La mejor parte (Lucas 10, 38-42)

Sin duda, siempre habrá cosas más importantes que hacer. Pero no más importantes.

Sin duda, siempre habrá tareas pendientes. Pero ninguna tan beneficiosa.

Sin duda, a veces pensaremos que «haciendo» somos más útiles. Pero muchas veces es «contemplando» al mismo Dios como simplemente «somos».

Sin duda… Pero sólo Él es la mejor parte: el Camino, la Verdad y la Vida.

Un abrazo fraterno

¿Quién es mi prójimo? – (Lucas 10, 25-37)

Es una pregunta recurrente. Y la verdad es que no sé por qué. Jesús creo que lo dejó clarísimo con su parábola del samaritano. Y también lo dejó claro Benedicto XVI en su encíclica de «Dios es amor«. Mi prójimo es todo aquel que me encuentro en el camino. Todos. No sólo los conocidos. No sólo la familia. No sólo los vecinos. No sólo el pobre de la puerta de la Iglesia. No sólo los amigos. No sólo los hermanos de comunidad. Todos ellos. Sin exclusión. Cualquier hombre y mujer que, en mi camino, me encuentre sufriente, herido, alejado, perdido… es mi prójimo necesitado de ayuda, es mi prójimo, Dios mismo.

Uno de los cambios que experimentó mi corazón y mi mente al leer «Deus caritas est» es la convicción de que, como apóstol de Cristo, estoy llamado más a atender al prójimo concreto que a cambiar las grandes estructuras del mundo. Tal vez lo segundo sea una consecuencia de lo primero. Lo que no tiene sentido es que pase de largo ante un hijo de Dios que sufre porque estoy dedicado a «cosas mayores». Al que tiene hambre, debo darle de comer. Al que está enfermo, debo acompañarle y cuidarle. Al que necesita escucha debo procurarle mi oído y al que no es capaz de caminar, ofrecerle mi apoyo. Aunque tenga que desviarme de mi camino por un tiempo, prima el amor al prójimo. Siempre. Lo contrario es un error. No es lo que enseñó Jesús.

Salgamos a la calle y seamos capaces de mirar y ver. Yo el primero.

Un abrazo fraterno

Acuérdate del Señor, tu Dios (Deuteronomio 8, 7-18)

La primera lectura de hoy es tan… cierta, a veces. Es como si Dios fuera el repositorio de nuestras quejas y problemas. Le pedimos, le rogamos, queremos que nos evite dolor, que cambie nuestras circunstancias, que nos salve de alguna manera… y cuando las cosas empiezan a ir bien, olvidamos a Dios.

¿Le ha pasado esto a Occidente? ¿El bienestar aleja de Dios? ¿No puede ser de otra manera? Pues lo cierto es que no lo sé. Pero sí parece claro que cuanto más rico es uno, mejor le van las cosas, más prósperamente vive, etc. más se aleja de su Padre. ¿Es propio del ser humano esta actitud? Pues no lo sé… Yo intento que en mi vida no sea así. Intento ser agradecido cada día por lo mucho que tengo, de lo mucho que amo y que me aman, de lo muy afortunado que me siento. Pero es verdad que cuando uno se llena de cosas… tal vez no quede sitio para Aquél a quién acudimos en tiempos de oscuridad.

Un abrazo fraterno

¡Poneos en camino! (Lucas 10, 1-12)

Sí, la mies es muchas y somos pocos los obreros.

Sí, correcto. Ahí afuera, en el mundo, hay lobos que querrán comernos. Y nosotros no somos como ellos.

Sí, hay que dejarlo todo. Nada de seguridades ni protecciones. Nada de alforja, sandalias… Tendremos hambre, nos saldrán callos en los pies y nos llenaremos de suciedad.

Sí, buscarás a quien te acoja y te sentirás en casa. También mereces que te cuiden, que el Padre se sirva de personas concretas para cuidarte, alimentarte, descansar…

Sí, predica el Reino. Si, acepta el rechazo. Sí, permanece fiel.

¡Pero ponte en camino! No esperes más. ¡Movimiento! El Espíritu mueve y si no mueve… no es el Espíritu. El encuentro con Jesús moviliza y dispone, te pone en marcha y, si no lo hace, el encuentro no se ha producido.

Como está inscrito en piedra a la entrada del albergue de O Cebreiro, en el Camino de Santiago… «¡SEMPRE NO CAMIÑO!»

