El pasado viernes se hacían públicos los nombramientos pastorales para el curso 24-25 en la Diócesis de Salamanca. El Obispo, D. José Luis Retana, ha renovado una serie de delegaciones y ha hecho cambios y traslados en algunas parroquias. Y ahí estoy yo, como nuevo Delegado de Apostolado Laical y al frente de un equipo de personas que se han mostrado dispuestas a acompañarme en esta nueva aventura.
«Eres de los que no sabe decir que no«, me decía una persona cercana cuando se enteró. Bueno… hay unas cuantas cosas a las que he ido diciendo que no en mi vida, y más últimamente. El caso es que tanto el «sí» como el «no» tienen poco valor y poco recorrido si no son fruto de un discernimiento en condiciones. Porque el tema no es si me apetece o no me apetece, si me llama o no me llama, si tengo tiempo o no tengo tiempo, si entra en mis planes o no entra… la pregunta de fondo cuando llega una propuesta de este tipo es: «¿Es la voluntad de Dios para mí hoy? ¿Me está llamando el Señor?«.
Creo que en la Iglesia y en nuestros entornos tenemos una crisis de discernimiento. Nos hemos empapado, inevitablemente, de cierto personalismo a partir del que yo soy la medida de mis decisiones. ¿Nos hemos olvidado, tal vez, de que a veces toca obedecer? Obedecer, sí, digo bien. Obedecer, porque cuando intuyes que es Dios quién llama… ¿cómo vas a decir que no? ¿Es desobedecer una opción? ¿Puedo plantarme delante de Dios y decirle «mira Señor… es que ahora no me viene bien, es que no es el momento, es que no me gusta, es que esto no es para mí, es que tengo otros proyectos, es que no me produce ilusión…«?
La verdad es que no tengo muy claro ni por qué han pensado en mí, ni qué tengo para ofrecer, ni cómo lo voy a hacer. No tengo claridad en lo que persigue el Señor con esto, hoy, aquí y ahora. Y es aquí donde detecto que sí ha habido progreso en mí, proceso, crecimiento… porque no me preocupa en exceso. Será el Espíritu el que clarifique, el que empuje, el que anime, el que mueva, el que ilumine… y nosotros, sin estorbar mucho, sólo tendremos que estar al servicio de esta nueva misión.
María tampoco tenía nada claro cuando dio su «sí». Ni lo había buscado, ni se lo esperaba, ni lo entendía. No entraba dentro de sus planes y no formaba parte del horizonte vital que ella podría haberse llegado a plantear. Pero confió. Obedeció. «He aquí la esclava del Señor, hágase…«. ¡Qué frase tan contracultural, tan políticamente incorrecta para hoy!
El Señor guiará nuestros pasos. Guía los tuyos también. Y a veces necesita de ti.
https://i0.wp.com/www.santicasanova.com/wp-content/uploads/dd9fe664-f273-418c-961f-ae9f701a7b22.webp?fit=1792%2C1024&ssl=110241792Santi Casanovahttps://www.santicasanova.com/wp-content/uploads/2018/02/logo.pngSanti Casanova2024-07-16 13:06:312024-07-16 13:07:48Un «sí» al estilo de María
Juan vuelve a casa y hoy, 14 de enero, está ya junto a Dios y a Calasanz pidiéndoles que se pongan las pilas, se dejen de mandangas, y echen una mano a los pueblos más sufrientes del mundo, especialmente al pueblo de Nicaragua, sometido hoy a una situación insoportable.
Conocí a Juan el primer día que llegó a Salamanca, hace un año y algo. Venía de Getafe, tras las muertes de Gabino y Jesús, con ganas de pasar estos años en su tierra natal, la salmantina. No fue una bienvenida efusiva porque Juan era poco dado a excesos y algaradas. Al menos el tiempo en que nosotros compartimos vida con él, Juan destacó por su sobriedad en el trato, el agudo sentido de justicia, propio de aquellos que han vivido lo contrario, y un particular sentido del humor, socarrón, que le permitía reírse de todo aquello que le «sobraba».
Compartir este pequeño tramo de vida con Juan ha sido un privilegio y cuidarle en sus últimos días, también. Poder compartir la mesa con una persona como él, con una historia como la suya, gastada, entregada, comprometida… me ha convertido en testigo privilegiado de lo que significa ser Escuelas Pías, de qué va esto de ser escolapio. En este momento de tantas oscuridades, disputas, cansancios y enredos… el valor de los testimonios claros, sencillos, llenos de esencia, que han descubierto de qué va el Evangelio y lo han intentado poner en práctica… es todo un tesoro. Juan se va y, una vez más, me deja un gran sentimiento de orfandad en esta Provincia nuestra despistada y desunida.
