Dones y llamadas (Romanos 11, 29-36)
Me ha impactado mucho la primera frase de la lectura de Pablo de hoy. Señor, qué claro eres cuando quieres. Qué claro y qué rotundo…
Me hablas de dones y de llamadas. Los dones que me regalaste y las llamadas que me hiciste. Son para siempre. No puedo obviarlos, vivir como si no existieran, olvidarlos, pensar que se agotan o desaparecen… No es así. Son una bendición para siempre y una responsabilidad también. Son tu mirada sobre mi, Padre.
Mis dones fundamentales creo haberlos descubierto hace tiempo y siempre supe ponerles nombre: la alegría, la fortaleza, la confianza y la fidelidad. Alegría que me permite afrontar la vida con esperanza y transmitir mi ser cristiano de la manera más sencilla posible. La fortaleza que me permite afrontar trabajos y esfuerzos, cargar a la espalda, superar dificultades y afrontar problemas sin desfallecer. La confianza que me hace vivir con ligereza, feliz, sabiéndome amado y cuidado, poniéndome en tus manos. La fidelidad que me permite permanecer tantas veces aún no entendiendo, en momentos de desencanto, de pobreza, de oscuridad…
¿Las llamadas? A ser testigo tuyo, hijo de la Iglesia, esposo de Esther, padre de mis hijos, hermano de mis hermanos en la Escuela Pía y llamado a ser educador de niños y jóvenes.
Miro atrás y nada de esto ha cambiado. Ahí están. Inmutables por más que pasen los años. No puedo dejar de responder. Mi felicidad está en juego y también la parte de construcción del reino que me corresponde.
Tema serio éste. A tu lado, será más fácil.
Un abrazo fraterno
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