MR 61

¿Sabes una cosa? ¡Estás viva!

¿Te lo repito? ¡Estás viva!

¿Ya no sientes el sabor de los besos? ¿Ya no percibes el olor de la hierba mojada? ¿Ya no distingues el tacto de una caricia?

¡Estás viva!

¿Ya no miras al cielo? ¿Ya no levantas la vista y miras más allá? ¿No hay motivos que celebrar por todo lo alto?

¡Estás viva!

¿No se te ponen los pelos de punta escuchando a Beethoven? ¿Eres incapaz de llorar con una poesía de León Felipe?

¿Por qué te lamentas? ¡Estás viva!

Cansada. Sí. Al límite. También. Pero ¡viva!

¿Has olvidado que hay miradas para las que sigues siendo la más bella? ¿Ha dejado de latir tu corazón?

¿Has apagado el deseo? ¿Has abandonado aquella locura que te quedaba tan bien?

¡Estás viva!

Y ¿sabes qué? Un día dejarás de estarlo. Y nada volverá. Y lo que quedó sin hacer… a medias se quedará.

CARPE DIEM y a la mierda la prima de riesgo, los mercados, el IBEX y la Sra. Kirschner.

¡Estás viva!

MR 60

Nunca miró a la muerte de frente. Le tenía miedo. Miedo a lo desconocido. Miedo a un final definitivo. Miedo a dejar de vivir. Y rabia. Mucha rabia por no poder disfrutar de los placeres terrenales que tanto le gustaban.

Verlo en aquella cama, agotando las últimas horas de su biografía no era plato de buen gusto para casi nadie. Excepto para mi.

Yo siempre miré a la muerte de cara. Nunca le tuve miedo a nada que fuera irremediable y la muerte lo era. Había pasado tanto miedo en vida, pese a mi edad no tan avanzada, que nada podía sorprenderme ya.

Cogí una silla y me senté a su lado, bien pegado al lecho. Le agarré la mano y le miré con cariño. Y supe que él había captado, pese a tener los ojos ya casi cerrados, la confianza con la que yo afrontaba aquel su trance. Y esbozó una sonrisa. Y murió. En silencio. Sin aspavientos.

Le besé la mano, aún tibia, me levanté y me fui. ya no podía hacer nada mejor por él. Sabía que su viaje no había hecho más que comenzar y que, algún día, volveríamos a vernos.

MR 59

Ella era dulce como una gota de agua.

Cada vez que sonreía irradiaba la energía más potente que el ser humano había sido capaz de imaginar nunca.

Su pelo era liso, fino, suave. Sus manos delgadas. Sus dedos largos.

No se podía mover de cintura para abajo. Aquel accidente la había partido en dos.

Yo la visitaba cada viernes. Lo necesitaba. No podía dejar de hacerlo.

Escucharla era como nadar con los cisnes de Tchaikovsky. Mirarla era el mejor antídoto contra la tristeza. Era como estar frente a un ángel. Tal vez lo era. Mi corazón palpitaba y reposaba en ese palpitar. Olvidaba el mundo que existía tras aquella silla. Toda la bondad del hombre chispeaba inmóvil sobre aquel artilugio con ruedas.

Ella… me parecía la mujer más preciosa del mundo.

 

MR 58

Puede que estemos en crisis.

Puede que la clase de gobernantes que tenemos no sea la mejor ni la más honrada.

Aún así creo en la gente y en la política.

Puede que muchos se enriquezcan a costa de otros.

Puede que cada vez haya más familias en dificultades.

Aún así constato que hay gente buena, que acude a la llamada del necesitado.

Puede que cada vez haya menos rosas y más cenizas.

Puede que cada vez llueva menos y el sol seque nuestro corazón.

Pese a todo sigo creyendo que es posible bailar bajo la lluvia y ser feliz.

Puede que nos inunden de malas noticias y pesimismo.

Puede que haya muchos divorcios, muchos abortos y muchos malos tratos.

Aún así sigo creyendo en el amor, en la vida y en el respeto.

Puede que nos insistan en que somos débiles y frágiles, marionetas bajo el control de los mercados y la sociedad.

Puede que nos convenzan de que los milagros no existen.

Pese a todo yo compruebo cada día los milagros de cada madre, de cada padre, de cada maestro, de cada niño.

Puede que nos digan que Dios no existe.

Puede que la Iglesia esté llena de defectos.

Aún así yo lo he visto porque lo he buscado entre los vivos. Aún así yo me siento Iglesia, diversa en comunión.

Puede que no sepa por qué escribo esto.

Puede que escribir no valga para nada.

Pese a todo, MIENTRAS TENGA ALGO QUE DECIR, LO ESCRIBIRÉ.

MIENTRAS MI CORAZÓN LATA, LO DEJARÉ LATIR.

MR 57

Maquillaje extremo.

Pelo negro y liso. Melenita corta. Cuello al aire.

Camiseta ajustada y mini falda.

Le gustaba provocar, sentirse observada, saberse la diosa del barrio. Sólo podía aspirar a eso y ella lo sabía.

MR 56

A veces pienso qué sería de mi vida si no hubiera cogido aquel tren. ¿Cómo serían mis días? ¿Qué sería de mi? ¿Dónde viviría? ¿En qué trabajaría? ¿Estaría casado? ¿Tendría hijos?

Hoy, sentado frente a la ventana de mis decisiones, contemplo con asombro y mimo las elecciones que asumí, los caminos que decidí andar. Son los únicos que existen. El resto son parte de la imaginación.

Son esos caminos los que me han permitido conocer quién soy. Son terreno sagrado.

MR 55

– ¿Qué hay del otro lado? – le preguntaba un niño curioso a su madre mientras esperaban la tussa cerca del puente del autopista.

– Nada que te interese – respondió muy seria la madre.

El niño fijó su mirada en las primeras casas que se veían al otro lado del puente.

– Esas casas tienen las ventanas más pequeñas… – apuntó el chaval.

La madre guardó silencio. La tussa llegó a tiempo para impedir más preguntas incómodas. Una vez sentados, el niño ejecutó su jaque mate:

– Yo creo que han hecho el puente al revés…

MR 54

Quería escribir algo con la emoción que me hace sentir esta canción.

Me ha sido imposible…

MR 53

Su VISA quemaba de tanto usarla. No dejaba boutique sin pisar. Era una fuera de serie, una niña de papá, una vividora, una tonta del bote.

Cuando cruzaba los pasos de cebra de los semáforos de Serrano, los hombres la miraban. Polvo de una noche.

Todo en ella era de plástico, hasta su corazón.

Lo mejor que se puede decir de ella es que, al menos, no votaba en las elecciones. Era una inDIORgnada.

MR 52

Me explicó que hacía meses que vivía en la calle, que la crisis y un golpe de mala fortuna la habían dejado sin su casa y sin sus hijos. Su pelo estaba sucio y su aliento apestaba a alcohol. Su mirada transmitía tristeza y desapego absoluto de la vida. Su piel estaba reseca y lucía el mismo color que sus sucios vaqueros gastados dos tallas  mayores.

Se despidió de mi estrechándome la mano y dándome las gracias por pararme y escucharla. Se alejó sorteando los coches tambaleante y giró en la esquina.

Yo, inmóvil, me sentí invadido por la negrura.