Un abrazo fraterno

¿Mirar atrás? No vale… (Lucas 9, 57-62)

Es la espiral del «ahora no es el mejor momento». Conozco unas cuantas personas que funcionan desde aquí. Personas a las que nunca les viene bien asumir compromisos porque están estudiando. Otros no se casan porque laboralmente nunca es el momento. Otros no tienen hijos porque el momento presente está lleno de incertidumbre, de inseguridad. Y así, hasta el infinito.

Jesús se muestra en este tema muy firme. Quién no está dispuesto a «dejar» para unirse a Él, no vale para construir el Reino. No valen las palabras ni los deseos. No valen las frases bonitas, las emociones, las lágrimas… Si hay cosas que te atan lo suficientemente como para no abandonarlas… es que el Señor no es el centro de tu vida.

Recuerdo haber tenido hace un poco una conversación con una persona muy sabia, religiosa. Acudí a ella en un momento de confusión tremenda y necesitaba sacarlo afuera, hablarlo, que me escucharan y me iluminaran. Quedé impactado por su clarividencia: Jesús es el centro, lo primero. Nada pasa por encima. Ni los hijos, ni el matrimonio, ni el trabajo, ni la comunidad… Toda decisión debe situar a Jesús en el centro, en primera línea. Me conmocionó su respuesta.

Mirar atrás no vale. Ni a otro lado. Ni poner excusas. O sí o no. Así de fácil. Así de duro.

Un abrazo fraterno

Ángeles de Dios (Salmo 90)

Los ángeles…

¿Quién no ha rezado el «ángel de la guarda» por la noche? Tal vez es la primera oración que aprendemos de niños… Y luego ¿qué? Parece que nos olvidamos de que vamos protegidos por el mundo, que no vamos solos.

El salmo de hoy es precioso. Y la primera lectura. Hay ángeles que guardan mi camino, que van por delante, que me protegen del mal, que velan a mi lado por la noche, que pasan el día conmigo… Son presencias misteriosas y espirituales pero reales. Enviados de Dios que campan por el mundo, junto a hombres y mujeres, para hacer frente al mal y oponer resistencia.

Hace poco tuve una experiencia que guardaré siempre en mi corazón. Pasé por uno de esos momentos en los que, con gran dificultad, uno sabe que está viviendo algo importante. Y recuerdo una voz, amiga, que, en la oscuridad, me dijo: «Hoy hay más ángeles en esta habitación». Volvió el sol y yo sentí que alguien me había cubierto con sus plumas y protegido con su espada y escudo.

Un abrazo fraterno

Pequeña, llena de Dios (Lucas 9, 46-50)

Hoy podría hablar de unas cuantas cosas, leyendo las lecturas del día. Pero mi oración se va, inevitablemente, a Teresa de Lisieux. Porque es su día y porque la pequeñez es el centro del Evangelio de hoy.

No voy a ser yo quién intente hablar sobre Teresa, porque no sé mucho de ella. Tengo personas a mi lado que han ido, poco a poco, acercándome hacia la vida y la espiritualidad de Teresa, a la que yo conocía muy poquito. Y aunque cada vez sé más, no soy quien para disertar sobre ella. Seguro que metería la pata por presuntuoso. Pero lo que es claro es que la santidad no sólo está destinada a grandes hombre y mujeres, a personas de gran altura intelectual, de grandes discursos teológicos o, incluso, de gran labor misionera o social. Hay quien, también en su sencillez, en su pequeñez y en su labor diaria, realizada con un profundo amor por Cristo, han conseguido ser ensalzadas por el Padre.

Hoy es día, pues, para pedirle a Dios que me ayude a ser un poquito más humilde y que aprenda, que siga aprendiendo, a ser capaz de construir Reino allá donde estoy, haciendo lo que hago y con las personas que me ha regalado alrededor. Amando. Sólo eso.

Un abrazo fraterno

Mil años son un ayer (Salmo 89)

Nos creemos tan importantes… tan grandes… tan invencibles… Tal vez, el mayor de los males en el ser humano es el de la soberbia. Sobrepasar su condición y creerse, realmente, que es Dios.

Creemos que todo gira a nuestro alrededor, que controlamos cada minuto de nuestra existencia, que podemos crear y destruir a nuestro antojo. Creemos que todo es nuevo y que todo lo hemos inventado, cuando lo profundo del hombre y de las generaciones, los impulsos divinos y las bajas pasiones siguen siendo las mismas.

Somos una gota en el océano de la eternidad. Un pasito más en los planes de Dios con el hombre. Un renglón en la historia. Un capítulo de la historia.

Postrémonos a los pies de la cruz y, sintiéndonos pequeños, adorémosle a Él y pongamos toda nuestra confianza en sus manos clavadas al madero.

Un abrazo fraterno