El trato con Juan no era sencillo en esta última etapa de su vida. Lo veíamos sobre todo en las comidas compartidas y, en ellas, Juan prefería guardar silencio y escuchar las conversaciones de unos y otros. Sólo cuando nombrabas Nicaragua o le preguntabas por sus años en Costa Rica… reaccionaba y contaba lo vivido allí, las personas a las que conoció y con las que todavía tenía trato. Pese a sus parcas palabras, también en la oración compartida, cuando hablaba solía ir a lo esencial: el amor al prójimo, la persona, el amor y la justicia de Cristo, que debíamos imitar. Todo lo que entorpeciera ese núcleo evangélico, debía ser mirado de reojo. El P. Jesús Merino centró a la comunidad en la ALEGRÍA del Evangelio. El P. Gabino Vinuesa la centró en la TERNURA ESPERANZADA. Juan la centró, sin duda, en la JUSTICIA. Vivió este último tiempo, sufriendo junto a la sufriente Iglesia nicaragüense, perseguida por el régimen y, con ella, el pueblo humilde, las familias sencillas, los niños. Pegado a su teléfono y a su reloj digital, dormía poco para cuidar a los que allí había dejado estos pasados años, a su familia de Nicaragua y Costa Rica.
Huía del clericalismo y, sin duda, olía a oveja, como diría el Papa Francisco. Sus sandalias, gastadas, estaban llenas del barro en el que quiso meterse toda su vida; más preocupado por el Evangelio que por la burocracia institucional. Desprendía esa sensación de que todo aquello que le despistaba de la urgente misión de ayudar a las personas… le sobraba. Costaba entenderlo a veces pero, posiblemente, los que vivimos cómodamente, rodeados de bienestar, protegidos, no éramos capaces de «ver» aquello que él vio y vivió.
Fue un bisabuelo más para mis hijos y también un abuelo para mi mujer, con la que mantuvo una relación especial. Tras la nube que desprendía su incesante consumo de tabaco, guardaba detalles, gestos llenos de ternura, generosos y cómplices. Siempre vio en nosotros a escolapios, laicos, hermanos en la misión. Siempre nos reconoció y nos miró y trató con cariño, con respeto. Siempre supo que estábamos juntos para sumar y que, lejos de estorbarnos y entorpecernos en nuestras respectivas vocaciones, éramos más ricos unos y otros.
Especialmente tierno fue cuidarlo en sus últimas estancias hospitalarias en Salamanca. Su fragilidad emocionaba y, aún así, conservaba su espíritu combativo, pese a la cama y su evidente debilidad. Supo ganarse el cariño de celadores, enfermeras y médicos y con él, a su lado, pudimos tocar al mismo Jesús sufriente. El oxígeno empezaba a escasear en sus pulmones, tal vez porque había regalado siempre el que tenía a todos los que se habían cruzado con él buscando sostén, abrazo, ánimo y fe. Fue apagándose y su cuerpo empezó a no reaccionar con las fuerzas necesarias.
Querido Juan, ya estás con el Padre. Cuida desde allí al pueblo, a la gente, a los niños. Ilumínanos a todos con tu sabiduría y saluda de nuestra parte a Monseñor Romero, a Ellacuría y a tantos misioneros entregados a la paz y el progreso de esas tierras a las que tanto has querido y amado. Muchos te llorarán hoy. A muchos has dejado sin un «padrecito». Pasarse por tu página de Facebook hoy es formar parte de un homenaje incesante de todos tus «hijos» e «hijas» que, agradecidos, se despiden de ti como te mereces. Te toca descansar y cocinar frijoles para celebrar el Amor Eterno que ya disfrutas.
¡Hasta que volvamos a vernos, muchacho!
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Pasaba un poco de mediodía cuando sonó el teléfono. La espera concluía. Jesús, con su maleta ya hecha hace días, emprendía su último viaje, la última obediencia y, con certeza, la más afortunada. Pese a su enfermedad, estoy convencido de que marchó riendo, alegre, sabiendo que iba a encontrarse de nuevo con sus «papis» y que iba poder abrazar a Aquel del que se enamoró en su juventud y por el que dio su vida hasta el último suspiro.
