La rosa y el miedo

La rosa a veces tiene miedo. Ella me lo dice cuando ya no es capaz de soportarlo y su cuerpo se contrae y se enfría. Es entonces cuando me busca, cuando sus ojos temerosos anhelan reposo en los míos.

Yo la abrazo y la acerco a mi pecho, sin decirle nada. El miedo no se pasa con palabras, sólo el amor es capaz de alejarlo. Sólo el calor. Sólo la luz. Sólo el corazón palpitante. Sólo la confianza, que da saber que otro, en algún lugar, cercano o distante, te quiere y camina contigo.

Yo también tengo miedo muchas veces. Miedo de que algo malo me suceda. Miedo de que algo le suceda a mi rosa. Miedo de sufrir. Miedo de que sufra. Hay veces que me vence y otras, en las que ofrezco resistencia. Aún así, en el fragor de la batalla, susurro mi oración al cielo y me cargo con todo el amor infinito de mis antepasados, de los que me precedieron en la fe, en el amor, de los que me trajeron aquí, de la Belleza Suprema. Y es entonces cuando mi espada vuelve a levantarse firme y sin temor y el horizonte torna revestido de esperanza.

MR 101

– Últimamente sólo escribo acerca del amor.

– ¿Y eso?

– No sé… Creo que, en el fondo, no existe nada más. Todo es una historia de amor o desamor. No hay más.

– Nunca lo había pensado…

– O tal vez sea yo…

– Qué complicada es la vida de un escritor macho…

– Y eso que sólo escribo microrelatos…

– Eso. Menos mal.

MR 100

Podría quedarme entre vosotros el resto de mis días. Compartir la fe, que sustenta mi vida, a vuestro lado, es una experiencia que me pone delante del mismo Jesús.

Podría quedarme entre estas paredes, llenas de historia, lo que me queda de vida. Rezando por aquellos que no tienen más que mi oración; por aquellos que ni siquiera saben que yo me acuerdo de ellos y los pongo delante de Dios.

Podría abandonarlo todo y quedarme. Podría dejar lo que tengo y darlo todo y venir corriendo a dejar que mi alma repose en los cantos de vuestras vísperas.

Podría dar mi vida sin vacilar y, sin embargo, cuando salgo ahí  afuera… empequeñezco, me nublo, la humedad de los mediocres hiela mi corazón e inmoviliza mi espíritu.

Mi Señor Jesús , entonces, me da la mano y sonríe. Acaricia mi cabello y me mira. Y en sus brazos, sólo en sus brazos, me perdono a mi mismo.

MR 99

Aquella foto en tu mesilla llamó mi atención. Tus brazos se enredaban en su cuello y ambos mirabais, con cierta nostalgia, al objetivo. Sin tiempo para seguir husmeando en tu pasado, saliste del baño y me besaste.

Olvidé que tenías un pasado y que nuestro futuro se jugaba en aquellos minutos de pasión. Olvidé que el mundo giraba y que los periódicos de mañana abrirían con las mismas noticias que hoy. Olvidé todo lo que no valía la pena, las miles de tonterías en las que gastamos tiempo y preocupaciones. Olvidé quién era y di rienda suelta a mi anhelo de sentirme amado.

Olvidé que, tal vez mañana, seguiría solo.

Carta abierta a Dña. Ana Botella en referencia a las Escuelas Municipales de Música

Apreciada alcaldesa:

Lo primero que he de decirle es que es la primera vez que le escribo directamente a un alcalde. Nunca tuve la oportunidad de hablar directamente con ninguno, ni poder departir con el máximo responsable de los municipios en los que he vivido, hasta este momento. Por eso, disculpas si en algún momento encuentra alguna incorrección en este sentido.

Esta carta está escrita desde un respeto institucional y personal que nunca he perdido y que no pienso perder, pese a comprobar, con desagrado, y cierta desazón, algunas de las medidas tomadas por su Ayuntamiento, la Comunidad en la que vivimos o, incluso, desde el Gobierno de España. Considero que cada uno juega su rol y mi alcaldesa, mi presidenta o mi presidente (sean del partido que sean) juegan un papel de representación de una ciudadanía en la que me incluyo. Por tanto, le ruego que lea esta carta hasta el final y no piense que es un panfleto partidista.

