Dichosos… porque seréis santos (Mateo 5, 1-12a)
Todos los Santos. Las bienaventuranzas.
Toda la relación del mundo. Al final, los santos son el fruto del núcleo del sermón de la montaña. Los santos son los que no se fueron defraudos por el mensaje de Jesús sino que lo interiorizaron y lo hicieron su ley de vida. Los santos son la prueba de que la promesa de Jesús se hace carne, día a día, en todo tiempo, cultura y persona.
Los santos no son, por ello, gente extraordinaria, hecha de una pasta especial. El valor de la santidad es precisamente que es universal, para todos, para ti, para mi. No es algo inalcanzable sino más bien al contrario: una meta , una llamada, un horizonte posible.
¿Qué tengo que hacer para ser santo? me pregunté muchas veces. La respuesta está delante de mis narices, en el Evangelio de hoy. La respuesta son las bienaventuranzas. Sólo tengo que decir que sí, alto y claro. Para siempre.
Un abrazo fraterno
Es curioso, nunca me planteo las Bienaventuranzas como el «plan» a seguir para ser santos… Para mí, más bien, son una consecuencia de optar por ser santos. De decidirnos por Él. Para mí, el evangelio que me pide ser santa tiene que ver con María: «Cuando Jesús terminó de hablar, una mujer levantó la voz en medio de la multitud y le dijo: «¡Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!»
Jesús le respondió: «Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen». Dichosa La que dijo: «Hágase en Mí tu palabra». Dichosos los que hacen su Voluntad.
Un abrazo.