El alivio de mi rosa

Pensé que la había perdido y que nunca más podría mirarle a los ojos. Mi viaje me había llevado tan lejos que, por un instante, creí olvidarme de su fragancia cuando, sentados uno frente al otro, simplemente nos deleitábamos con nuestra amistad.

Ayer me la encontré, escondida entre muchas otras rosas. Estaba temerosa y, en cierta manera, algo irreconocible. ¿Tal vez el miedo a que le arrancaran sus pétalos? ¿Tal vez el miedo a pincharse con las espinas de alguna otra rosa cercana? Yo la reconocí al instante.

Reconozco a mi rosa porque ella me reconoce a mí. La amistad, al final, todo el amor, es un juego de mutuo reconocimiento. Mirar a unos ojos ajenos y descubrir que te están mirando… ¡¿hay algo más maravilloso?! Susurrar y comprobar que vuelve otro susurro de vuelta. Hablar y saber que, ahí, al otro lado, alguien te deja descansar escuchándote…

Ver a mi rosa me ha aliviado. Ella siempre lo consigue. Por eso la quiero. Con ella, soy yo.

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