Han sido horas de tristeza. Tal vez porque no espéramos su marcha tan pronto, tal vez por no habernos podido despedir como nos hubiera gustado, tal vez por empezar a sentir ya el silencio que deja, el vacío que ya no va a ser llenado por nadie. Me he permitido llorar a lágrima suelta y, enseguida, he ido a refugiarme en el Señor. Mi mujer, mis hijos y yo tuvimos un pequeño momento de oración y pusimos a Jesús en las manos misericordiosas de Dios. A estas horas ya estará conociendo el Paraíso y preguntando si en el cielo hay wifi para poder seguir la actualidad mundana desde su inseparable iPad.
Repasando un poco todo lo vivido con él estos 6 años, es difícil quedarse con pocas cosas de Jesús. Tenía un carácter fácil que permitía vivir con él sin tensiones ni especiales dificultades. Pero ciertamente, si alguien me preguntara «quién era Jesús Merino», hay varias realidades que me permitirían describirle pese a los pocos años que estuve a su lado.
LA ALEGRÍA COMO NORMA DE VIDA. Jesús era alguien alegre, tenía ese don. Desde que se despertaba hasta que se acostaba, ya hiciera calor o frío, Jesús estaba alegre. Era una alegría profunda que brotaba de una mirada agradecida a todo y a todos los que le rodeaban. Su risa era contagiosa y sus bromas constantes. Pillo y sagaz unas veces, socarrón otras y rebosante en sus formas. Llenaba la comunidad de buen humor y, aunque eso parezca menor, creo que él sabía perfectamente que, lo contrario, era la muerte anunciada de cualquiera proyecto comunitario. Una comunidad que no ríe junta no es comunidad. Y eso él lo sabía.
ESCOLAPIO HASTA LA MÉDULA. Ese don de la alegría bebía con fuerza de su vocación religiosa escolapia. Le encantaba contar cómo de jovencito moldeó y descubrió su vocación entre los muros de su colegio de Santander. Una niñez enfermiza no hizo más que ir acrecentando su amor por Jesús de Nazaret y por Calasanz, hasta que se decidió a dar el paso. Y hasta hoy. Jesús no dejó de ser escolapio ni un sólo día, estoy seguro. No dejó de serlo en estos 6 años, jubilado y sin gran actividad, con achaques, con pandemia… ¿¡Cómo iba a dejar de serlo antes, rodeado de niños, de pobreza y de hermanos en la misión!? Imposible. Tal vez, el secreto de Jesús para ser un buen escolapio, y de paso un buen cristiano, es haberse creído aquellas palabras del Señor: «Os aseguro que si no cambiáis y os volvéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18, 3). Jesús supo ser niño hasta el final de su vida en la Tierra, por lo que tiene el Paraíso garantizado. Nada más aterrizar en Salamanca, y casi sin conocernos, su primera medida como rector fue llevarnos al circo… Y siendo niño, fue escolapio. Verle era, sin duda, la mejor campaña de pastoral vocacional que uno podía imaginar. Nunca una crítica. Nunca un desdén. Nunca una queja. Sólo buenos recuerdos de toda su trayectoria. Nombres, alumnos, experiencias, lugares… llenos ahora de su fragancia.
CONTAR HISTORIAS, TEJER RELATOS. Contar historias. Esa era su manera, al estilo de Jesús de Nazaret (tocayo de altura), de transmitir sus sentimientos, sus ideas y sus reflexiones. Contaba historias en las reuniones de comunidad, en las comidas, incluso en las mismas Eucaristías. Sus homilías eran pequeñas (a veces grandes) parábolas en las que solía trasladarse a su Santander natal, a su querido Villacarriedo o a su amada África. Disfrutaba contando y poniendo palabra a los recuerdos que, en su aniñada vejez, le ayudaban a seguir siendo un escolapio de los pies a la cabeza. Hacernos partícipes de sus historias nos permitió conocerle, quererle y disfrutarle, a él y a las personas que iban apareciendo en sus relatos. Jesús supo encontrar también a Dios en su historia y a mirar atrás con satisfacción y en profunda acción de gracias por lo vivido. Ese legado ya es de todos los que pudimos poner la oreja a su lado.
