Enviado por Dios (Lucas 9, 1-6)

La Palabra de hoy es de estas «causalidades» que me asombran y, a la par, me asustan. El momento del envío

Jesús nos envía allí donde necesitan a alguien de Dios. Nos envía al mundo, sin más seguridades que Él mismo. ¡Suficiente!

¿Será el momento de dar algún paso adelante? Puede que sí. Tengo que seguir orando. Por hoy no tengo mucho más que decir y sí mucho que contemplar y escuchar.

Un abrazo fraterno

Una vida intachable (Salmo 118)

Me gustan el libro de Proverbios y los salmos de estos últimos días. Nos hablan de la vida, de la vida concreta, de la vida diaria. Nos hablan de una vida intachable.

Uno es pecador, limitado, pequeño y torpe. Pero aspiro a una vida intachable. Es el horizonte. Es la referencia. No me agobio por no llegar pero lucho por estar cada día más cerca. Porque, a la postre, Jesús nos llama a decidir, minuto a minuto, a optar por ser y estar de una manera concreta en cada instante de mi vida.

Desde que me levanto hasta que me acuesto, Jesús me invita a optar. A optar en los detalles de la oficina, en las relaciones cotidianas, en los lugares comunes, en los barrios concretos de cada día. No hay lugar a la incoherencia. No cabe la distancia entre lo que creo y predico y lo que hago finalmente.

O soy de Cristo, o soy Él entre los hombres, o no. No cabe la mediocridad libremente elegida.

Un abrazo fraterno

¿Soy incómodo? (Sabiduría 2, 12. 17-20)

«Acechemos al justo, que nos resulta incómodo» empieza diciendo el pasaje de hoy del Libro de la Sabiduría. Tal como está expresado, «justo» e «incómodo» parecen conceptos que van unidos inexorablemente.

Siempre me ha preocupado este asunto. Entiendo, y así nos lo dice la Palabra en innumerables ocasiones tanto en el AT como en el NT, que alguien que lucha por la justicia, que está con los pobres, que denuncia los excesos y los abusos de las clases dirigentes, que viola determinados preceptos por anteponer la dignidad humana a toda norma civil, etc. debe ser resultar muy incómodo para aquellos que quieren que nadie se salga del redil, que reine una paz sin libertad, que ni pensar ni amar sea verbos que penetren en lo más hondo de una sociedad, que quieren controlar, gobernar, abusar y acumular poder.

¿Soy yo un justo incómodo? ¿O más bien un casi-justo mediocre? ¿Denuncio? ¿Defiendo? ¿Lucho? ¿Me opongo a la injusticia? ¿O más bien intento actuar diplomáticamente para contentar a todos? La radicalidad evangélica siempre pone muy nervioso al mal porque lo cuestiona, lo arrincona, lo descubre…

¿Se puede ser un cristiano del siglo XXi sin resultar incómodo al sistema? Tengo mucho que orar este asunto. Tal vez lo vaya dejando porque me asuste la respuesta que ya alberga mi corazón…

Un abrazo fraterno

De semillas y terrenos (Lucas 8, 4-15)

La primera conclusión que saco, orando el Evangelio de hoy, conocido, es que la obtención de fruto depende de dos variables: la semilla y el terreno. Y es que puede darse la primera y no ser capaces de obtener ningún resultado. Y puede darse la segunda, y lo mismo. Sólo la combinación adecuada de ambas garantiza que el plan tira para adelante.

¡Qué importante ser tierra buena! ¡Preparar el corazón para la siembra! ¡Qué importante orar diariamente, qué importante retirarse de vez en cuando, qué importante afrontar proyectos y procesos de crecimiento espiritual, qué importantes las buenas lecturas, la educación familiar, la comunidad que acompaña…! ¡Qué importante es ser terreno propicio para dar fruto!

La semilla llegará. La siembra siempre se produce. Dios es buen sembrador. De eso no hay que preocuparse. Tiene métodos propios y diversos para garantizar que nos llega grano. El terreno, en cambio, depende de nosotros.

Hoy, en la Escuela Pía, celebraremos votos solemnes de tres escolapios. Es un fruto más de la siembra en tierra buena. ¡Hoy es día de fiesta!

Un abrazo fraterno

Mi vocación (Efesios 4, 1-7. 11-13)

San Pablo nos dice hoy que respondamos a «la vocación a la que hemos sido convocados». Fuerte. Y duro. La vocación como «llamada a».

Yo tengo claro cuál es mi vocación. La he tenido siempre clara. Yo he nacido para educar, para ser maestro. Para eso me ha creado el Señor. Para eso estoy en el mundo, entre otras cosas. Para construir Reino con los dones que me han sido regalados, para ser útil desde la escuela. No hay más.

La vida se ha complicado y decisiones previas me han llevado por otros derroteros que no colman mi corazón. Decidí estudiar una Ingeniería que no me llena. Estoy trabajando en un trabajo que no me llena. Pasando muchas horas al día como un superviviente a la espera de la hora de su redención.

