#GobernantesSantos (Sabiduría 6, 1-11)
Terrible. Durísima primera lectura. ¿Eres gobernante? ¿Príncipe? ¿Director de algún departamento? ¿Jefe de alguien? ¿Encabezas algún grupo? ¿Obispo, párroco, catequista? Vaya escalofrío. ¡Qué advertencia la de Dios! ¡Cuánto darías hoy por ser uno de esos ciudadanos humildes, un hombre o una mujer agobiado con su día a día y lleno de preocupaciones, un niño desvalido!
Dios deja claro algo que mi madre siempre me decía de pequeño: Dios no pide a todos por igual. A mayor altura, mayor responsabilidad. Es algo que parece que no va en el contrato pero sí, para Dios sí. Dios impone un «programa de gobierno» a todo aquel que alcanza ciertas responsabilidades de mando. Las palabras del salmista exponen ese «programa»:
«Proteged al desvalido y al huérfano,
haced justicia al humilde y al necesitado,
defended al pobre y al indigente,
sacándolos de las manos del culpable.»
¡Ay de ti si te apartas de ese programa divino! ¡Ay de ti si eres infiel a la autoridad que se te ha confiado! ¡Ay de ti! Dios siempre hace justicia, en esta vida o en la siguiente. Más te vale haber gobernado con santidad y no haberte dejado llevar por el poder, el dinero, la corrupción, el escándalo…
¿Y yo? ¿Nada tiene que ver conmigo esta lectura de hoy? No soy rey, ni presidente del gobierno, ni jefe de empresa… pero estoy en un Consejo de la Fraternidad, soy presidente de un AMPA, responsable de una clase, padre de familia… Tengo mi responsabilidad y mi autoridad en diferentes ámbitos y, en lo pequeño, se espera de mí lo mismo que en lo grande. Se espera la capacidad de dar gracias, como el leproso del Evangelio, de sentirme bendecido por el Padre, de saberme enviado y de vivir desde la convicción de que, como decía el protagonista de Spiderman, un gran don conlleva una gran responsabilidad.
Un abrazo fraterno
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