LA TIERRA, LAS RAÍCES QUE ALIMENTAN. ¡Ay Cantabria! ¡Ay su Santander querida! ¡Ay su Villacarriedo adorado! Cómo amaba Jesús su tierra… ¡Consiguió hacernos a todos un poquito cántabros de adopción! Fue un placer poder disfrutar con él de un viaje comunitario a su tierra, en primavera de 2019. Murió siendo un gran embajador de su terruña. Una tierra que no era sólo espacio, mar, campo… sino también personas. Posiblemente nunca escuché a nadie hablar de su niñez como a Jesús. Hablaba de sus «papis» como un infante todavía juguetón. Hablaba de su casa, del restaurante de su familia, del lugar donde hacía los deberes, de los días solo sin poder ir al cole por estar malito… Sus raíces eran poderosas, por eso pudo crecer tanto y sin miedo. Había conocido el amor desde bien temprano y desde ahí lo fundamentó todo. Pero no echó raíces sólo en Cantabria. También en Colombia y en los diferentes lugares a los que fue enviado como escolapios. Pero ninguno como África. Si mis hijos tuvieran que decir dónde vivió Jesús su vida, estoy seguro que responderían: «subido a un Land Rover, en la carretera de Akurenam a Bata«. África, su amor de madurez. África, su paraíso en la tierra. África, el mayor de sus desvelos. África, el cariño de sus gentes. África, la dureza y la pobreza de un mundo injusto. África, allí donde querría haber vuelto.
UN CIENTÍFICO DE DIOS. Biólogo, físico, químico, carpintero, chapista, naturista… Sus conversaciones con el P. Luis de naturaleza llenaban las comidas y las cenas comunitarias. Amaba la ciencia y sabía transmitir a Dios entre tubos de ensayo, óxidos de cobre, insectos y experimentos. Su afamado método para encontrar agua en el subsuelo era la delicia de grandes y pequeños. Y su labor como taxidermista era también impresionante. Los laboratorios de varios de nuestros coles están llenos de animales disecados y preparados por unas manos diestras y llenas de calasancia paciencia. Su amor por todo bicho viviente era reflejo del amor por su Creador y de su espíritu abierto a la continua sorpresa que encierra nuestra madre Naturaleza. Una de sus ilusiones era ir al quiosco cada quincena a recoger el fascículo y el animal de una colección de insectos que le regaló a mi pequeño Juan. Se fue dejando a medias una máquina de escribir centenaria, de mi abuelo, que estaba reparando. Así se quedará.
REFLEJO DEL ABBÁ DE JESÚS DE NAZARET. Jesús era una persona de fe. Siempre insistía en ello. «Más fe», «más fe» para la comunidad, siempre pedía. Una fe sólida, apegada a la tierra, sencilla, infantil. La fe de un niño en su papaíto. Abandonado en Él vivía. Y con confianza en Él se fue. Un creyente, una buena persona, un buen sacerdote. Tal vez no hay más. Sin adornos ni grandes demostraciones, Jesús fue una persona que supo acoger la salvación, el amor entregado, y devolverlo. Hizo de los pobres y de los más necesitados el eje de su vida. Y vivió consecuente con ello.
Atrevido boceto el que te acabo de hacer, Jesús. Incompleto, seguro. Subjetivo y sesgado. No puede ser de otra manera. Te echaré mucho de menos, lo sabes. Te llevas demasiado y nos dejas un poquito más huérfanos de Calasanz. No quisiste que Gabino se hiciera con la suya hasta en esto. ¡Vaya par de liantes! ¡La que estaréis montando ahí arriba! Disfrutad mucho y preparadlo todo para cuando nos volvamos a ver. Un poquito de pan y unos riojanitos se agradecerán después de un último viaje. Besos a tus queridos «papis» y háblale bien de nosotros al Empresario Mayor. Seguro que tú consigues que nos mire con más condescendencia…
Te quiero Jesús. Hasta pronto.
https://i0.wp.com/www.santicasanova.com/wp-content/uploads/IMG_20181205_213108-copia-1.jpg?fit=1600%2C1200&ssl=112001600Santi Casanovahttps://www.santicasanova.com/wp-content/uploads/2018/02/logo.pngSanti Casanova2021-07-27 22:56:102021-07-27 23:10:23Jesús Merino, el niño cántabro que se fue al cielo en Land Rover
Querido Gabino, llevo días queriendo escribirte y creo que ha llegado el momento. Me he puesto un poquito de música instrumental, de esa que me gusta, para ayudar a mis emociones a salir a flote. Ya sabes que a veces me cuesta aunque voy mejorando… ¿Qué te voy a contar que no sepas?
Cuando me despedí de ti el pasado martes de noche no sabía que no íbamos a volver a vernos. La muerte a veces llega así, sin avisar, aunque nadie puede esquivarla. ¿Por qué será que siempre pensamos que va a haber un mañana? Si lo llego a saber te hubiera dado un abrazo muy fuerte y me hubiera despedido de ti sin pena. Al final, antes o después, toca despedirse y, si quieres que te diga la verdad, ojalá pueda irme como tú te has ido: vida dilatada, intensa, plena, entregada, y sorprendida por la muerte, en casa y entre hermanos. Firmo. Además, a ti eso de dar pena no te va, ¿a qué no? Pero un abrazo y un gracias quedan pendientes hasta que volvamos a encontrarnos.
