Esta entrada no es para comentar la Palabra de hoy, ni la de ayer, ni la de mañana. Es simplemente la decisión de querer plasmar en palabras todo lo vivido este fin de semana que se termina con el objetivo de que el viento del tiempo no se lo lleve. Debe permanecer.
El fin de semana empezó en el intercambiador de Moncloa. Allí recogí a Violeta, Sandra y Elena alrededor de las 6 de la tarde. Laura se iba en bus y a Laura la llevaban sus padres. Nos esperaban en Villa Santa Mónica, en Becerril de la Sierra. Íbamos a empezar un retiro importante: el retiro previo a recibir el sacramento de la confirmación, el ansiado, deseado y largamente esperado sacramento. Nadie podía imaginar de aquella que la casa, el lugar, el entorno, la compañía y la presencia del Espíritu iban a ser como al final fueron. Una pintada en una roca cerca ya de Becerril nos marcaba el objetivo: «Busca a Dios».
Villa Santa Mónica es una maravilla. Es irse a la montaña literalmente. Y en la montaña habita Dios. ¿A qué sí? Sor Ángeles nos llevó a nuestro rinconcito. Había que andar a lo largo de un camino de tierra auténtico y eso iba a ser el preámbulo, el símbolo de para lo que estábamos allí. Habímos ido a caminar en busca del Padre, a salir a su encuentro, a dar un paso más. Los árboles, las plantas, las piñas caídas y las hojas ya secas del otoño eran hermosos compañeros de camino. Y poder pasar tres días en esa fortaleza era también signo del don deseado. Cada uno en su habitación. Un salón inmenso. Unas vistas amplias. Una capilla que te llamaba a gritos a la oración… Un regalo.
Lo primero fue hacer nuestro rincón y repartir roles. Violeta se encargaría de las velas, Laura del tiempo, Sandra de las luces, Laura de la música y Elena ya tenía bastante con sostenerse a sí misma (iba cojita, je, je, je). La Biblia en medio rodeada de luz y 6 sillas en círculo para vernos, para contemplarnos, para descubrir el brillo de Dios en los ojos de cada uno. Había sed. Se palpaba el hambre. Y empezamos a compartir el documento previo que trabajaron durante toda la semana. Y el Espíritu estaba allí también. Y llegó la hora de cenar. Y bajamos vistiéndonos de la noche, oliendo la paz y saboreando el silencio que aparece con la luna. Y en la mesa, sentados ya, a Elena se le ocurrió que había 6 comidas de aquí al comingo y que podíamos bendecir la mesa una vez cada una. ¡Qué gran idea Elena! Y ella fue la primera. Cada una impregnando la bendición de ella misma. Sin engaños.
Y llegó la noche. Y la primera contemplación. La Nube que se mueve y se para. El pueblo que la sigue. Y el espíritu en cada una de vosotras, compartiendo vuestros miedos, vuestros sueños, vuestros deseos, vuestras dificultades. Pero la contemplación no acabaría ahí. Antes de que el sueño nos venciera tomamos juntos una decisión importante: no meternos en la cama sin salir afuera y contemplar las estrellas en ese gran, amplio y limpio cielo que se nos había regalado. Y vimos Casiopea, y Orion… ¡y pasó una estrella fugaz! Y el Espíritu estaba allí también. Vimos a Dios mismo. Grande. Bello. Poderoso. Amoroso.
Y llegó el «sábado de los sacramentos» con el tanque de agua y el señor Mansueto. Y clarificamos ideas y conceptos y orientamos nuestra actitud y nuestra mirada de cara a lo que pronto celebraremos juntos. Y empezamos a entender que es eso de sacramento y lo poco que lo usamos… Y comimos y merendamos y cenamos con dos catequesis por el medio y una hermosa conversación sobre la comunidad. Y sobre el grupo. Y sobre el presente y el futuro contrastado con lo que ya íbamos trabajando. Y todo esto encima de una enorme roca en medio del campo, siendo parte del Todo.
Y llegó la noche y contemplamos las primeras comunidades de Hechos y oramos juntos, Y cansados nos retiramos pronto. Y algunos no quisimos desperdiciar el regalo celestial y no pudimos evitar salir a la noche y ver las estrellas…
Y el domingo fue realmente el día del Señor. Última contemplación y hermosísima celebración de la Palabra (no teníamos cura…) en el patio de la fortaleza. Delante la Palabra, en su altar. Y el terreno pedregoso, y el terreno espinoso, y la tierra buena… Y cantamos. Y celebramos por todo lo alto. Y escuchamos la Palabra. Y compartimos vida y oración. Y llegó el primero de los signos: lectura personal de un trozo de Isaías 42, con la tierra entre las manos. Una misión. Un mandato. Y el sonar de una campana, una a una, fue el signo que elevaba vuestra disposición y vuestro sí a los cielos refrendado con un abrazo fraterno de las que caminan juntas. Y oramos juntos el Padrenuestro y ¡una grande y hermosa mariposa blanca sobrevoló por encima de nuestras cabezas durante unos segundos! Y el Espíritu estaba allí también. Y llegó la bendición. Juntas. De la mano. Cada una para las otras. Contagiando. Amando. Aconsejando. Acariciando. Y me despedí con la sensación de haber estado en una de las celebraciones más hermosas de los últimos tiempos.
Y hubo risas. Y bromas. Y concesiones. Y frases para la posteridad. Y chistes para olvidar, je, je, je… Y todo esto sintiéndome tremendamente a gusto y acogido por esas agustinas simpáticas y cariñosas.
Un fin de semana lleno de Dios. Compartido con vosotras. Violeta, Sandra, Laura, Elena y Laura. Luz para las naciones. Muchos besos
Eres mi sierva a quien yo sostengo,
mi elegida en quien se complace mi alma.
He puesto mi espíritu sobre ti:
dictarás ley a las naciones.
Yo, Dios, te he llamado en justicia,
te tomé de la mano yte formé,
y te destino a ser alianza del pueblo y luz de las gentes,
para abrir los ojos a los ciegos,
para sacar del calabozo al preso y
de la cárcel a los que viven en tinieblas.