Al Señor no le cansa que le digamos TE AMO

Aprender las cosas de memoria está muy devaluado hoy en día. Aquellos que aprendimos oraciones a golpe de memorizarlas y que sacamos notazas en exámenes a golpe de sabernos la lección al dedillo… sabemos que, aunque es verdad que las cosas hay que razonarlas y encontrarles el sentido, no es malo saberse unos cuantos principios de manera automática. Hoy leyendo el salmo me he acordado de esto.

Voy a intentar repetirme estas palabras del salmo cada mañana, incluso en cada bendición de la mesa, en cada oración de la noche con mis hijos… No creo que haga ningún mal, tal vez lo contrario:

«YO TE AMO, SEÑOR; TÚ ERES MI FORTALEZA;
SEÑOR, MI ROCA, MI ALCÁZAR, MI LIBERTADOR.»

Es una declaración de amor en toda regla. ¡Y lo dice de manera expresa! Si yo fuera el Señor, me encantaría que me lo repitieran muchas veces: yo te amo, Señor…

Mi fortaleza, donde vivo bajo su protección; donde bajo sus muros me siento seguro.

Mi roca, donde edifico aquello que soy, mi vida, mis sueños, mi familia, lo mejor que tengo.

Mi alcázar, inexpugnable en las batallas duras de la vida, inalcanzable para el enemigo.

Mi libertador, Aquel que dio su vida por mi, que me recogió del fango, que sanó mis heridas, que murió en la cruz por mis pecados.

Empiezo el día, repitiéndolo de nuevo. Y mañana lo comenzaré igual…

Así sea.

Hay días en los que cuesta entenderte, Padre

Tremendamente complicado se me hace hoy rezar con las lecturas del día. Hay días que, bien porque la Palabra se hace más árida, bien porque uno no está igual de «sintonizado», se hace más complicado entender lo que el Padre nos quiere decir.

Hay días que amanecen grises. Hoy es uno de ellos. Así que lo único que puedo ofrecer es mi silencio, mi presencia humilde y mi decisión de ponerme en manos del Señor aún cuando no entiendo demasiado.

Así sea.

Dudas, tinieblas y noche oscura del alma

Dudas. No sé los demás pero a mí me acechan muchas veces y detecto que sigo creyendo porque la cabeza sigue apostando por la fe y porque, seguro, el Señor no me deja de su mano.

La ausencia de dudas no es signo de querer más al Señor. Posiblemente, nadie lo quería más que Pedro y fue él el que se hundía en el agua al temblar su fe y fue él quién lo traicionó en el último día.

A mí, últimamente, me acechan al contemplar determinadas circunstancias que no entiendo cómo son permitidas. gente mala que se sale con la suya, gente buena que no sale adelante… Incomprensible. ¿Y si todo esto de Dios fuera una patraña? ¿Y si realmente no existiera? ¿Qué decir cuando lo que sucede no cuadra con su Palabra?

Por eso, hoy, digo lo mismo que Pedro que, asustado por saberse solo en la barca, intenta salir a por el Señor aunque lo percibiera todavía como una sombra en la noche: «Señor, sálvame». Sólo Él puede sostenernos y permitirnos caminar sobre las aguas en medio de la noche más oscura.

Así sea.

El cansancio de los elegidos por Dios

Me está encantado la lectura veraniega que cada día nos presenta el AT. Una vez más compruebo que, lejos de ser palabras caducas y vacías, la historia de Moisés y el pueblo de Israel es la historia de cada uno de nosotros, de la humanidad.

Moisés también siente, padece, no entiende y se cansa de ser el elegido, el pastor, el liberador. Creo que todos hemos experimentado sentimientos parecidos en nuestra labor evangelizadora. Es algo que llega. Es el desierto particular de todo aquel que sale a la misión y trata de acompañar a alguien hacia «la tierra prometida».

El sentimiento de Moisés es propio pero se expande en dos direcciones. La decepción y la tristeza al comprobar cómo el pueblo liberado no entiende absolutamente nada, cómo se queja incluso de haber sido liberado, cómo actúa injustamente contra él y contra Dios. Es terrible comprobar pese a cómo Dios cambia la vida de las personas, las rescata, las salva y obra el milagro cada día… las personas nos olvidamos rápido y sólo buscamos nuestra propia satisfacción. Por otro lado, Moisés se dirige a Dios tremendamente airado y enfadado. Él, que ha dicho sí y ha decidido dar la vida por ponerse al servicio de Dios, por volver a Egipto, por abandonar su cómoda vida, por jugarse la vida, por acompañar y conducir a todas esas personas… se ve frustrado, solo, abandonado por Aquel que le ha enviado.