No recuerdo exactamente desde cuándo nos conocemos. Con nosotros pasa como con el enamoramiento: un día te descubres enamorado pero sería difícil decir desde cuándo, en qué lugar y a qué hora eso comenzó. Tampoco nuestra amistad tiene fecha, aunque puedo decir que hace unos cuantos años, posiblemente cuando aterrizaste en Aluche y comenzaste a moverte por entornos madrileños y fraternos. Siempre con tu barba blanca, más o menos poblada en función de la estación del año en la que estuvieras. Siempre con tu sonrisa en la cara, torcida de tanto usarla. Siempre lleno, siempre disponible, siempre testigo del Amor.
En todos estos años de compartir, tengo que agradecerte el cariño y la confianza que siempre me has demostrado. Aunque parezca mentira, no son actitudes que sobren y todos las necesitamos, al menos un servidor. A tu lado siempre he sentido que podía ser yo, tal cual, sin disimulo ni filtro. Supiste quererme. ¿Hay mejor manera de cuidar a una persona, de acariciar su vocación, que queriéndola sin más? Eras el Iniesta de la Provincia: todo lo hacías de una manera que parecía fácil y, sin embargo, ¡nada más lejos de la realidad! Tu estar siempre a la escucha, al servicio, te permitía centrarte en lo realmente importante. Tú, querido Gabino, intentabas hacer vida (y muchas veces lo conseguías) las grandes palabras: Reino, amor, vocación, pequeños, niños, fe, alegría… Hablabas poco de eso porque sencillamente te dedicabas a vivirlo. Hacías menos y estabas siempre. Hacías cada día menos para ser cada día más. Cuánto necesitamos de esto… qué gran herencia nos dejas entre manos… ¿Sabremos aprovecharla?
Reconozco en ti muchas cosas de mí, que me hacían entenderme a la perfección contigo. Ese sentido del humor, a veces evidente y otras veces sutil, aderezado de ironías y medias palabras. Ese optimismo casi patológico que desarma a aquellos que sólo saben caminar con el ceño fruncido y que no esperan ya nada porque han dejado de creer en casi todo. Somos, los dos, disfrutadores natos. Tú descubriste hace mucho, y yo lo voy haciendo, que esto del Reino es un don, que la salvación ya nos ha sido dada y que cada día debe ser Pascua. Y por eso merece la pena descargar equipaje y disfrutar, sí, disfrutar del tiempo que se nos ha regalado, de la compañía del hoy, de la comida en la mesa, del canto en la celebración, de la amistad compartida, de los horizontes plagados de utopías que, a la vez, nos mantienen en el camino…
Eras antídoto contra el desánimo, por eso eras imprescindible; por eso es que, con tu marcha, se va uno de los escolapios más jóvenes de la Provincia Betania. Tu proceso ha sido tan verdadero, tan cercano a Jesús de Nazaret, que con cada año que cumplías, te hacías un poco más niño. ¡Ay Gabino! ¡Qué difícil eso de hacernos niños! ¡Cuántas veces leemos eso de «os digo que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» y cuánto nos cuesta entenderlo! ¿No deberíamos ser los escolapios expertos en niños? ¿No deberíamos ser nosotros expertos en hacernos pequeños y mirar la vida con ojos de niño, amar con corazón de niño? Pues tanta niñez se nos atraganta. Creo que a ti no. Tú supiste alimentar bien al Niño que te habitaba y le dejaste ir libre, sin amarras ni temores; atrevido, ligero, creyente y confiado. Sí, Gabino, muchos te echaremos de menos a la hora de soñar y te rezaremos cuando nuestro ser escolapio envejezca por inanición.
¿Te perdiste alguna reunión fraterna en estos años que quisiste formar parte de la Fraternidad? ¡Ninguna! Sólo al final, cuando ya tenías difícil viajar, empezaste a ausentarte de vez en cuando, aunque seguiste colaborando con tus oraciones, tus vídeos y con aquello que se te pedía. ¡Fuiste un valiente Gabino! Sin hacer mucho ruído pero, ¡ahí siempre! ¿Qué haremos ahora? No sobran escolapios fraternos, ya lo sabes. Ese «nosotros» que tú vivías con tanta naturalidad sigue en cuestión, ¡tantos años después! ¡Ya sabes lo que te toca! ¡Ahora estás en situación privilegiada para echarnos una manita! Necesitamos nuevas fuerzas, energías renovadas y mucha más fe de la que tenemos. Seguimos midiendo tanto, presas de tantos miedos, recelos y prejuicios… Pensamos y programamos y nos reunimos, y nos volvemos a reunir, y escribimos planes y convocamos encuentros, y nos volvemos a reunir, y damos pautas, y hacemos estatutos, y encomiendas y lanzamos proyectos aquí y allí, y aprobamos cosas y nos involucramos algo, pero no mucho… vivimos en un permanente «querer dar pero sin querer perder». ¿Se puede entregar una vida sin perderla? ¿Se puede elegir un camino sin desechar otros? Damos vueltas y vueltas y vueltas a todo… Tú optaste por la vía del Espíritu: un sí generoso, un sí confiado, un sí fiel, un sí siempre presente, un sí cercano, un sí curioso e incluso juguetón, un sí lleno de comunión, un sí consciente de que podía ser no… pero quería ser sí. Gracias Gabino. Necesito aprender de ti y darme más y mejor.