Usted y su esposo son padres, igual que mi esposa y yo. Tenemos tres hijos y, supongo que como ustedes, queremos para ellos lo mejor. Lo mejor, no nos equivoquemos, no es una vida sin esfuerzo, sin sufrimiento, con todas las cosas que deseen… Lo máximo a lo que pueden aspirar unos padres es a que sus hijos sean felices en la vida y en la sociedad que les ha tocado vivir. Esto no es fácil, ¿a que no Sra. Botella? No se consigue de un día para otro y, sobre todo, nadie te enseña cómo hacerlo. Educar, a la postre, no es más que dejar que nuestros hijos sean, en plenitud, aquello que ya son desde su nacimiento: potenciar y sacar fuera aquello que llevan escrito en su interior y pulir aquello que les puede complicar la existencia.

El mayor de mis hijos se llama Álvaro. Álvaro tiene ahora 8 años recién cumplidos y estudia 3º EP en el Colegio de Nuestra Sra. de las Escuelas Pías de Carabanchel Alto. Es un niño feliz, extrovertido, listo, alegre… ¿Qué voy a decir yo? Pero Álvaro, además, posee una sensibilidad fuera de lo común y, desde muy pequeño, esta sensibilidad le ha hecho tremendamente receptivo ante ese volcán emocional que provoca la música. Tuvo una gaita con escasos dos años (los gallegos somos así), se pidió un tambor en sus primeros Reyes hablando, luego tuvo un pianito, un yembé, maracas, flautas, una guitarra, etc, etc, etc. Álvaro descubrió el «Nessum Dorma»  de Puccini siendo un mico y las lágrimas afloraban en sus pequeños ojos. Álvaro vibra cada Año Nuevo con el concierto desde Viena y ya ha estado unas cuantas veces en el Auditorio Nacional. Álvaro juega a ser director de orquesta.

A unos padres ésto no les pasa desapercibido y decidimos apuntarlo a la Escuela Municipal de Música Isaac Albéniz, en Carabanchel. Él tenía cuatro añitos y la escuela recién abría sus puertas. Ha cursado ya cuatro años y siempre contento y feliz de ir, pese al esfuerzo familiar que suponen sus horarios. Este curso que va a empezar es especial para él. Álvaro va a aprender ya a tocar el violín, su primera opción en la selección de instrumento.

Ayer hemos tenido una reunión en la Escuela, en la que se nos informó de la, más que probabl,e subida de tasas. Pasaríamos de pagar 50 euros a pagar cerca de 140 euros al mes. El Ayuntamiento parece haber decidido retirar toda la financiación para la educación musical pública. Eso, Sra. Botella, implicará que Álvaro no seguirá en su camino. Igual que él, muchos otros. Las familias humildes que ya soportamos otra serie de recortes y subidas de impuestos, no podemos hacernos cargo de esta subida, por mucho que queramos procurar lo mejor para nuestros hijos.

Me dirijo a usted para pedirle que no lo hagan, que no aprueben en el pleno esa medida tan dura y que intenten reducir presupuesto en otros ámbitos, donde la vida de las personas de Madrid se ve meno afectada. Usted es la alcaldesa, por lo que yo no soy quién para decirle cómo hacerlo. Ni soy experto ni me han elegido para ello. Por favor, alcaldesa, reconsidere su decisión.

Cara a cara es más fácil el entendimiento pero los políticos no suelen querer recibir a los ciudadanos como yo. No solemos representar mucho para ustedes y menos cuando no estamos de acuerdo con sus políticas. Lo entiendo, posiblemente yo haría lo mismo. Pero le dejo la puerta abierta a vernos. A lo mejor hablando encontramos una solución. Sigo creyendo que la política se fundamenta en la búsqueda del mayor bien para una sociedad y creo, además, que todavía hay políticos y políticas que trabajan y se esfuerzan por ello.

No puedo decir mucho más. Termino esta carta con un realismo esperanzado. Ojalá Álvaro pueda aprender a tocar el violín este curso que viene. Las sociedades prósperas procuran que sus ciudadanos estén allí donde tienen que estar, que no haya músicos sacando dientes ni dentistas tocando el trombón.

Un cordial saludo

Santiago Casanova Miralles
santiagocasanovamiralles@gmail.com

MR 98

Hay momentos en los que todo cuadra, las piezas se colocan y parece que el puzzle ha terminado.

Tal vez es un instante, un sorbo, un soplo, una brizna, un matiz imprescindible de la vida. Si lo piensas, ya ha pasado.

Si sabes reconocerlo y te abandonas a él… alcanzas el paraíso, el éxtasis… Si sabes reconocerlo…

Y es que a la felicidad le gusta disfrazarse y jugar al despiste. A veces viene vestida de niño, a veces huele a café, a veces se esconde tras un «te quiero» y otras veces tiene el sabor de un beso o el calor de una mirada. Es asustadiza y tímida y no le gustan las presentaciones.

