MR 54
Quería escribir algo con la emoción que me hace sentir esta canción.
Me ha sido imposible…
Quería escribir algo con la emoción que me hace sentir esta canción.
Me ha sido imposible…
Su VISA quemaba de tanto usarla. No dejaba boutique sin pisar. Era una fuera de serie, una niña de papá, una vividora, una tonta del bote.
Cuando cruzaba los pasos de cebra de los semáforos de Serrano, los hombres la miraban. Polvo de una noche.
Todo en ella era de plástico, hasta su corazón.
Lo mejor que se puede decir de ella es que, al menos, no votaba en las elecciones. Era una inDIORgnada.
Me explicó que hacía meses que vivía en la calle, que la crisis y un golpe de mala fortuna la habían dejado sin su casa y sin sus hijos. Su pelo estaba sucio y su aliento apestaba a alcohol. Su mirada transmitía tristeza y desapego absoluto de la vida. Su piel estaba reseca y lucía el mismo color que sus sucios vaqueros gastados dos tallas mayores.
Se despidió de mi estrechándome la mano y dándome las gracias por pararme y escucharla. Se alejó sorteando los coches tambaleante y giró en la esquina.
Yo, inmóvil, me sentí invadido por la negrura.
– ¿Cómo un cura puede llevar esa coleta? – me preguntó una señora de las de siempre, sentada a mi lado en uno de los últimos bancos de la abarrotada iglesia.
– ¿Por qué no? – le pregunté.
– Porque eso nunca se ha visto… – me espetó indignada. – Así va la Iglesia… con estos curas modernos…
Sonreí pensando que si esa señora hubiera vivido en la Jerusalén de la época y se hubiera cruzado con Jesús… se hubiera hecho cruces y habría cruzado de acera…
Ojeo el álbum de fotos más antiguo de la casa. En la mesa una Pepsi Light y un paquete de Conguitos a medias. La tarde promete. Hay fotos que hacía muuucho tiempo que no veía. Fotos de cuando los niños eran pequeños o de cuando empezábamos a salir tú y yo. Fotos del comienzo de todo.
Te echo en falta. Te necesito. Te adoro.
Con los ojos empañados por las lágrimas, paso página. Y otra más. Y otra. Y compruebo que se me ha ido mi vida sin entender por qué.
– Aquella noche conocí a tu padre. Había verbena y yo tenía muchas ganas de bailar. Mi amiga Yoli conocía a su amigo José y nos presentaron sin más. Allí comenzó todo.
– ¿Cuánto hace de eso?
– Uf… A ver… más de 40 años…
– 40 años…
– El secreto es hacer de cada noche, una gran noche; de cada día, el mejor de los días posible.
– Pero eso no siempre es posible. Habrá días malos, supongo… Días en los que el amor se nubla…
– Por supuesto.
– Y esos días ¿qué haces?
– Tomar la decisión de seguirle queriendo, pese a todo.
Me sentía por encima del bien y del mal. Me veía guapo, arrebatador. Olía a Hugo Boss.
Cuando me viste salir del ascensor sé que me deseaste. Me sentí irresistible. Me gusté.
Y bailé contigo. Agarrados. Separados. Reí contigo. Bebí contigo. Jugué contigo.
Al cerrar la puerta de aquella habitación 104 pegué un grito de placer. Por fin.
Me puse el mejor traje de todo el vestidor. Los zapatos relucientes. Gafas de sol. Corbata de seda.
A pasear Roma.
A conquistar romanas.
A cenar spaguetti en mantel de cuadros.
A saborear la vida en el lugar más bonito del mundo.
Qué tendrá el francés…
Es verdad. Nos tiran los tomates en la frontera. Son chauvinistas. Creídos. Nos envidian en lo más profundo de su ser y no llevan nada bien que seamos mejores que ellos en algo… Pero… ¡qué coño! Yo los oigo hablar en francés ¡y les perdono todo!
Qué tendrá el francés…
Todos se habían ido ya y tú y yo seguíamos bailando en el salón. La fiesta había terminado pero lo nuestro todavía estaba en el prólogo. Tu cabeza reposaba en mi hombro y mis manos te apretaban torpemente en la cintura. Mi corazón galopaba bajo aquellas notas musicales de Los Lunes.
Te susurré al oído que te quería, que te deseaba, que estaba dispuesto a todo por ti. Tú levantaste la cabeza y con la expresión desencajada me agarraste la cabeza con las dos manos y me besaste. El beso duró lo que aquella trompeta cautivadora tardó en callar.
Ahí supe que siempre serías mía. Y yo para ti eternamente.