Poco antes de que te fueras, me confesé contigo. Te pedí confesión porque hacía tiempo que no le daba una vuelta al estado de mi corazón, algo dejado y poblado de telarañas en algún rincón. Me escuchaste y me devolviste amor, como no puede ser de otra manera. Reino, amor, oración, habla con Jesús, cuéntale, tenle presente en cada momento, una frasecita aquí, ahora otra allí… Tenle siempre presente, hazlo compañero de camino, me dijiste. Y eso voy a intentar. Crecer en ello.
Verte estos últimos meses, en medio de esta pandemia, consciente de tus dificultades y de lo que no se podía hacer, ha sido un testimonio vivo para mí. Escuchar tus homilías cargadas de humanidad, verte rezando en la capilla, contemplar tus silencios, escuchar cómo estabas buscando «tu nuevo lugar en el mundo» como escolapio mayor en tiempos de pandemia… ha sido una contemplación permanente de la fuerza del Espíritu en una persona creyente, verdaderamente creyente. Siempre buscando, siempre hambriento, siempre sediento y, a la vez, habiendo descubierto de verdad la compañía y la intimidad con el que sacia nuestra vida.
Vocaciones pedías siempre para la Escuela Pía, Gabino. Puedo decir que vivir contigo ha fortalecido la mía. Tu herencia son mis ganas de ser mejor padre, mejor esposo, mejor cristiano, mejor escolapio. Y todo ello haciéndome cada día más niño.
Páter, ya no te tienes que cuidar. Ahora te toca cuidarnos. Sé que lo harás. Disfruta de la eternidad que, ya sabemos, se parece mucho a tu pueblo. Y cuando te sientes a la mesa de los escolapios que andan por ahí, con Calasanz a la cabeza, saluda de mi parte al P. Basilio, al P. Cano, al P. Severino, al P. Ambrosio, al P. Arturo, al P. Salvador, al P. JuanMari Puig y a tantos que me han ayudado a responder a la llamada. Soy gracias a ellos.
Un abrazo la mar de rico. Te quiero.
Santi
https://i0.wp.com/www.santicasanova.com/wp-content/uploads/176232296_10222698995217373_3856782260614569260_n-e1619481380703.jpg?fit=1080%2C702&ssl=17021080Santi Casanovahttps://www.santicasanova.com/wp-content/uploads/2018/02/logo.pngSanti Casanova2021-04-27 01:52:132021-04-27 01:56:33Carta al P. Gabino
Reconozco que en un día como hoy brota mi niño más tierno. Me puede la magia, los sueños, los anhelos, pedir lo mejor para todos y darme, darme intentando que lo mejor de mí se transparente en algunos regalos que sean significativos para las personas a las que más quiero.
La fiesta de los Reyes es, en el fondo, la fiesta del agradecimiento, la fiesta de los que están alegres porque reciben sin merecer, porque acogen sin entender, porque se sienten abrumados por la generosidad de alguien que les quiere. Sin agradecimiento, nada hemos entendido.
Agradecer es ser consciente de que lo mejor que tenemos nos ha sido dado. Agradecer es ser consciente de que poco conseguimos con nuestras fuerzas y esfuerzos. Agradecer es ser consciente de soy sostenido por una red tejida de nombres, rostros, historias y eternidades. Agradecer es mirar arriba y querer corresponder, un poco, a lo recibido.
Ojalá en este día nos acordemos de sabernos afortunados, pese a todo. Un hijo de Dios no tiene más tarea que vivir con plenitud su filiciación.
