MR 74
– Te quiero hijo.
– Te quiero papi.
Te arropé y te besé. El último beso del día. El más sabroso. El más rico. El imprescindible…
– Te quiero hijo.
– Te quiero papi.
Te arropé y te besé. El último beso del día. El más sabroso. El más rico. El imprescindible…
Te digo que lo he visto, que es verdad.
Te digo que no tenía cara ni cuerpo. Ni vestía ropa ninguna.
Te digo que lo he visto, no me lo invento.
Te digo que no era ni blanco ni negro, ni hombre ni mujer.
Te digo que lo he visto, no te mentiría.
Te digo que era Dios. ¡Sí! ¡Dios mismo! ¡Yo lo vi! En la partitura del primer violín, en la batuta ligera del maestro director, en la tensa espera de los platillos, en el retumbar grandioso de los timbales, en los ojos vidriosos del anciano de la butaca de al lado, en el incesante movimiento de mi hijo, en mi pelo de punta y en tus ojos del color de la felicidad más absoluta.
Era Dios. El colmo de lo belleza. Yo lo vi.
Quisiera no tener que decirte nunca adiós. Sé que no posible.
Quisiera que estuvieras siempre a mi lado. Sé que no es posible.
Quisiera volver a ser pequeño para que volvieras a arroparme en la cama. Sé que no es posible.
Quisiera… tantas cosas que no son posibles ya.
Quisiera…
Agarro tu cara con mis dos manos, con cuidado. No quiero más que acariciarla y protegerte.
– Estoy cansada. Siempre es de noche. – dices débilmente.
– La noche es el preludio de la mañana, la pregonera del sol. Cuanto más se prolonga, menos le queda de vida. Todo muere. la noche también. – te susurro mirando tus ojillos.
– Eso es fácil decirlo… La teoría me la sé tan bien como tú. Es la quemazón del alma la que me duele… – replicaste airadamente.
– Dios se hace grande contigo. Es en esa noche, en esa quemazón, en ese dolor y tormento… donde Él te cogerá en sus brazos y te salvará. Es justamente cuando menos podemos nosotros cuando Él es capaz de más…
Te besé en la frente y nos despedimos. Una noche más.
Nunca te llevo a trabajar pero aquel día te subiste a mi coche por la mañana.
Éramos presencia extraña el uno para el otro a esas horas. Objetos no identificados por la rutina de cada jornada laboral.
Y sonó aquella canción… Y se te abrieron los ojos. Y el alma. Y el corazón.
Y yo pensé para mi que era muy tuya, que me pegaba contigo. Era fresca, libre, tierna, chisposa, alegre, imperecedera y zalamera. Tenía encanto, como tú. Llamaba la atención, como tú. Entraba sin darse uno cuenta, como tú.
Nunca más volví a llevarte a trabajar. Pero la canción suena de vez en cuando. Ya es tuya.
Nunca me habías visto de smoking y pajarita. Supe que te derretiste. Confiésalo.
No era el alcohol la razón de tus ojos vidriosos.
No era la sequedad de tu boca por la que te relamiste al verme.
No era que alguien le hubiera dado al Pause en el DVD de la vida… Estabas inmóvil por mi.
Te saqué a bailar sin decir ni una palabra. Fuiste presa fácil o yo un auténtico depredador.
Diez años después sigues siendo mi presa favorita. 10 años después sigo siendo un depredador; en cautividad, pero depredador…
Diez años después ya no me cabe aquel smoking ni en un brazo…
Diez años después me gusta seguirle bailando a la vida. Diez años después ya no nos pisamos tanto…
«Tu m’as promis d’être ta reine, j’ai eu pour sceptre un balai…»
Primera mañana de divorciada. Primera mañana de un nuevo capítulo en la vida. Triste. Muy triste. Ligera también. Liviana.
Me volví a sentir reina de mi misma. Me volví a coronar como dueña de mi destino. Con más arrugas. Con canas. Con hijos. Con perro. Sin sueños.
Maquillé mi mirada y me sonreí al son de aquella francesa de la radio. Y recordé a Escarlata O’Hara en medio de aquel infierno gritando a la eternidad: «Juro por Dios que nunca más…»
Las Ramblas eran su droga. Con aquellas flores en la mañana, el correr de gentes de toda raza y color, las bestias expuestas a los ojos de los entusiasmados niños paseantes… Las Ramblas le llenaban de energía aunque su vida fuera una basura. Porque él no necesitaba mucho para disfrutar de la vida. Él era feliz con su rumba, su Barcelona guapa y su charleta entre amigos a la puerta del Raval.
– Es que nos provocan… que te lo digo yo… que estas alemanas vienen provocando… – escuchaba.
– Donde esté una morena guapa, que se quiten las guiris… – respondía.
– ¿Bailas?
– ¿Una rumba?
– Y lo que nos echen…
Y nuestra historia comenzó allí, bajo aquello carpa de fiesta de verano, al son de Raya Real. No paramos de bailar en lo que faltaba de noche. Bebimos juntos. Sudamos juntos. Nos juramos amor con la mirada. Y nos desnudamos con el deseo. Y nos abrazamos en la cama de nuestros anhelos. Y nos acunamos colgados de la luna llena de agosto.
Salían de casa todos los días a la misma hora y recorrían siempre el mismo trayecto. De la mano.
Eran de esas parejas de toda la vida en el barrio. Todo el mundo los conocía y aunque ya habían visto morir a muchos de los que inauguraron la colonia, con ellos, se mantenían firmes en su propósito de aprovechar cada día y amarse hasta el final.
El pan, el periódico, el mercado, la casa del jubilado… Juntos a todas partes. Juntos, siempre. De la mano.
Eran el espíritu del barrio, su alma, lo mejor de él. Eran la imagen viva de un amor imperecedero. Eran el mejor soneto jamás escrito a la felicidad.