Hay momentos en los que uno pagaría por aquello que, simplemente, tiene delante de sus narices.

MR 97

Mi madre esperaba en el andén, a la vieja usanza. ¡Y mi padre!

Volvía a casa después de fracasar. Nada había salido como yo había planificado. Nada resultó como me hubiera gustado. La vida me había dado un portazo allí donde menos lo necesitaba.

Bajé con mi samsonite azul y percibí, inmediatamente, el aroma conocido de aquella estación. Y vi los brazos abiertos de mi madre y, lentamente, fui hacia ellos. Y me eché a llorar. Todo el sufrimiento acumulado se derramó en aquel momento.

– Ya estás en casa de nuevo. – me susurró mi madre al oído.

Mi padre se unió a nosotros, con la emoción contenida. Empezaba ya una nueva etapa, allí mismo, sin tiempo que perder. Fortalecido con el amor incondicional de mis padres.

 

MR 96

Sí. Te echo de menos. Es lo que tiene ser amigos.

Echo de menos tenerte cerca para hablar de vez en cuando.

Echo de menos esos rizos negros, juguetones y valientes.

Echo de menos que me abraces cuando me rompo; abrazarte cuando dejas de volar.

Echo de menos recordar a tu lado, brindar por lo vivido, soñar con un futuro en el que nuestros hijos vayan de la mano.

Echo de menos el baloncesto, el Camino, los cumpleaños, los viernes, el poli, Paladium, las fotos, las cartas, la Solana…

Te echo de menos, amiga. Te echo tanto de menos…

La rosa y el agua

Mi rosa es muy delicada y fácilmente pierde su color rojo intenso y su esbelta y frágil figura. Es tan delicada que un sólo descuido puede echar al traste meses y meses de excelentes cuidados.

En verano, el calor es sofocante en nuestro planeta y mi rosa necesita que redoble mis esfuerzos. Los cuidados van en función de lo que la rosa necesita en cada momento y, bajo este sol de justicia, mi rosa necesita mucha más agua. Cualquiera sabría ver esto. No tendría más que coger una regadera y proporcionarle aquello que la rosa pide a gritos. Pero yo conozco a mi rosa y sé que no es bueno para ella. No así.

Mi rosa y yo hemos aprendido, ya hace tiempo, que cuidar también necesita de tiempos, de silencios, de esperas y que, no por mucho correr, nos cuidamos mejor el uno al otro. Por eso yo, cada día, espero a que el sol desaparezca para regar a mi rosa. Sé que, en la noche, mi rosa está casi desfallecida y que mucho le ha costado luchar en las horas de sol. Pero también sé que en el silencio de la noche, bajo la luna, en la soledad de quién se sabe acompañado, es cuando mi rosa mejor recibe el agua que le doy. Si la regara de día, el sol rápidamente neutralizaría el agua, dejaría sin efecto sus bondades y mi rosa, incluso, podría llegar a quemarse. ¿Es posible quemarse siendo cuidada? Es posible…

Cuidar es un arte y, como tal, no depende tanto de la buena voluntad del artista como de sus horas de aprendizaje con el pincel.

MR 95

Aquel hombre se postraba ante el altar del Santísimo todos los días antes de misa de 8. Era un hombre alto, enjuto y con la cara algo demacrada. Sus ojos, por contra, sobresalían de su lúgubre aspecto por el destello misterioso que desprendían frente a su Señor. Se pasaba así 20 minutos y luego abandonaba la iglesia sin quedarse a la Eucaristía.

Llegó un día que, preso de la curiosidad, me dirigí a la capilla del Santísimo y me postré muy cerca del hombre. Lo miré de reojo pero él no percibió mi llegada. Estaba con la mirada absorta en el sagrario. Haciendo un esfuerzo por no caer en una insana necesidad de conocer qué haría allí aquel hombre, decidí mirar al frente y rezar una pequeña oración.

Aquello sucedió hace 10 años y, desde aquella tarde, me postro ante el Santísimo cada día a la misma hora, empujado por una sed insaciable de amor. Al hombre no volví a verlo nunca más, desapareció como si la tierra se lo hubiera tragado. Tal vez esté arrodillado en una iglesia cualquiera de cualquier lugar del mundo… dando silenciosamente de beber a uno de los muchos sedientos de amor que pueblan la faz de la tierra…