Un abrazo fraterno – @scasanovam
https://i0.wp.com/www.santicasanova.com/wp-content/uploads/Red-los-magos-henry-siddons-mowbray.jpg?fit=1101%2C768&ssl=17681101Santi Casanovahttps://www.santicasanova.com/wp-content/uploads/2018/02/logo.pngSanti Casanova2021-01-06 17:01:292021-01-06 17:01:32Gracias Majestades (#DíadeReyes o #EpifaníadelSeñor)
Sólo quiero repetir mi acción de gracias por el año que nos dejó y esperar un 2021 lleno de gracia y bondad.
https://i0.wp.com/www.santicasanova.com/wp-content/uploads/Screen-Shot-01-01-21-at-11.52-PM.jpg?fit=1140%2C555&ssl=15551140Santi Casanovahttps://www.santicasanova.com/wp-content/uploads/2018/02/logo.pngSanti Casanova2021-01-02 00:53:302021-01-02 00:53:31A diez minutos de terminar el 1 de enero de 2021…
Permitidme que hoy, al leer el Evangelio, haya recurrido inevitablemente, en este comienzo de curso, a algunas bienaventuranzas del maestro de Jesús Alberto Rivas, de las que he hecho una pequeña adaptación lingüística. Bienaventurados…
Bienaventurado el maestro que disfruta dando lo que tiene: será rico por lo que supo dar y cómo lo dio.
Bienaventurada la maestra que vive y disfruta sembrando: otros recogerán lo que ella sembró.
Bienaventurado el maestro que se vacía de sí mismo para llenar el alma, la mente y el corazón de sus estudiantes: su esencia permanecerá en las futuras generaciones.
Bienaventurada la maestra que se muestra tal como es: sus estudiantes le recompensarán con la misma medida.
Bienaventurado el maestro que se involucra en su tarea con todos sus valores y capacidades: su compromiso será su mejor valor.
Bienaventurada la maestra que además de los conocimientos, aprende a llevar a la pizarra los sentimientos que afloran en clase: le llamarán «persona».
Bienaventurados los maestros y maestras que estando con los pies en la tierra, no olvidan a Dios que habita en el cielo: no les faltarán nunca fuerzas para seguir educando hombres y mujeres que vivan volcados, no solamente para sí mismos, sino orientados hacia el bien de los demás.
https://i0.wp.com/www.santicasanova.com/wp-content/uploads/06.jpg?fit=640%2C426&ssl=1426640Santi Casanovahttps://www.santicasanova.com/wp-content/uploads/2018/02/logo.pngSanti Casanova2019-09-11 08:02:022019-09-10 23:28:57Bienaventurados… los maestros (Lc 6,20-26)
Ya ves, tantos años enamorado de ti y aquí estoy, escribiéndote por primera vez una carta de amor. ¿De amor? Sí, de amor. ¿O es que no es amor buscar tus canciones para colorear los momentos más intensos de mi vida? ¿O es que no es amor que los pelos se me pongan de punta al escucharte? ¿O es que no es amor hablar de ti a los que me rodean y siempre para ponerte por las nubes? ¿O es que no es amor sentir la certeza de que el mundo es mejor contigo? Si tienes otro nombre para llamarle a eso, adelante. Yo no lo he encontrado.
No es pecado decir que te quiero. Hemos cometido el error de estrechar demasiado el campo de juego del querer. Nos hemos equivocado al reservar palabras tan bonitas sólo para situaciones o personas exclusivas. Claro que no te quiero como quiero a mi mujer. Claro que no te quiero como quiero a mis hijos. Claro que no te quiero como quiero a familiares, amigos… No te conozco tanto. Algo sí. Pero todo eso no es inconveniente para poder quererte. Y es que hay que querer a todo aquello que nos hace mejores. Y decirlo, sin miedo ni vergüenza. Ojalá siempre quisiéramos aquello que nos dignifica, que nos viste de belleza, que saca lo mejor de nosotros, que nos acerca a un bien mayor.
Varios han sido los momentos compartidos contigo. Recuerdo con melancolía y alegría aquel primer concierto al que fuimos toda la familia, en un lugar de Madrid que ni siquiera recuerdo, donde los niños encontraron especial protagonismo. Allí Bea y tú estampasteis vuestra firma en aquel primer disco «Con derecho a» que llevamos con ilusión a vuestro encuentro. Recuerdo una comida juntos, en un centro comercial madrileño, tras haber compartido un buen rato con los alumnos del colegio de mis hijos, al que accediste a venir a contarles tu historia. Recuerdo verte ya en concierto en Salamanca, donde ahora vivimos, con unos amigos que apenas habían oído hablar de ti y que salieron emocionados y encantados tras escucharte… Recuerdo muchas noches, con lágrimas en los ojos, escuchando «Saltan chispas», «Las hadas existen», «Berlín», «Volar», «Mi fe», «La belleza», «La que baila para ti»…
Has sido una de las reinas de mis noches de soledad. Cuando todos en casa se acuestan, yo suelo quedarme a escribir, a leer, a sentirme, en definitiva. Es el rato en el que me cito con los rincones más oscuramente luminosos de mí mismo. Soy una persona a la que le cuesta conectar con sus emociones más profundas y, con frecuencia, con las emociones de los demás. Me cuesta empatizar porque no me entero bien de lo que sucede. Sintonizo demasiado con la cabeza, buscando explicaciones y argumentos, en momentos en los que debería sintonizar con corazón o tripas. Contigo me resulta más fácil.