El Evangelio nos presenta la versión actualizada. Unos discípulos desbordados y agobiados antes una muchedumbre hambrienta con la que no saben qué hacer… y un Jesús que se hace presente pero que deja a sus amigos la labor de dar de comer.

Hoy, Señor, te ofrezco también mi cansancio en la misión, en tu tarea, mi incomprensión y mi falta de entendimiento tantas veces… Acógelo, acompáñame y dame tu bendición para que todos queden saciados.

Así sea.

El don de admirar lo cercano y conocido

¿Por qué nos admiramos menos de lo cercano y conocido que de lo que encontramos «fuera»? ¿Por qué a veces encontramos «encantos» en otras mujeres más que en la nuestra? ¿Por qué siempre pensamos que el profesor que no nos da clase es más guay que el nuestro? ¿Por qué pensamos que en otras empresas se vive mejor que en la nuestra? ¿Por qué vemos Españoles por el Mundo y pensamos que se vive mejor en cualquier rincón del mundo que en cualquier rincón de España? ¿Por qué pensamos que los padres de nuestros amigos son mejores padres que los nuestros? ¿Por qué siempre vemos lo bueno que se hace en otras parroquias, en otros movimientos… y pensamos que lo nuestro tiene tanto que mejorar? ¿POR QUÉ ESA MIRADA TAN EXIGENTE HACIA LO QUE CONOCEMOS?

Es esa exigencia hacia lo conocido lo que priva del milagro, de lo sensacional, de lo inesperado. Es nuestra etiqueta, nuestro «ya sé lo que vas a decir», «ya sé cómo va a salir», «ya sé lo que vas a hacer»… lo que elimina toda posibilidad de sorpresa. Dice el refrán que «el roce hace el cariño» pero ¿no mata también la admiración? Jesús supo lo que era eso de no ser profeta en su tierra… Ya tenía la etiqueta puesta…

Yo hoy quiero pedirle al Señor la capacidad de no perder la admiración por mi esposa, por mis hijos, por mis padres, por mis compañeros de trabajo, por la Escuela Pía, por mis hermanos de comunidad… por todo aquello que amo, que conozco, y a los que, tantas veces, les extirpo la posibilidad de que el Espíritu haga milagros a través de ellos.

Así sea.

Mal y bien. Un mix que no interesa.

¿Hay malos y buenos? ¡No me digas! Pues sí. Y seguramente lo malo y lo bueno conviven dentro de cada uno de nosotros. Sí, existe el mal y el bien. Y aunque parezca obvio, el mal no debería interesarnos y deberíamos hacer por quedarnos sólo con el bien, con lo bueno.

Cuando yo me arrodillo o me siento delante del confesor, lo que vengo a hacer es un ejercicio de ponerme delante de Dios y pedirle: «Señor, separa lo malo del bueno. Esto es lo malo que tengo, el pecado que vive en mí, y quiero quitármelo de encima. Me pesa». ¡Qué bien me sienta acudir al sacramento de la Reconciliación! Separar, exponer, presentar… lo que no sirve.

Pero más allá de mí, también me encuentro eso en la vida: personas, situaciones, páginas web, películas, lecturas, políticas… No todo es bueno. No todo nos hace bien. No todo entra en el saco de lo deseable para mí, para todos. Y hay que hacer este ejercicio de discernimiento para separar, para deshechar, para descartar. Cuanto menos nos acerquemos a lo malo, fruto del mal, y más de lo bueno tengamos… más cerca de Dios estaremos, más felices seremos y más felices haremos a los demás.

Esta es la tarea: discernir y luego actuar, sin piedad. Con el mal, no debe haber contemplaciones, equidistancias y medias tintas.

Así sea.

Dejo mi trabajo. Por delante, la llamada del Señor…

Ha sido la primera vez que me despedía de mis compañeros de trabajo. Es lo que tiene haber tenido sólo un trabajo en esta vida. Y, aunque todavía me quedan unos días y esto no ha terminado, puedo decir que, si ya me iba contento, ahora me voy también en paz. Alegría y paz, sí, son las palabras que mejor definen los sentimientos de mi marcha.

