El cristiano no es retorcido (Sabiduría 1, 1-7)
Hoy no soy capaz de centrarme con estas lecturas. ¡Hablan de tantas cosas! El Evangelio, ni más ni menos, habla de perdón, de escándalo, de fe… ¡Vaya batiburrillo! No acerco a escuchar nada en particular del Señor hacia mí, hoy, con ese Evangelio. Y es, tal vez, con la primera lectura, con la que mi oración se centra más.
Pensamientos enrevesados, estratagemas, razonamientos retorcidos… Me veo reflejado. A veces abandono la senda del Señor, de la caridad y la humildad, y me dejo ir en discusiones y debates donde lo único que se pone en juego es mi ego y la mi capacidad por salir victorioso de la batalla dialéctica. No parece ser algo de Dios sino más bien una de las tantas trampas con la que el maligno me enreda y me hace alejarme de la santidad.
La vida con el señor, junto al Señor, es muy exigente y, a la vez, muy sencilla. El amor siempre se abre y va de frente. El amor es sencillo y no se toma la vida y el compartir como una batalla. El amor del cristiano no sabe de juegos de poder y, por eso, es humillado tantas veces. ¡Cuánto me cuesta ser humillado! ¡Cuánto me cuesta ofrecer esa humillación!
Gracias por tu Palabra, hoy, Padre. Gracias por enseñarme el camino de aquello que esperas de mí. Gracias por animarme a contar antes de hablar, a amar a la persona que tengo delante, a escucharla y acogerla. Vamos a intentarlo una vez más, sin desfallecer.
Un abrazo fraterno
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