Pincho aquellos discos que, polvorientos, siguen viviendo en la parte baja de la antigua cadena musical. Discos llenos de historia y de rayazos. Discos que, en su momento, llenaron de sueños y alegría todos los rincones de casa.
Hoy me apetece volver a escucharlos. Después de quedar contigo me apetece retornar al pasado. ¡Hacía tanto que no nos veíamos! ¡Tanto! El futuro es lo que nos queda delante pero yo, ¡al menos yo!, necesito volver atrás de vez en cuando. No sé muy bien para qué…
Tal vez es que necesite recordar quién soy y quién quería ser; tal vez necesite alegrarme comprobando cómo los amigos de atrás seguís mirando adelante a mi lado…
El mundo se moría de hambre a mi alrededor pero yo procuraba no enterarme de las malas noticias. Me disgustaban.
Esa noche tenía un baile de disfraces en casa de la condesa y no pensaba faltar. Sólo se vive una vez. Me pondría los pendientes de diamante que me había traido Carlos de Sudáfrica y aquel vestido azul que me había comprado en París el año pasado. Y ninguna joya al cuello. El escote ya lo decía todo.
Me gustaba ser el centro de atención y que los hombres de todas las mujeres se fijaran en mi y me desearan. Me hacía sentir poderosa aún sin haber ganado elecciones ni ser poseedora de grandes conglomerados empresariales. Yo sabía que en eventos de ese tipo yo podía pedir cualquier cosa a cualquiera y se me concedería…
El mundo de moría de hambre y a mi… me daba igual.
Rompí aquel papel que me habías dejado en la cocina. Y eché a llorar.
Descubrir que toda nuestra vida había sido una farsa me desgarró el alma. Morí allí mismo, aplastado por toda aquella mentira en la que viví felizmente los últimos 6 años.
No tuve fuerzas ni para desearte mal. Ni para llorar. Ni para acabar con todo.
La música me la enseñó a amar mi madre, mi mamá. En casa siempre había música. De toda clase y condición. Siempre la radio sonando.
Y desde que la conocí… no puedo desengancharme.
La música es mi compañera más fiel en días como el de hoy, emocionalmente desbordantes y descontrolados. Hoy rei y lloré. Me emocioné sobremanera. Sentí fuego, rabia, dolor, alegría…. Un ciclón de sensaciones… Y la música ahí estuvo, acompañando y poniendo ritmo a cada momento.
Es mi dueña y señora, y mi amante a la vez, como decía Juan Pardo…
Yo no soy sin música. No soy casi nadie, casi nada. Me gusta cantar. Me gusta bailar. Me gusta escuchar. Me hace feliz. Me hace sentir pleno y vivo.
En días como el de hoy me acuesto cansado. Agotado. Casi vencido. Pero aún siendo casi las 3 de la madrugada… yo me despido del mundo con mi música, canturreando y emocionándome. Así soy yo. Así me han hecho. Así me he construido.
Le diría TE QUIERO a todas esas personas especiales. Abrazaría sin parar a mis hijos. Besaría con pasión a mi mujer. Acariciaría a mis compañeras de camino especiales, las miraría a los ojos y moriría también por ellas por un instante… Me escaparía con mi hermano al fin del mundo y, por último, rescataría ese gran radiocassette gris del baúl del recuerdo y, en la cocina de mi casa de Coruña, me escondería con mi madre, subiría el volumen y me abandonaría a cantar junto a ella «Como una ola» de la Jurado.