Miña nai…
¡Cuánto tiempo hace que te quería escribir! Nunca encontré el momento. Aquí en Madrid, como sabrás, el tiempo es un bien preciado y lo que contigo me llevaba una hora aquí me puede ocupar una tarde. Pero aquí estoy. Recogido en mi habitación y envuelto por la música suave y embriagadora de Luar na Lubre. De esta vez no pasa.
¿Cómo te sientes? ¿Cómo estás? Supongo que las heridas provocadas por el fuego todavía están sin curar. ¡Y cuánto tardarán! Tus viejos montes, tus verdes campos, tus infinitos eucaliptos, tus otoñales castaños… ¿dónde están ahora? ¿Adónde fueron desalojados tras la tragedia? Sé que de ti no saldrá un gemido de queja. Te conozco. Tú nunca te quejas. ¡Así te va! Siempre la última. Siempre a la cola. Siempre olvidada. «Mexan por nós e decimos que chove». Exacta afirmación. Yo me sentí muy mal. Sentí que una parte de mi era presa del fuego también. Lloré. Por ti. Porque no te lo mereces. Porque tu gente es humilde y trabajadora. ¡Porque te toca siempre a ti! Pero bueno, el tiempo lo cura todo. ¡Y la esperanza volverá a cubrir tu tierra! ¡Y las gaitas volverán a sonar alegres!
Yo estoy bien. ¡Esperando el segundo descendiente pseudogallego! Uno más al que contarle lo bonita que eres… Aquí en Madrid vivo a gusto con los míos. He aprendido a ser feliz entre atascos, carreras, obras… Es difícil encontrar tranquilidad fuera pero eso tiene su parte positiva: ¡tienes más ganas de llegar a casa, je, je, je! Ya sabes tú que las ciudades grandes tienen un encanto que me seduce demasiado aunque luego me pierda… Es lo que tiene la belleza: es capaz de edulcorar algo ácido. Pero no puedo negar que, a veces, te echo de menos. No muchas veces pero sí las peores veces. Ya sabes tú que cuando todo va bien nunca nadie se acuerda de nada. Son los malos momentos los que llaman a gritos a los recuerdos. Y entonces acuden a mi mente y a mi corazón tu viento costero en mi frente, el olor a mar de tus playas, la sutileza de la gran Torre de Hércules en la noche, los horizontes de inmensidad frente a la bahía, la familiaridad de tus pueblos y ciudades, el amor de la familia que permanece a tu lado, el aliento de los amigos que dejé contigo, el crepitar de las gotas de lluvia en tus aceras, el cofre con los 24 años de mi vida que te pertenecen…
Estoy orgulloso de ti madre Galicia. Estoy orgulloso de ser uno de tus hijos. Estoy orgulloso de ser tierra de tu tierra. Estoy orgulloso de pertenecer a un pueblo sufriente, a un pueblo pescador, a un pueblo de campo. Y se me llena la boca de grandeza cuando digo que soy parte de una tierra tan pequeña.
Nada más. Las gaitas siguen saliendo por los altavoces y cosquillean en mis oídos. Es hora de despedirse. Seguro que llegará el día en que vuelva a escribirte. Una de esas noches sin luna en las que busque en el cielo una pista clara que me recuerde quién soy y de dónde vengo.
Unha aperta. Moitos bicos. Quérote.
Trueno