La rosa del Principito

Yo conocí a la rosa del Principito. Y, efectivamente, quedé cautivado por ella.

La conocí de casualidad y, en un principio, me engañó al hacerse pasar por una rosa cualquiera. Pero cada día, al mirarla, iba descubriendo en ella algo que la hacía, efectivamente, única. No era su forma ni su color sino más bien su fragancia, su delicada manera de presentarse ante el mundo, su sutil belleza frágil… lo que la hacía distinta. Comencé a entender aquello que el Principito decía de su rosa…

Una tarde de mayo, la rosa no quiso mirarme a los ojos. Estaba triste. Y yo me entristecí con ella. Intenté quitarle las orugas, como había hecho el Principito con ella tiempo atrás, pero no funcionó. Lo intenté con el biombo, con el agua del riego… pero la rosa no levantaba la mirada.

– No quiero llorar – me dijo. – Me siento vulnerable, fuera de control de mi misma.
– Eso no es malo – le respondí. – Todos necesitamos perder el control de vez en cuando.
– Vete, por favor – suplicó. – Quiero estar sola.

Y me alejé sin más. El Principito lo hubiera hecho. El Principito sabía administrar los tiempos y leer aquello que es invisible a los ojos: lo esencial.

– Mañana volveré puesto que ella es también mi rosa. – pensé. Y en la claridad de la noche hablé un rato con Dios acerca de la rosa…

MR 70

Nunca te llevo a trabajar pero aquel día te subiste a mi coche por la mañana.

Éramos presencia extraña el uno para el otro a esas horas. Objetos no identificados por la rutina de cada jornada laboral.

Y sonó aquella canción… Y se te abrieron los ojos. Y el alma. Y el corazón.

Y yo pensé para mi que era muy tuya, que me pegaba contigo. Era fresca, libre, tierna, chisposa, alegre, imperecedera y zalamera. Tenía encanto, como tú. Llamaba la atención, como tú. Entraba sin darse uno cuenta, como tú.

Nunca más volví a llevarte a trabajar. Pero la canción suena de vez en cuando. Ya es tuya.

MR 69

Nunca me habías visto de smoking y pajarita. Supe que te derretiste. Confiésalo.

No era el alcohol la razón de tus ojos vidriosos.
No era la sequedad de tu boca por la que te relamiste al verme.
No era que alguien le hubiera dado al Pause en el DVD de la vida… Estabas inmóvil por mi.

Te saqué a bailar sin decir ni una palabra. Fuiste presa fácil o yo un auténtico depredador.

Diez años después sigues siendo mi presa favorita. 10 años después sigo siendo un depredador; en cautividad, pero depredador…
Diez años después ya no me cabe aquel smoking ni en un brazo…
Diez años después me gusta seguirle bailando a la vida. Diez años después ya no nos pisamos tanto…

MR 68

«Tu m’as promis d’être ta reine, j’ai eu pour sceptre un balai…»

Primera mañana de divorciada. Primera mañana de un nuevo capítulo en la vida. Triste. Muy triste. Ligera también. Liviana.

Me volví a sentir reina de mi misma. Me volví a coronar como dueña de mi destino. Con más arrugas. Con canas. Con hijos. Con perro. Sin sueños.

Maquillé mi mirada y me sonreí al son de aquella francesa de la radio. Y recordé a Escarlata O’Hara en medio de aquel infierno gritando a la eternidad: «Juro por Dios que nunca más…»

MR 67

Las Ramblas eran su droga. Con aquellas flores en la mañana, el correr de gentes de toda raza y color, las bestias expuestas a los ojos de los entusiasmados niños paseantes… Las Ramblas le llenaban de energía aunque su vida fuera una basura. Porque él no necesitaba mucho para disfrutar de la vida. Él era feliz con su rumba, su Barcelona guapa y su charleta entre amigos a la puerta del Raval.

– Es que nos provocan… que te lo digo yo… que estas alemanas vienen provocando… – escuchaba.

– Donde esté una morena guapa, que se quiten las guiris… – respondía.

MR 66

– ¿Bailas?

– ¿Una rumba?

– Y lo que nos echen…

Y nuestra historia comenzó allí, bajo aquello carpa de fiesta de verano, al son de Raya Real. No paramos de bailar en lo que faltaba de noche. Bebimos juntos. Sudamos juntos. Nos juramos amor con la mirada. Y nos desnudamos con el deseo. Y nos abrazamos en la cama de nuestros anhelos. Y nos acunamos colgados de la luna llena de agosto.

MR 65

Salían de casa todos los días a la misma hora y recorrían siempre el mismo trayecto. De la mano.

Eran de esas parejas de toda la vida en el barrio. Todo el mundo los conocía y aunque ya habían visto morir a muchos de los que inauguraron la colonia, con ellos, se mantenían firmes en su propósito de aprovechar cada día y amarse hasta el final.

El pan, el periódico, el mercado, la casa del jubilado… Juntos a todas partes. Juntos, siempre. De la mano.

Eran el espíritu del barrio, su alma, lo mejor de él. Eran la imagen viva de un amor imperecedero. Eran el mejor soneto jamás escrito a la felicidad.

MR 64

Tirado en el sofá. Inmóvil. Sin ganas de vivir. Ojos cerrados. Manos abiertas.

Hubiera deseado que la muerte hubiera venido a visitarme en ese mismo instante. La vida se acababa de derrumbar llevándose toda mi esperanza a su paso. No quedaba ningún motivo para que mi corazón siguiera latiendo.

Ya no había marcha atrás. Iban a quitarme lo poco que me quedaba. El deshaucio no tardaría. Era la culminación a meses de sufrimiento, de pastillas para dormir, de robos furtivos en el mercado para comer, de indignidad llevada dignamente, de homicidio social.

Silencio. Aquellas cuatro paredes estaban a punto de venirse abajo…

MR 63

– ¿Tú cuántos tienes?

– Tres

– ¿¿¿¡¡¡Tres!!!!!????? Ufffff… ¡Qué valientes! Yo tengo dos y ya me llega.

– Pues yo los necesito a los tres. Necesito el buen humor de Álvaro y su pelo de punta recién despertado; necesito los piropos de Inés y sus geniales charlas; necesito ver a Juan decir que sí con un salero inigualable; necesito bailar el waka-waka a corro con los tres y sentir su peso cuando los tres se tiran sobre mi; necesito la ropa de tres tallas y la sensación de que me faltan armarios; necesito tres pares de ojos de tres colores distintos; necesito la manera que cada uno tiene de abrazar; necesito ir en bici con Álvaro y pintar con Inés; necesito enseñar a acariciar a Juan y necesito saber que puedo amar a tantos y que tantos se llaman hermanos. Yo los necesito a los tres.

MR 62

– Te amaré.

– ¿Hasta cuándo?

– ¡Hasta el infinito y más allááááááááááá!