiones, mis emociones, mi fe y mis creencias, mi libertad y mi valentía, mis temores… Todo eso guardo tras mi puerta. Y cierto es que son muchos los que quieren entrar a robar, los que quieren echar por tierra mucho de lo acumulado, los que quieren que lo que hay dentro de mi se pierda, los que quieren ocupar éstas mis tierras y gobernar por encima de mi propia autoridad.

Mi oración, mi comunidad, mi matrimonio, la Eucaristía… Dios se sirve de muchas cosas para reforzar los cerrojos. Que, al menos, el que entre sea por encontrar la puerta abierta a su llegada, no porque su fuerza pudo derribarla sin oponerse resistencia.

Un abrazo fraterno

Me ha enviado (Lc 4,14-22a)

«Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres,

para anunciar a los cautivos la libertad,

y a los ciegos, la vista.

Para dar libertad a los oprimidos;

para anunciar el año de gracia del Señor.»

Canción del misionero