«Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría». Estas palabras resuenan hoy en mi con una significación especial. En un tiempo en el que la Iglesia pone su acento en la conversión, la abstinencia, el ayuno, etc. este salmo de hoy me invita a descubrir a Dios en mi alegría. Y es curioso esto porque me viene esta Palabra después de visualizar dos veces la película «Chocolat«, film maravilloso que todavía no había visto y que recomiendo fervientemente.
La película también se desarrolla en Cuaresma y acaba la mañana de Pascua. Es la historia de personas. Es la historia de un pueblo tranquilo, tradicional y, ¿por qué no?, triste. Triste porque nadie hacía de su existencia una auténtica fiesta. Nadie dejaba saltar de alborozo su corazón y su alma con los pequeños y magníficos detalles del dia a día. Nadie era quien realmente quería ser. Y el chocolate, protagonista indiscutible de la peli, actúa de sanador. Devuelve a cada uno la capacidad de impregnarse de vida y de Dios a través de sus sentidos…
En sus tres años de vida pública Jesús supo buscar momentos de meditación, de soledad, de intimidad consigo mismo y con el Padre. Momentos necesarios para todos. Pero no dejó a un lado los momentos de disfrute, de gozo por lo creado, de placer… Jesús jugaba con los niños, cenaba con sus amigos, asistía a bodas y actos sociales…
Es verdad que no es lo mismo la alegría que el placer. La alegría es algo más profundo, más íntimo, más determinante. La alegría no es una máscara, ni una sonrisa… ni se reduce a un momento. La alegría va más por debajo. Tengo claro, de todas maneras, que para conseguirla hay que ser capaz de ser uno mismo, no hay que interpretar un papel, hay que ser coherente con lo que uno es, piensa y cree y actuar en consecuencia y no perder nunca el contacto con los sentidos, con el cuerpo, con lo que nos hace disfrutar y sentir vivos.
Un abrazo fraterno