El que me ve a mí, ve a quien me ha enviado (Jn 12, 44-50)
¿El que me ve a mí, ve a quien me ha enviado? Hay preguntas que son definitivas… Creo que ésta es una de ellas.
La respuesta es muy importante. Requiere estar centrado, tener un alto grado de análisis de la realidad tanto de uno mismo como de lo que le rodea. Hace falta mucha valentía y mucha humildad.
Lo que tengo claro es que en la mediocridad no se encuentra Dios, en el «ni frío ni caliente» no se encuentra Dios. Cada vez que soy mediocre, que me conformo, que me adapto, que asumo, que integro, que relativizo ciertos aspectos de mi vida en esta sociedad no estoy siendo fiel imagen de Dios. ¿Cómo actúo frente a la injusticia, frente a los pobres, frente a los sin voz, frente a los oprimidos y angustiados? ¿Soy capaz de buscarme problemas por la Verdad? Creo que muchas veces no. Pero también tengo que ser valiente en reconocer que sí soy imagen de Dios. Cuando me la juego con mis hermanos de comunidad, cuando tomo decisiones arriesgadas por apostar por la felicidad real que Dios quiere para mí, cuando abro las puertas de mi casa al que se acerca buscando algo, cuando afronto la vida con esperanza y optimismo, cuando soy capaz de disfrutar, de degustar, de saborear, de valorar cada día como un regalo y una ilusión…
Esta pregunta es compleja de responder. Debería ponerla en la cabecera de mi cama para que cada día, al levantarme, afronte mis horas con la idea de: «Hoy, quien me vea, debe ver al Dios que me ha enviado».
Un abrazo fraterno
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