Voy terminando mi carrera inacabada, sin la cual el mundo de la escuela me está vetado. Poco a poco. Ahora mismo veo la luz al final pero ¡es tanto el esfuerzo! El Señor me ayuda y me ha dado fortaleza y coraje para luchar contra vientos y mareas. Ahí sigo. Sin desfallecer. Con mi convicción en lo más alto. Con las mismas ganas pero con las fuerzas justas.

Llegará el día. Llegará la mañana en que me levante para ir a la escuela. Llegará el día en que querré a los alumnos que el Señor me regale. Llegará el día en que ya no sabré hacer otra cosa. Llegará el día en que me entregue en el lugar y en la forma que deseo, en el lugar y la forma que Dios desea para mi.

Mientras ese día no llega… oración, fidelidad, fe, fortaleza y alegría.

Un abrazo fraterno

Tiene mucho amor (Lucas 7, 36-50)

Es el amor el que salva a la pecadora. Una vida lastrada por el pecado encuentra la paz por el único camino posible: el amor.

Jesús lo deja bien claro. Cuando hay amor y fe, amor por Jesús (que se traduce en el amor al prójimo) y fe en el Señor… la vida da un vuelco. Uno no puede funcionar como antes y es ese amor el que rescata, el que rescata y trae la paz a un corazón atormentado y sediento.

Esa mujer reconoce en Jesús el origen, la fuente sanadora. Reconoce en Jesús a alguien que la ama incondicionalmente, a alguien que no escudriña en su pecado sino que la mira con dignidad esperando de ella lo mejor. El amor genera amor. Cuando esta mujer se sabe amada, ama. Ya nada a su alrededor será igual.

Y esto, claro, es escandaloso a los ojos de los que calculan las penas en función de cada letra de la ley. ¿No somos a veces como estos fariseos?

Amemos mucho y juzguemos menos.

Un abrazo fraterno

Dios ha visitado a su pueblo (Lucas 7, 11-17)

Jesús devolvió la vida a aquel muerto. Y el pueblo reconoció el milagro y descubrió la mano de Dios en aquel hecho. ¿Y nosotros?

Creo que somos un pueblo y una sociedad descreída, una Iglesia descreída; incapaces muchas veces de afirmar, como aquéllos: «Dios nos ha visitado». ¿No hay milagros o es que no los vemos? ¿Tan ciegos estamos?

No hacen falta ejemplos grandilocuentes. Cada familia. Cada colegio. Cada comunidad. Cada persona. ¿No hay muertos que vuelven a la vida? ¿Ciegos que recuperan la vista? ¿No hay luz donde antes había sombra o comida donde había miedo al hambre?

Yo sí creo tener la vista bien graduada en este sentido y, gracias a Dios, vivo como milagro tantas cosas… siento que, efectivamente, Dios me visita más de los que algunos están dispuestos a creerse.

Un abrazo fraterno

Los que buscan (Salmo 39)

«Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan» dice el salmo 39… Y es que hay muchas personas que buscan, hay muchos exploradores incansables, personas con sed de encontrar y encontrarse, de encontrarTE Señor…

Uno busca cuando siente que hay algo que le falta. Es un «algo» al que, a veces, es difícil ponerle nombre y, otras veces, su nombre nos llega con meridiana claridad. Unas veces salimos en la búsqueda de aquello que hemos perdido y otras, de aquello que nunca hemos tenido y que ansiamos. Es una actitud bonita esta de «buscar».

El Señor, en el Evangelio, se encuentra hoy con uno de esos «buscadores». Personas que no abrazan una religión, que ni siquiera son capaces de asegurar lo que buscan exactamente pero que sienten que su corazón va guiado por una brujulita que les empuja de un sitio a otro. Y alguna vez, de repente, sienten que han llegado, que han encontrado, que era ésto lo que su alma ansiaba.

Yo sigo buscando también. Sigo con sed. Siento que todavía no he llegado.

Hoy, todos los buscadores nos ponemos en tus manos, Señor.

Un abrazo fraterno

Condena o salvación (Juan 3, 13-17)

Hace unos días compartía en twitter una experiencia que, como padre, se da en innumerables ocasiones: cuando los dos niños mayores se acuestan, duermen en la misma habitación, les dejamos la puerta abierta un poquito para que la luz del pasillo no les deje en la total oscuridad. Ésto a veces provoca que tarden más en dormirse, que se levanten, que hablen… Y cuando voy, les amenazo con cerrarles la puerta y ellos me gritan: «¡No papá! ¡Por favor! ¡Una oportunidad!». Yo siempre respondo: «¡La última oportunidad!». Porque un padre siempre da una oportunidad más aún sabiendo que, casi con el 100% de probabilidades, el hijo o los hijos volverán a hacer aquello que les has pedido que no hagan.

Hoy leo el Evangelio y me viene a la mente esa anécdota, muy hilada con la primera lectura del pueblo quejicoso de Israel y el salmo. Dios hace exactamente lo mismo con nosotros. Eso nos enseñó Jesús.

Escuchar y releer y orar que «Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él» es algo que marca nuestra fe, nuestra imagen de Dios y, como cristianos, como Iglesia, debemos ser portadores de esta Buena Noticia. Hay mucha gente que se siente condenada. Hoy hay una Palabra para ellos. Y para aquellos que lapidan a sus hermanos cada día.

Un fuerte abrazo