Creo que Dios cuida a su Iglesia, que la ama, que la protege…
Creo que la luz prevalecerá sobre la tiniebla, que la victoria es siempre de Dios.
Creo que la Iglesia es santa y pecadora; que salva y que necesita ser salvada.
Creo que el Espíritu sopla y que, a la postre, se sale con la suya.
Creo en la fuerza de la oración, en la comunión de los santos, en la fuerza de la fe.
Creo en la palabra del Papa y creo que el próximo Papa será el mejor Papa posible hoy.
Confío. Sin reservas. Confío.
Me fío de Dios, de la Iglesia.
En la emoción que siento al vivir este momento de histórica relevancia me descubro hijo de la Iglesia, unido firmemente a ella.
Me siento hermano de muchos, miembro de un cuerpo misterioso, sarmiento unido a la Vid en Cristo.
No tengo miedo. No cala en mi la cizaña, la sombra, las dudas en el cónclave, en el colegio cardenalicio…
No me considero ni tonto ni imbécil. No soy ciego ni mi entendimiento ha sido anulado. Me sé pecador, parte de un Pueblo pecador. No eximo de responsabilidades ni relativizo problemas. Pero en esa pequeñez descubro la fuerza de un Dios que nunca abandona a aquellos que comparten la barca con Él.
Me siento agradecido a BXVI. Vivo su marcha con ilusión y, a la vez, con cierto desasosiego.
Uno mi oración a la del resto de hermanos en esta noche de Cuaresma, en esta noche de Vigilia, en este camino hacia la Pascua…