Cuando la opción de irnos a Salamanca se puso encima de la mesa, tal vez ninguno pensábamos que yo pudiera dejar mi empresa y empezar ya a trabajar para la escuela o para la Escuela Pía. Sólo el transcurrir de los días y los milagros que el Señor iba realizando empezaron a llenar mi corazón con la esperanza real de esta posibilidad. Si la posibilidad se presentaba en unos términos razonables, yo no la iba a dejar escapar. Fueron muchos años de espera, de esfuerzo, de tensa calma… y algo me decía que el momento había llegado.

Me voy con la cabeza alta de GEHC. Me voy sabiéndome valorado y querido. Me voy sorprendido en parte y tremendamente agradecido.

La cabeza alta es fruto de 15 años de trabajo y de esfuerzo por hacer mi labor lo mejor que he podido, con mis defectos, mis carencias y mis errores. No sólo eso. Han sido 15 años viendo crecer un negocio y viendo crecer un equipo, viendo llegar a unos y marchar a otros, viendo pasar jefes, managers, estilos, apuestas y propuestas por parte de la compañía. Han sido 15 años en los que creo no haber acumulado enemigos sino más bien todo lo contrario. Un tiempo largo donde crear relaciones de cariño incluso con los clientes y donde he intentado, sin hacerlo muy conscientemente, llevar la paz del Evangelio allí donde estaba. Me voy satisfecho por lo realizado, por la fidelidad y el compromiso que he intentado demostrar y por la honestidad de mi carrera aquí.

Otros no se hubieran ido con una mano delante y la otra detrás. El dinero no me sobra. Pero la opción tomada y acordada, me parece justa y, al final, la real. Me voy por propia voluntad, sin más. Me siento valorado y querido en mi despedida más allá de su traducción en euros. Suena tópico pero el cariño no se mide en euros. Y en este momento, esta apuesta de desaparecer por propia voluntad es también un signo de esto. Me sé valorado y querido por la reacción de mis compañeros más cercanos y por las palabras de mis managers directos. Me voy valorado y querido porque así se me está haciendo saber estos últimos días. Apreciado por personas de la compañía con las que comparto pasillos desde hace 15 años y que me han visto «crecer» aquí. Me voy con el corazón cargado de reconocimiento, alimentado también por los innumerables correos recibidos de clientes que, tras todos estos años, son más que eso.

Soprendido también. ¡Cuánta gente me ha dicho la envidia que les doy por apostar por mis sueños y mi vocación y ser capaz de dar un giro a mi vida! Tremendo. Ojalá todos lo hiciéramos. El mundo iría mejor, sin duda, si todos apostáramos por hacer aquello a lo que nos sentimos llamados, aquello en lo que somos plenamente felices. Haríamos más felices a los de nuestro alrededor y aportaríamos un valor incalculable a la humanidad.

No puedo terminar sin dar las gracias, a las personas y a Dios. Estos 15 años en GEHC me han dado la oportunidad de ser mejor persona, de crecer profesionalmente, de formarme con calidad, de viajar y conocer ¡tantos lugares de España, de Europa y de USA! ¡Viajar! Tal vez sea una de las cosas que más eche de menos. Lo que he disfrutado y aprendido paseando por Chicago, asistiendo a la St. Joseph Parish in Waukesha, acariciando el Danubio en Ulm, enamorándome apasionadamente de París… Todo lo vivido ya forma parte de mí y, como decía un hermano de comunidad, es algo que se llevarán mis futuros alumnos y también la Escuela Pía.

Nada se vive en balde. No han sido 15 años «tirados» pese al dolor de muchos momentos. Creo que tenía que llegar aquí y ahora, ni antes ni después. El Señor sabrá por qué. Yo, como Samuel, sólo puedo decir: «Aquí estoy, Señor».

Un abrazo

Deja el #shopping y vete a la Tienda del Encuentro

Qué bonito es esto de la TIENDA DEL ENCUENTRO que nos cuenta hoy el Libro del Éxodo. Allí era donde Moisés se encontraba cara a cara con Dios, donde hablaban como amigos. Un lugar que estaba fuera del campamento y que obligaba a salir, a ir…

Yo creo que hoy también existen muchas tiendas del encuentro…

– la principal seguramente es el SAGRARIO. Ir a postrarse delante y encontrarse directamente con el Señor para hablar de nuestras cosas.

