… con la piel de la cara radiante (Ex 34, 29-35)
En cada encuentro con el Señor, Moisés cambia. Él no lo sabe pero a los ojos de los demás algo grande ha sucedido. Nada puede ser igual después de haber experimentado un encuentro real con el Padre. Nada puede ser igual. Ni uno mismo. Es lo que dice el Evangelio: «cuando uno descubre el Reino… va y vende todo lo que tiene…». Descubrir al Padre, conocer el Reino es algo tan grande que uno no puede hacer como si nada hubiera pasado. La mirada no puede ser la misma, ni el habla, ni los gestos, ni las relaciones… Es algo que no se puede ocultar.
Un abrazo fraterno
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