Tus letras, íntimas, acarician el corazón con ternura; pero con una ternura apasionada que lo pone todo patas arriba. Tu voz me hace viajar, pero no a otros mundos que no son los míos. Me das la mano y me llevas adentro, allí donde el cielo y la eternidad se encarnan y laten y bombean lo necesario para seguir existiendo.
Empatizar. Qué verbo más bonito, ¿verdad? Con Bea, lo conjugáis en primera persona. Bea, que con sus manos nunca se cansa de tejer el amor para aquellos que tienen girasoles en la mirada. Una metáfora profética también en un mundo que no quiere oír, un mundo sordo ante el dolor ajeno, ante el grito de tantos «tú» sufrientes. Bea y tú conseguís alejar nubes y excusas. Sois ese viento necesario que deshace y aleja nubarrones que contaminan los ambientes. Bajáis los niveles de CO2 de prejuicios y sinrazones y llenáis de oxígeno espacios y encuentros. Encuentros. Otra palabra preciosa. Encuentros que frecuentas, dúos con este y aquel, aquí y allá, siempre dispuesta para cantar y compartir con unos y otros… Me parece preciosa, más allá de cada canción, la apuesta por encontrarse y cantar y disfrutar juntos de lo que hacéis, más allá de discos y conciertos.
Querida María, gracias. Gracias por escribir. Gracias por contar historias. Gracias por cantar. Gracias por regalarte. Gracias por perseguir tus sueños, por creer, por no rendirte. Gracias por salpicar el panorama musical español de verdad, de nobleza, de honestidad profesional. Gracias por no guardarte para ti el don que se te ha regalado. De eso se trata la vida… De saber lo que se nos ha concedido y ponerlo al servicio de los demás. Como decía el maestro Fito Páez, gracias por venir a ofrecer tu corazón. Cada uno debemos encontrar nuestra manera, y yo te agradezco que tú hayas encontrado la tuya. Gracias por ser la luz más importante del escenario. Gracias por ayudar a que la esperanza resista en este mundo que se deshiela de pura frialdad.
No quiero hacerte perder mucho más tiempo, ni pretendo adornar lo que no necesita adorno. La verdad siempre es bonita en su sencillez. Me encantaría compartir un rato contigo, en familia, y simplemente hablar y estrechar lazos. Si te animas, un día, a escaparte de vorágines y giras, ya sabes. Aquí tienes una familia que te quiere.
Un abrazo María. Un abrazo lleno de cariño del de verdad.
Santi
Podéis encontrar todo sobre Rozalén en: https://www.rozalen.org/ Foto de cabecera extraída de su página web
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https://i0.wp.com/www.santicasanova.com/wp-content/uploads/Screen-Shot-07-25-19-at-02.26-AM.jpg?fit=363%2C527&ssl=1527363Santi Casanovahttps://www.santicasanova.com/wp-content/uploads/2018/02/logo.pngSanti Casanova2019-07-25 02:35:482019-07-25 02:35:49Yo soy Trueno – Día de Santiago Apóstol
Paso unos días de estos de no entender casi nada. El desconcierto preside mucha de la realidad que me rodea y me cuesta situarme. Es la misma sensación que la de aquellos discípulos que, subidos a la barca con Jesús, empiezan a sentir que el temporal llega… y Jesús duerme.
A veces me pregunto qué es lo que realmente querrá el Señor de mí. Es como un continuo responder a una fuerte llamada y darme de bruces con la realidad. Una mezcla de aspiración y fracaso, de energía y frustración, de expectativa y decepción… que me resulta terrible. Y silencio.
Haciendo caso a Jesús sólo me toca pedir fe. Fe porque el Padre me conoce. Fe porque el Padre me salva. Fe porque, aunque los planes y las seguridades caigan a cada paso, Él sostiene mi vida y me encamina hacia nuevos senderos. Aunque todo esto yo lo diga ahora con mi cabeza…