– el CONFESIONARIO, donde nos encontramos cara a cara buscando el perdón, donde contar aquello que nos atormenta, nos inquieta, nos avergüenza…

– el propio TEMPLO o la COMUNIDAD donde encontrarse con los hermanos que escuchan atentos la Palabra de su Dios, que comparten fraternalmente sus bienes y el pan y el vino de la vida.

– el LECHO MATRIMONIAL donde experimentar la donación y la acogida total de un Dios que se nos regala en nuestro cónyuge.

– la CHABOLA, la FAVELA, la CASUCHA del pobre, del excluido, del desamparado… Allí donde nadie va, allí donde los poderosos no miran, allí donde Dios vive con los más necesitados.

– el NIÑO, camino para acceder al Reino, en su inocencia, sencillez, alegría, frescura, limpieza de corazón.

… y muchas más.

No estamos faltos de TIENDAS DEL ENCUENTRO. Creo en un Dios que no es lejano a su pueblo y que se hace presenta y nos sale al paso a cada instante, en nuestro día a día. Ojalá siempre me encuentre en disposición de encontrarme con Él. Ojalá yo sea capaz de salir de mí mismo para ir hacia Él. Ojalá le hable como amigo, con confianza, cara a cara, sin miedo, sin prisa…

Así sea.

¿Qué hago ante el insoportable silencio de Dios?

¿Qué hago cuándo Dios permanece en silencio? No me digas que tú no lo has notado a veces. Dios parece que duerme, que asume, que acepta, que otorga, que permite… que todas las atrocidades del mundo pasan delante de su mirada sin causar el más mínimo efecto. Hay veces que siento que Dios ya no camina con nosotros, que se ha ido. Y no me vale eso de que es el hombre el que lo rechaza… Somos muchos los que queremos que esté a nuestro lado y proteja al mundo, al pobre, al débil… pero no recibimos ninguna señal de vida al otro lado.

Israel, ante este silencio, se olvidó de Dios. No exactamente… Se buscó otros dioses, porque siempre necesitamos algo en lo que creer. Israel decidió depositar su confianza y su esperanza en un becerro de oro, hecho con sus propias manos… ¿Y yo? ¿Qué hago yo ante el silencio imperturbable, misterioso y molesto de Dios?

Intento mantener la oración, la relación y la confianza pero me cuesta mucho. A veces veo que se me apaga el optimismo y la esperanza y que Dios, efectivamente, nos ha dejado. La tentación está servida. Deposito mi confianza en mí mismo y en mi capacidad para solucionar los problemas, los míos y los del mundo. Deposito mi esperanza an los hombres y en su inteligencia, en los gobiernos, en las instituciones humanas… pequeños becerros de oro que, a la postre, tampoco son capaces de solucionar los problemas.

Me cuesta llevar el silencio de Dios pero intento no caer en la tentación de obligar a Dios a manifestarse. Su silencio es también una palabra. Su silencio es misterio, expresión verdadera de su ser Dios. Ojalá sepa esperar también en estos tiempos…

Así sea.

La Ley sirve para amar mejor, no para cumplir mejor

Algo no hago bien o de algo no me he enterado cuando sigo viviendo parte de la Ley del Señor como una carga y no como un «descanso», como me dice hoy el Salmo. La Ley debería «alegrar el corazón» y si no es así, tal vez, es que no acabo de vivirla en plenitud, como nos planteó Jesús: desde el amor.

La Ley es un peso terrible cuando se vive simplemente como precepto, como «orden», como mandato, sin amor. Es una losa. Así se ha transmitido muchas veces. Puedo decir que así se me ha enseñado muchas veces.

Es verdad que cuando muchos matices los he comenzado a vivir desde el amor, la cosa ha cambiado. La mirada es otra y la manera de vivir, distinta. El foco no se pone en la letra de la Ley sino en el prójimo, en uno mismo y en Dios. No se trata de hacer esto o lo otro porque así se me manda sino de hacerlo porque amo. Si lo hacemos así, podremos recitar el Salmo 18  con ternura y convencimiento. Queda mucho por hacer y mucho por testimoniar lo felices que nos hace cumplir la voluntad de Dios.

Así sea.